un fin de semana ajetreado

un fin de semana ajetreado

El domingo temprano aunque estaba lluvioso, ni siquiera esperamos a desayunar y como de rayo salimos a la carretera con rumbo a la ciudad de México; hacía varios días que nos quedábamos en casa, el clima lluvioso y la carretera mojada nos daba desconfianza, pero ese día no nos importó.

Llegamos al D.F. a visitar a los familiares de mi esposa y a nuestros hijos, con quienes pasamos un buen día. A la mañana siguiente regresamos a Tlaxcala. Veníamos en el coche tranquilamente. Después de pasar la caseta de cobro, el paisaje a lo lejos el sol iluminaba las montañas, una a una iban apareciendo las curvas de la autopista como serpenteando, que se perdía entre los cerros. El Popocatépetl no se veía, las nubes lo cubrían, pero la Ixtazihuatl lucia esplendorosa con su sábana de nieve blanca. Y así, seguíamos subiendo, una vez que pasamos el pueblo de Río Frio, el Popocatépetl mostraba todo su esplender de volcán nevado.

Escuchamos un ruido en mi estómago y mi esposa se rió y decidimos pasar a tomar un café y un panino (torta italiana) en la cafetería de la gasolinera. Esperábamos nuestra orden cuando vimos llegar dos autobuses y mucha gente empezó a bajar.

-Creo que son peregrinos- comenté

-Si son de las personas que vienen a visitar a la virgen de Guadalupe en la Basílica- dijo ella.

-¿Crees?- Le dije

-¡Sí!- contesto ella

Todos eran señores y señoras de edad, con canas unos más que otros. Un señor se fue a sentar en una mesa que estaba desocupada al lado de la nuestra. No tardo una señora en sentarse con él y empezó a regañarlo, que no debería de comer esto, ni lo otro y pero ella pidió una rebanada grande del pastel y su café exprés bien cargado porque así le gusto a la señora, se lo termino y luego ordeno otro pastel y otro café. Al pobre marido no le permitió comer a gusto. Además, con voz de mando de sargento mal pagado le dijo

-Tomate sus medicinas, que se te va a pasar la hora-

Mi esposa y yo intercambiamos miradas divertidas, por un instante ambos recordamos que hace unas primaveras, veranos y demás estaciones del año pensamos en hacer a un lado nuestras diferencias y apoyarnos uno al otro y no caer en estas circunstancias, no es fácil pero hay la llevamos.

En eso voltee la cara hacia afuera y en la terraza, en una mesa, se sentaron dos hombres que bajaron de una camioneta Lincoln con rines de magnesio y llantas Michelin, vidrios eléctricos y escalón automático que se baja cuando abren la puerta.

-Esos tipos han de ser políticos o comerciantes- comenté

–O narcos- dijo mi esposa.

Mientras yo continuaba viendo el lujoso vehículo. Ambos tomaban café, uno con pastel y el otro fumando desesperadamente. Al fumador se le veía preocupado, entonces pensé, de seguro que los negocios no funcionaban a su gusto, el cigarro se lo acabo muy rápido y enseguida encendió uno más, su compañero con semblante tranquilo y despreocupado miraba el paisaje, mientras el humo del cigarrillo de su colega continuaba elevándose por el aire después de cada boconada. Ese negocio no marcha bien y de seguro había que pagar los impuestos del fin de mes. El tipo del cigarrillo, anotaba rápida y nerviosamente en la libreta, como que las cuentas no eran claras. Quince minutos después, los dos sujetos se levantaron, el fumador hecho la última bocanada de humo y con la otra mano guardo la libreta en su bolsillo, se subieron a su elegante camionetón y los vi desaparecer en la carretera.

Nosotros comíamos sin prisa, realmente estábamos saboreando el buen café y llenando la tripa, a pesar de que debíamos llegar al trabajo. Entonces, nos dimos cuenta de que nuestra situación era diferente a la de los comensales de las demás mesas. Pues a pesar de que no somos de recursos abundantes, nuestras escasas preocupaciones nos permiten dormir bien, con un techo sencillo y un carro que nos lleva y nos trae. Cuando pagamos la cuenta, sin decir una palabra nos alegramos de no estar en la situación de viejos refunfuñones, o con costosas preocupaciones. A estas alturas ya había pocas personas en la cafetería. Y nuevamente estábamos en camino a Tlaxcala, con un sol que ahora sí, lucia esplendido.

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