Viajando en el insoportablemente atiborrado metro de la caótica Ciudad de México, aquél mal logrado licenciado en Administración de Empresas y Periodismo, fracasado en múltiples negocios como restaurantes, restaurante-bar, locales de maquinitas de videojuegos, salones para fiestas infantiles y un aburrido etcétera se puso a divagar observando meticulosamente los rostros de los otros pasajeros. Había varios comunes denominadores, la fatiga, el hartazgo, el aburrimiento, la somnolencia, y en resumen, un sentimiento de profunda pesadez física, mental y emocional. Ya ni hablar de lo espiritual que, dicho sea de paso, muy probablemente ni siquiera figure en el esquema.

Una retahíla de preguntas lo atiborraron, era obvio que la gran mayoría de ellos se dirigía hacia sus casas después de una, o dos, agotadoras jornadas de trabajo en lugares muy lejanos e incluso de difícil acceso. También resultaba evidente que requerían realizar esos inenarrables esfuerzos para llevar, literalmente hablando, algunas migajas de pan a sus casas… ¿Pero?… ¿Como para qué?, ¿Qué sentido tenía todo aquello?

Apostaba ese apretujado, mas solitario pasajero, a que lo más probable fuera que ninguno de ellos, o cualquier otro de los que iban en los otros vagones supiera semejantes respuestas. Es más, se atrevería a apostar también que ni siquiera se habían formulado tan elevados cuestionamientos. Nunca en sus vidas, ni por una mera casualidad o un misterioso chispazo divino. ¡Muchos! Eso sí, estaban absortos en sus problemas económicos, familiares y personales mediatos e inmediatos frente a los cuales se sentían completamente indefensos, desprotegidos, desamparados e incapaces de atisbar algo parecido a una ruta a seguir y tanto menos, una estrategia. ¿Con qué diablos se come eso último que dijiste mentecato tinterillo?

Ya casi para llegar a su destino en la estación San Cosme volvió a preguntarse qué pasaría si alguno de esos malencarados, fastidiados y sudados pasajeros llegara a leer un texto como éste. Todos ellos se encuentran convencidos de que tanto en lo individual como en lo colectivo están predestinados a la fatalidad y que hagan lo que hagan, jamás conseguirá el pueblo mexicano liberarse de semejante mal. Los fantasmas de Hernán Cortés, La Malinche, las invasiones de los pinches gringos y franceses, así como del saqueo de las transnacionales norteamericanas, canadienses, suizas, alemanas, francesas, españolas y algunas otras son, en los hechos, unas pesadas e irrompibles cadenas de las cuáles no conseguiremos jamás librarnos. Los más léidos le echaban la culpa también al villano favorito de México, el expresidente Carlos Salinas de Gortari, su gran socio, amigo y prestanombres Carlos Slim y al famoso club de los 500 empresarios más poderosos del país. Es por eso que estamos irremediablemente condenados a la mediocridad y al fracaso rotundo una vez tras otra sin cesar. Perdemos en el fútbol, y en casi todos los deportes profesionales, amateurs, contra cualquier idiota e incompetente que nos pongan en frente. ¡Vaya! Perdemos hasta con el equipo de Kínder de Haití.

¡No! No vale la pena emprender ningún esfuerzo adicional y tanto menos supremo ni bien organizado. ¡Esos son manjares privativos de los del primer mundo! Por eso nacieron rubios, de ojos azules o verdes, más altos y mucho, pero mucho, mejor dotados por la naturaleza. Otros acuden, aunque sin creérsela en serio en su fuero interno, con chamanes, hierberos, brujos, adivinos y similares. Pero pese a que se gastaron sus muy buenos pesos en la limpia, bien a bien, no ven resultados claros ni contundentes.

El recuento sigue siendo el mismo, pese a todo tenemos minas de prácticamente todos los minerales, océanos, campos de cultivo, selvas vírgenes, montes, valles, mano de obra altamente capacitada en industrias como la automotriz, petróleo, gas, etcétera, etcétera y con todo nos sigue llevando la trampa sin que siquiera nos enteremos por dónde nos llegó el fregadazo. ¿Qué caso tiene tanto esfuerzo? ¿Para qué tanto trabajo, resignación y aguante? Nada en este pinche país vale una mierda, nada en absoluto, no cuando menos para nosotros, el común de los mortales. Solo los dioses del poder y del extranjero encuentran bastas retribuciones a sus caprichos. Muchos de ellos estúpidos y mezquinos como el cancelar la construcción de un nuevo aeropuerto para la Ciudad de México a media obra.

¿Realmente existe Dios? ¿Será que es real, justo y misericordioso? O son puros inventos del hombre blanco para tenernos dominados como mansos corderitos. Quizá el famoso canta autor y poeta, Héctor Roberto Chavero, conocido entre los intelectuales izquierdistas de los años setenta del siglo pasado como Atahualpa Yupanqui, tenga razón cuando dice: “Que Dios vela por los pobres, tal vez sí y tal vez no, pero es seguro que almuerza… en la mesa del patrón”. Y luego remata para acabarla de… “Hay un asunto en la tierra más importante que Dios… Y es que naiden escupa sangre pa que otro viva mejor… y es que nadie escupa sangre pa que otro viva mejor”.

Así las cosas, incapaces como somos de plantear y encontrar respuestas a la preguntas más elementales de la vida ¿Qué nos podremos esperar con asuntos más complejillos como si es que hay una trascendencia espiritual en ésta vida y más allá de ella? Y en caso de que así fuera ¿Cuál es el camino que debemos seguir para llevar a cabo nuestro propio trabajo espiritual? ¿O bien debemos dejarlo a cargo de los pinches curas y La Virgencita de Guadalupe? ¿Dejaremos algún tipo de huella, por pequeña y superficial que pudiera parecer? O somos simples seres mortales de paso efímero y nefasto sin trascendencia o importancia y que tan solo arribamos a este planeta para contaminarlo, echarlo a perder, acabar con la fauna y vegetación silvestres y a fastidiarlo por todos los medios habidos y por haber porque nacimos y moriremos como seres estúpidos, necios y torpes. Pero… ¿Qué te hace creer a ti, maldito observador que realmente piensas y que tienes la razón? ¿No es acaso el hecho de creerte que piensas la culminación de tu arrogante estupidez? Ahí te la dejo, pa que te cuestiones si piensas. FIN.

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