Pensar, corta pero densa palabra que evoca horas y horas de preparase sobre algún tema sin pulir, pero puntualizando siempre en el más importante, y hacia el cual gira todo nuestro devenir: la vida. Al andar por las calles Rivadavia y Trejo siento como el aire hace volar mi cabello y seca el sudor de mi rostro. Lo raro de mi vida es el acento con el cual viro ante cualquier visicitud que se me presenta, los estudios, las lecturas, los tiempos de acomodo; ninguno me deja sentirme cómodo conmigo mismo. Rivadavia ya termina y yo me siento alejado de mi familia, más cercano a lo innecesario pero lejano de lo mundano. Llego a la avenida principal pero el olor de un tiempo pasado me hace cruzarla y entrar a Corales, dónde mis primeros libros me aguardan nuevamente en aquellos estantes que ante mis miradas perplejas y diarias, se abrían de par en par y me invitaban a sumergirme en sus muebles mientras hablaba con cada uno de los autores presentes. Temas como el viaje al cielo con una tiza y una piedra, o el descenso al sótano previo al descanso perpetuo, se convertieron en materia de sonrisas para mí, sonrisas que me logré sacar ante tanta adversidad en un mundo que muchas veces no sabe a dónde va. Algo así como yo, saliendo de la biblioteca de Corales con el viento soplando mi rostro y el sol quemando mi humanidad.
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