Miraba atento el mapa. Su mapa. Y no lograba entender dónde estaba el norte. La cálida brisa le impedía extender en toda su dimensión ese trozo incomprensible de papel roído, por más que se esforzara. Las anotaciones en bolígrafo rojo y los borrones en lápiz tampoco contribuían. Cada pliego rompía el silencio del lugar. En su pecho, una sensación que ya conocía de otras batallas cuando algo no salía bien.
Nada en el horizonte. En ninguna dirección. Solo dunas de arena. Una corriente le envolvía, acariciaba su piel y mecía su camiseta blanca. ¡Qué suerte! – pensó – al menos el blanco refleja los rayos de sol y podré aguantar más tiempo.-
Con ese pensamiento le vino otro de súbito – ¿Qué hora era? ¿cuánto tiempo llevaba en ese lugar? ¿qué lugar era ese?- No sabiendo responder a ninguna de las preguntas optó por dejarse llevar y caminó recto. Paso a paso. Sin saber si sería el rumbo correcto, pero con paso firme.
Cuando sintió sus piernas cargadas, se detuvo a descansar, ¿nunca anochecía en aquél maldito lugar?. Y al tiempo que se vaciaba los sesos en esa pregunta, cerró sus ojos casi sin decidirlo. Los volvió a abrir en lo que para él habían sido escasos dos minutos y se encontró tumbado y acurrucado. La brillante luz del lugar persistía. Su mapa también, enganchado a su mano izquierda. Una sombra alargada se posaba sobre sus hombros. Fue alzando la vista y sus ojos se abrieron como girasoles cuando al final de esa sombra, unas sandalias azules daban paso a unas piernas que, a su vez, desembocaban en una figura de mujer joven delgada, de ojos claros y con la misma pose de perdida que él había tenido horas atrás. También ella tenía un mapa. Y por su ceño fruncido, parecía que tampoco tenía claro cómo usarlo ni dónde se encontraba.
Cuando vio que él despertaba, con toda la naturalidad del mundo, le soltó un amistoso ¡hola! ¡menuda siesta que te has pegado! A lo que él, todavía aturdido, no supo que responder. Se recompuso, se levantó y antes de enjuagarse la garganta para poder emitir cualquier sonido comprensible, ella se le volvió a adelantar:
– Yo ando un poco perdida. Con el mapa, digo. Vale que sea una experiencia novedosa esto de viajar en cámaras sensoriales a lugares de nuestra mente, pero ya me estoy agobiando porque no sé donde ir…- Dijo casi sin respirar y de forma atropellada.- Hay tan pocas señales, todo parece un desierto…y bueno, no me lo esperaba así. No es tu primera vez, ¿no? Se te ve tranquilo. – Terminó finalmente por tomar algo de aire.
Sin saber si ella había terminado su soliloquio, él se dispuso a responder. A un ritmo pausado, antagónico al de ella, fue hablando con una sensación de espesura en su boca.
– Si te digo la verdad, yo ni siquiera sé que estoy haciendo aquí. Desconozco si me quedé dormido y es un sueño, si es una sorpresa de mis amigos por mi cumpleaños o si he entrado yo por voluntad propia…Algo ha debido fallar porque ahora no sé ni donde estoy.
Ella prestaba atención a sus palabras aunque a veces su mirada se perdía en el mapa, sin dejar de sostenerlo. Además, su inquietud manifiesta y su incomodidad era fácil de apreciar viendo cómo cambiaba el peso de su cuerpos sobre sus piernas.
– Por cierto – continuó él- ni siquiera sé qué hora es…o cuánto tiempo llevo, llevamos aquí.
– Bueno, eso es normal- le dijo ella tratando de tranquilizarle- lo leí antes de entrar…lo llaman tiempo sin tiempo. Básicamente buscan crear un espacio donde no nos veamos atosigados ni condicionados por el trascurso de las horas. Ya sabes, desde la revolución industrial, es nuestro principal vara de medir todo…
– Sí, eso sí me suena más. De todas formas…- hizo el movimiento para ver la hora en su muñeca y solo encontró la marca de la piel más blanca en el lugar donde acostumbraba a tener su reloj de cuarzo. – Vaya, ¡tampoco tengo mi reloj!.
– ¿Tampoco te acuerdas de eso? Se deja siempre en la cajita metálica de las pertenencias, antes de entrar en la cámara.
– Pues no, supongo que me acostumbraré. Es curioso todo esto y un lugar agradable, pero me pone nervioso.
El sol seguía en lo alto y el horizonte despejado. Los dos habían comenzado a caminar al mismo ritmo, sin tomar conciencia, danzando por la arena como conectados por la brisa. Ella sonrío.
– ¿Por qué te ries? – preguntó él con una sonrisa entre cómplice y de desconcierto.
– Porque tampoco te acuerdas de los “peros”, que anulan todo lo dicho antes. PERO no te preocupes, que poco a poco vamos a recordar cosas. – le dijo ella con tal serenidad y brillo, que él no necesitó añadir nada.
Hubo un silencio escandaloso de duración indeterminada. Solo el sonido del viento rozando sus caras lo anulaba. Y el de sus pisadas en la arena. Ellos se miraban y al sonreir, cambiaban de dirección o de ritmo sin una palabra. Tampoco pensaban. Dejaban fluir sus cuerpos en ese caminar hacia ningún lugar. En un mal paso, él tuvo miedo de caer, por un momento sintió vértigo y decidió hablar:
– ¿Y si solo seguimos un mapa? En lugar de ir cada uno con el suyo…¿no sería mejor? – dijo, mientras trataba de disimular la sensación.
– Cuestión de probar – respondió ella – O mejor, déjame tú el tuyo y yo te presto el mío, ¿te parece?.
De nuevo sin hablar, se intercambiaron los mapas y siguieron dándoles giros y vueltas para intentar encontrar un sentido a tanto camino.
– No creas que me aclaro con el tuyo – confesó él – de todas formas, ¿te parece si descansamos un ratito en ese oasis que se ve ahí?.-
– A mí me parece más bien una playa, PERO vamos.¡Es una gran idea!
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