Sara despertó atormentada por aquella voz que retumbaba en sus oídos que le decía “MARCHATE!!!”, aquel monje con voz estruendosa que osaba perturbarla cada noche en medio de sus sueños, sin ella saber, si era realidad o solo existía en su mente.
Sara lo recordaba cada día, con aquella voz que la atemorizaba, el imprudente espíritu vestía una túnica y una capucha marrón. En razón del temor que él le causaba y la obscuridad de la noche, ella jamás logro observar con nitidez su rostro, apenas lograba divisar en aquella difusa figura unos penetrantes ojos negros. Su cuerpo y su mente se detuvieron sin poder pronunciar una palabra, como una involuntaria espectadora, Sara permanecía en su cama escuchando esa misteriosa voz.
Una noche logró armarse de valor y controlar aquella inmovilidad que le producía el pavor de presenciar esa paranormal escena.
“¡¡¡Déjame en paz !!!” gritaba Sara, “me atormentas, no logro entender tu petición”, pero el monje mantuvo su silencio y desapareció.
Después de esa extraña noche, pasaron varios meses en los que el monje no volvió a molestarla, hasta que un día Sara, comenzó a sentirse completamente sola, en aquel pueblo donde había decidido comenzar una nueva vida.
Así transcurrió el tiempo, Sara sentía que sus sentimientos de soledad, se profundizaban cada vez más causándole gran tristeza.
Una noche, sentada en la silla mecedora que se encontraba en el jardín de la casa que alquilaba, miró al cielo y se preguntó, cómo aquel monje que la había visitado tantas noches la había abandonado, al concluir dicha pregunta, comenzó a extrañarlo, sin saber si era por la tristeza que la afectaba o si realmente deseaba volver a verlo. Acto seguido y mirando al horizonte, exclamó … “¿qué debo hacer para que vuelvas a protegerme?, estoy muy cansada de estar sola, sé que estas escuchándome, aunque no pueda verte”.
Esa misma noche y como si el monje la hubiera estado acompañando en dicha velada, apareció nuevamente en su sueño y comenzó a hablarle, ella asombrada y a la vez extrañamente feliz por tenerlo de vuelta, tuvo la necesidad de hablarle, pues ya no sentía miedo. El monje procedió a quitarse la capucha que le impedía a Sara ver con claridad su rostro, este era pálido e irradiaba una singular tristeza. Sara al poder finalmente contemplar al monje en plenitud, sintió compasión, angustia y empatía, ya que en él vio reflejados los sentimientos que hace bastante tiempo a ella también la estaban inundando. Este se recostó al lado de ella y exclamó …” Quiero que comprendas la razón de mi fiel y abrupta presencia, y de la ingrata melancolía que padezco”. Así comenzó a relatar.
Es la historia de otra vida, corría el año 1810, en un pueblo llamado Mino, dos niños se conocieron en la escuela. Eran niños muy distintos, él un niño feliz, amado por sus padres, quienes eran dueños del almacén más grande del pueblo, a diferencia de ella quien era una niña tímida, hija de padres alcohólicos que vivía en un hogar donde siempre faltaba comida sobre la mesa, y a la que su madre enviaba a conseguir alimento y dinero en las calles, motivo por el cual era víctima de constantes burlas.
Un día ya siendo adolescente y sobrepasada de tal desdicha, ella decide marcharse de aquel pueblo a la gran ciudad de Encen. Allí comenzó a trabajar con una adinerada familia realizando los quehaceres del hogar.
En sus días libres, salía a recorrer las calles de la ciudad, mientras soñaba con ser una respetable dama, rodearse de lujos y todo aquello que la vida le había negado.
En una de estas jornadas, caminó por un callejón y se topó con un burdel, en ese momento comenzó a trabajar allí. Un día, ingresó al burdel un hombre que no pasaba desapercibido, ya que destacaba por su elegancia y una agradable sonrisa. Sara se dirigió a la mesa donde este caballero se encontraba, para ofrecerle algo de beber. Al momento de estar frente a él, sintió un inusual escalofrío que la dejó absolutamente paralizada. Ambos se miraron por largos segundos, hasta que el hombre la tomó suavemente de un brazo y le dijo …” ¿Sara me recuerdas?… “Soy Vittorio, asistíamos a la misma escuela en Mino, Dios el mundo es un pañuelo” exclamó.
Desde ese día, Sara y Vittorio se volvieron inseparables, estaban absolutamente enamorados.
Una tarde al regresar a casa, Vittorio encuentra a Sara tendida en el suelo, había resbalado por las escaleras, Vittorio corre a auxiliarla, pero ve que su cuerpo yace inmóvil, Sara había muerto.
Vittorio, sin poder superar esta enorme pérdida, se refugia en la iglesia y decide incorporarse a la orden de los monjes Franciscanos.
Después de este lamentable relato del monje, Sara se abalanza en sus brazos y comienza a llorar mientras con impotencia observa como este espíritu empieza a desvanecerse, sin antes mencionarle que recoja sus cosas y que a la mañana siguiente se dirija a la estación de trenes y aborde el primer tren con destino al norte.
Al otro día, Sara despierta con una enorme felicidad y casi de forma automática, prepara su equipaje y emprende rumbo a la estación.
Después de largo rato, ingresa el primer tren en dirección al Norte, un tren que llamo su atención pues era muy antiguo, ella se detiene frente al tren y al abrir sus puertas se percata que Vittorio extiende su mano para que suba al vagón. Vittorio estaba vestido de elegante caballero con su inigualable sonrisa.
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