El timbre del colegio sonó. Una vez más, los alumnos de esa aula de tercero de ESO gritaron exaltados, metieron mal y pronto lo que quedaba encima de sus pupitres en sus mochilas, y salieron por la puerta dejando al profesor con la palabra en la boca sin otra cosa en sus cabezas que disfrutar del fin de semana. El hecho de que el verano estuviese a la vuelta de la esquina no ayudaba a contenerlos.

Una vez más, Julia recogió con cuidado su libro, su cuaderno y su estuche, se despidió educadamente del profesor y salió de las últimas.

Sabía que su fin de semana no le iba a deparar nada nuevo. Pero de hecho sí que sucedió algo nuevo, algo que la atravesó. Normalmente, volvía a su casa por el camino más corto, evitando así el otro camino, más largo, pero en el cual se encontraba el parque donde todos sus compañeros solían juntarse al salir de clase.

Ese viernes, Julia se dirigió decidida al parque, y se fue hacia el banco en el que se encontraban los de su clase. Según se puso delante de ellos, todos se quedaron en silencio. Ella sólo quería que se la tragase la tierra. Muerta de vergüenza, salió corriendo hasta donde terminaba el parque.

Sentía humillación, tristeza, miedo… Pero también una sensación nueva que se abría paso en su ser, un enfado indescriptible, hacia sí misma, hacia sus compañeros y hacia algo tan abstracto que no podía concebir.

Siguiendo esta emoción, miró más allá del parque con los ojos llorosos. Pasado el parque, había un camino que se dirigía al monte, en el cual tampoco había reparado nunca. Entró en el sendero apresuradamente, y pasado algún tiempo tomó una decisión aún más irreflexiva: salió de éste y entró en el monte.

Cuando se quiso dar cuenta, no sabía dónde estaba ni cómo volver al pueblo. Estaba aterrorizada, sola, y se dio cuenta de que podía haber cometido un error muy grave. Sabía por las escasas nociones que tenía de supervivencia que cuando una persona se pierde tiende a andar en círculos, así que se enfrió y se decidió a abrirse paso a través de la maleza hasta que volviese a ver algún camino.

Pasada una hora de vagar por el monte, volvió a ver uno, y no sólo eso, sino que estaba segura de que era el mismo del que se había separado antes. El único problema era que la única forma de volver a él era salvar un desnivel considerable y atravesar mucha maleza.

Apenas sentía dolor, pero era consciente de que ya tenía numerosas pequeñas heridas por todo el cuerpo. Pensó que podría aguantar un poco más, así que se fue directa de vuelta al camino, procurando apartar la vegetación con las manos. Aun así en algún momento no supo compensar la pendiente y cayó rodando.

Se había hecho muchísimo daño, pero aun con todo casi lloró de alegría al verse en el camino y ver el pueblo más abajo.

Caminó sin separarse un centímetro del sendero de vuelta al parque, con mucha sed ya y al atardecer. Daba gracias a Dios de haber salido casi ilesa y antes de ser de noche de esa situación.

Por fin llegó al punto donde había salido del pueblo. Para su sorpresa, allí estaba uno de sus compañeros.

—¡Está aquí! ¡La he visto! —gritó éste a pleno pulmón.

Poco después, más compañeros, incluyendo los que la habían ignorado y alguno que otro más, llegaron a su encuentro.

—No sabes el susto que nos has dado —dijo el mismo compañero.

—Pero… Si no me hicisteis ni caso —respondió Julia.

—Sólo estábamos sorprendidos. No sueles juntarte con nosotros. De todas formas y para que lo tengas en cuenta, cuando llegas a un grupo de gente se suele decir “hola” o algo así —dijo con una sonrisa en la cara.

Julia no sabía dónde meterse.

—Tus padres han preguntado por ti —prosiguió— y, por supuesto, les hemos dicho que estabas con nosotros y que no tenían de qué preocuparse. Te espera una buena.

Cuando se recompuso un poco, ella y sus nuevos amigos se dirigieron a su casa.

Julia entró por la puerta y sus padres la estaban esperando. La madre la regañó de todas las formas imaginables mientras el padre guardaba silencio.

—Ya casi empezaba a pensar que te pasaba algo malo —dijo el padre con una sonrisa de oreja a oreja en cuanto la madre se despistó.

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