“Piso trece”, indicó el ascensor, deteniéndose abruptamente.
“Curioso”, pensó, “tantos años usando este mismo ascensor, y no me había dado cuenta que incluía un piso trece. La mayoría de los edificios no lo tienen. Mera superstición. Total, como yo viajo al veinte, nunca lo noté”.
Un fresco aroma a nardos, con un deje acitronado, invadió el recinto.
Al mirar la puerta la observó parada bajo el marco de la misma, en perfecto encuadre, elegante pero sobria, sencillamente magistral, con porte de modelo de revista de modas, como exquisita obra, pintada utilizando la puerta como lienzo, por un artista surrealista.
—Buenos días —saludó.
—Buenos días —correspondió.
—Por fin coincidimos —espetó.
—¿Perdón? ¿Nos conocemos? Ahora que lo pienso, tu rostro me es familiar…
—Segura estoy de ello, me conoces mejor de lo que pudieras desear.
—Pero, ¿En dónde nos habíamos visto antes?
—¿Te suena el veintidós de abril, casa de tu compadre Luis?
—¿Cómo? ¿El día que falleció mi ahijado? ¡Qué lamentable accidente!
—En realidad no lo fue. Nada lo es. Nunca. El niño se fue y tú sigues aquí.
—¿Cómo dices? ¿Cómo puedes afirmar eso? ¿Acaso estás insinuando que …?
—Yo no insinúo nada, solo cumplo destinos. Todo está ya escrito. Si ese día tan solo hubieras…
—¡Calla! ¿Acaso pretendes culparme por lo que pasó?
—Nadie es culpable de nada, todo sucede cuando tiene que suceder. Si el aleteo de una mariposa puede cambiar el rumbo de la historia, ¿qué cosas no podrán desencadenar las acciones de un hombre?
—Pero, en verdad no entiendo qué me quieres decir…
—No pretendo yo decirte nada, solo actúo cuando me corresponde actuar. Si en este momento me ves parada frente a ti, es porque ya estaba escrito que hoy estaría yo aquí.
—¿Quién eres?, pero ¿Quién te crees?
—Soy quien no quisieras que fuera. Soy tu peor pesadilla. Soy tu punto final.
—Si en verdad eres quien dices ser, dame tan solo una señal. Dime por qué yo, por qué hoy, por qué aquí.
—¿Recuerdas la noche del cinco de enero pasado? “Noche de Reyes”. Portabas en una mano juegos pirotécnicos mientras con la otra alardeabas con un viejo encendedor. Aquella mujer, un minuto antes, se llevó la última chispa remanente del gas con el que encendiste su cigarrillo. El bidón con combustible que yacía a tus espaldas, oculto tras un cartón, permaneció gracias a esto, inerte cual testigo de tu acertada decisión. ¿Y el veinte de mayo manejando ebrio por la ciento cinco? Un felino, al cruzarse en tu camino, robó un segundo a tu destino, desfasando nuestro encuentro en esa ocasión. ¿Quizá la madrugada del tres de septiembre, saliendo del Bar “Los tres amigos” acompañado de una joven y bella mujer? En todas estas fechas yo estaba ahí, iba por ti, pero una pequeña acción tuya lo cambió todo. Es cierto que en esas ocasiones alguien más partió, pero tuve que esperar por ti una nueva oportunidad.
—¿Y hoy? ¿Es que tengo opción?
—Depende de ti. Quizá podemos hacer un trato.
—¿Quieres decir que podemos pactar?
—En el piso veinte te has de apear. Antes de que la puerta se abra por completo en ese lugar, oportunidad tendrás de demostrarme que a tu vida un sentido darás, solo así podrás entonces cambiar tu destino final.
—Pero solo es cuestión de minutos, necesito un tiempo más.
—El tiempo no es un determinante, cuando de hacer el bien se ha de tratar. Dale siempre buen uso al tiempo y nunca te arrepentirás. El tiempo no es ya más tu aliado. El tiempo no está hoy de tu lado.
>> Catorce y subiendo…
—Mmm. ¿Estás hablando en serio? Y de mi familia ¿Qué será?
—Cuando una familia uno tiene, la debe de cuidar. Tu elección fue tenerla, pero el solo mantenerla, sobre ella derechos no te da.
>> Quince…
—No, no, detente, tan solo déjame pensar unos minutos antes de continuar.
—Unos minutos no bastarían para el daño que has causado tratar de reparar.
>> Dieciséis…
—Por favor, escucha, tan solo dame una pista. ¿Qué debo hacer?
—De conciencia fuiste dotado, que te permitiera decidir, si obrar a tu conveniencia o a tu corazón seguir.
>> Diecisiete…
—¡Por Dios, para ya!
—¿Escuché bien? ¿Pretendes ahora a tu Dios evocar? ¿Dónde estaba Él durante tu diario actuar?
>> Dieciocho…
—¡Voy a cambiar! ¡Lo prometo!
—Bien lo podrás intentar, sin embargo, con solo prometerlo no bastará.
>> Diecinueve…
—¡Por favor, ten piedad!
—¿Ahora eres tú quien implora piedad? ¿Pensaste alguna vez en esa palabra cuando a tus subordinados solías doblegar? Familia muchos de ellos tenían, una vida, buenos sueños, ilusiones que alcanzar.
>> Veinte.
>> De un momento a otro las puertas se abrirán. Entonces nuestros caminos se juntarán, y en esta ocasión, sin excusa, me tendrás que acompañar. Tu destino por fin se cumplirá.
—¡Ten misericordia de mí! ¡Perdóname por favor! ¡Juro que cambiaré de vida!
—¡Uff! Has pronunciado las palabras mágicas. Sin embargo quizá ya es demasiado tarde. Las puertas se empiezan a abrir y veo un rayo de luz filtrándose del exterior, iluminando el piso del ascensor.
“No hay tiempo ya”, murmuró.
Cayó arrodillado y juntando las manos empezó a orar. Un par de lágrimas sus mejillas mojaron y con un sollozo, mirando al suelo, vio su vida pasar.
Al notar su triste imagen reflejada en el piso de blanco mármol del ascensor, supo que las puertas se habían abierto ya.
Resignado a su destino, se incorporó presto al ascensor abandonar, pero al mirar al exterior se encontró solo, e incrédulo, notó que aquel piso no era el mismo en el que a diario se solía bajar…
La próxima vez que subas en un ascensor … cuida que este no pare en el piso trece.
Fotografía por Jesús Félix Gómez.
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