Recoger lágrimas.

Recoger lágrimas.

Luis Valdés

26/07/2018

I

Recoger lágrimas y liberar un alma rota;

y desterrarte a un no sé dónde para efectuar

un simple pensamiento,

y de tus ojos,

filosofar un universo sin conocer el concepto del mundo

que concebimos.

Lágrimas parecidas a diamantes por su singular brillo al caer al sucio suelo;

o quizá sean rubíes por el tono rojo de la sangre viva

que brota de tus pupilas.

¿Puedes discernir entre el odio y el perdón?

¿Has olido la tierra húmeda y has percibido el sabor de la muerte cuando todavía caminas entre nosotros?

Recordarás el diciembre con sabor a juventud,

pues corrías detrás del viento y te cansaste de contemplar el azul del cielo.

Rosa marchita y vieja;

música tenue y distorsionada.

Se ha extinto el rojo de tus labios y se han provocado grietas.

La joven de las luciérnagas de julio perdió en el tiempo un idilio;

y el tiempo no devuelve nada,

rencorosa de su tragedia,

a un caracol fue a machucar.

Si ese caracol hablase, no te hubiese comprendido,

tampoco te hubiera ayudado a sanar.

La ventana que en un tiempo parecía perpetua e impenetrable,

con ese tiempo maldito

la ha apolillado,

pero en comparación tuya, sigue firme.

II

El nocturno azulado de la luz del cielo en tu mirada,

irradia celos porque yo he contemplado taciturno los ojos de la rosa nueva que emite un aroma tranquilo.

Se desvanece de mi mano.

Se va para el occidente salvaje y el murmullo,

me golpea con un sentido absurdo de soledad.

Si yo muerto he estado de nacimiento, con soborno para conocer luz falsa

no me he de redimir,

muchachos ebrios por la canción de la rondalla añeja,

un rosario fosforescente han perdido entre la madrugada tintineante,

se desvanecen al alba por consciencia y encuentran un santuario de sauces llorones,

pero no se quejan,

deja que tus ojos se sequen con la noche triste que emana

la arboleda quieta del otoño.

Los visitantes lloran tu desgracia.

Nada te exime de tu destino casual.

III

Ahora entiendo lo que el otoño se llevó,

como ardió la hierba el martes por la mañana;

como nos dejamos olvidar por un incipiente rencor.

Nunca tuvo sentido contemplar tu retrato enfermizo.

No pude arrojar por la ventana el recuerdo mutilado de tu ausencia.

¿Qué puedo pedirle a la soledad?



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