Hasta que llegó su hora

Hasta que llegó su hora

Ahí está otra vez, mirándome fijamente, todos los días lo mismo, esto empieza a ser realmente molesto. Vale que la casualidad haga que nos crucemos cada mañana, pero su insistencia en mirarme está empezando a mosquearme.

Al principio no le di mayor importancia, sí que es cierto que me sorprendía esa mirada fija clavada en mis ojos, de hecho, estuve dándole vueltas a mi cabeza intentando recordar si le conocía de algo, pero no consigo situarlo en algún lugar de mi vida. Tiene un aire familiar, me recuerda a mi padre, pero no puede ser él, papá lleva años muerto, además como no iba a reconocer a mi propio padre, y si fuera un familiar o amigo me hubiera saludado el primer día al notar que yo no le decía nada, lo más fácil es que sea un viejo chiflado al que le encanta molestar, mírale, con qué cara de idiota me está mirando. Nada, que no se quien coño es.

Hoy estoy decidido y no seré yo quien retire la mirada, aguantaré hasta que él aparte la suya, duelo en ok corral de miradas o, mejor aún, pondré cara de palo como Charles Bronson en la película aquella con Henry Fonda, ¡cómo me gustaba! ¿y ahora por qué sonríe? Frunzo el ceño intentando que perciba que le estoy observando y que no estoy a gusto con la situación. Pasan los minutos y sigue igual, es que ni pestañea.

No aguanto y aparto la mirada, es más fuerte que yo, creo que me estoy obsesionando un poco con toda esta historia. Esto es tan absurdo como cuando siendo crio caminaba deprisa por la acera intentando adelantar a un viandante elegido al azar, solo por el hecho de sentirme ganador, lo malo es que el perdedor nunca sabía que estaba compitiendo conmigo, o yo con él.

Películas de vaqueros y carreras por las aceras, esas imágenes están tan claras en mi cabeza como si hubieran sucedido ayer mismo, siempre me pasa igual cuando me encuentro con este tipo, me pongo a divagar.

Miro por el rabillo del ojo y veo que sigue ahí, me doy la vuelta y me voy, no aguanto más y vuelvo a meterme en la cama, realmente tampoco se para que me he levantado, creo que hoy no tengo nada que hacer, pero tengo miedo.

En la puerta, un hombre con una pulcra bata blanca, psiquiatra, según pone en la etiqueta que cuelga de su bolsillo, conversa con una mujer que guarda cierto parecido con el hombre que ha estado más de media hora mirándose fijamente en el espejo.

– Es así todas las mañanas, hoy ha sido especialmente tranquilo, hace dos días le sorprendimos golpeando con furia el espejo, si no le hubieran sujetado los celadores se podría haber hecho mucho daño. La medicación no está haciendo el efecto que desearíamos, seguiremos intentándolo, pero debéis poneros en lo peor, es posible que no vuelva a ser el hombre que conocisteis.

La mujer seca sus lágrimas mientras se acerca a la cama. Apenas dos metros, pero cuando se tiene el corazón encogido por la tristeza es una gran distancia, más que suficiente para recordar: los juegos de niña, los cuentos leídos en la cama, las películas de vaqueros sentados juntos en el sofá ¿Cómo se llamaba aquella que le gustaba tanto?, las regañinas ya de adolescente al llegar más tarde de lo convenido, los enfados porque él no la entendía, el hombre serio ante el mundo que se convertía en un pedazo de pan cuando la abrazaba o cuando intuía que tenía un problema, las grandes frases: “vive y disfruta ahora que puedes, la vida vuela”, “estudia, pero no te olvides de vivir”, el día de su boda cuando la acompañó ante el juez, nunca le vio tan emocionado, o cuando, envuelto en lágrimas, abrazó embobado a su nieto. ¿Dónde está aquel hombre ahora? ¡Cuánto le echo de menos!

– Hola papá, ¿qué tal estás?

El anciano la mira sorprendido. Y ahora ¿Quién es esta? Vaya, pues no se parece al imbécil que me mira todas las putas mañanas.

El anciano se cubre la cabeza con las sabanas y sin saber por qué, se pone a llorar.

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