El día tan ansiado ha llegado, parece que todavía no salgo del asombro. He viajado desde muy lejos para el concierto. Me he preguntado si valdrá la pena, he pasado mil desventuras para llegar hasta aquí. Mi familia ha dicho que es una locura total. Todos me lo han dicho, esos pensamientos invaden mi espíritu aventurero y temo que las cosas no salgan como lo espero y aún así me atrevo a ir por mi sueño. Por micrófono anuncian la llegada a Lima, los pasajeros se ponen de pie y acomodo mi pequeña pero pesada mochila. Al bajar del bus, fue la misma emoción de mi primer viaje a Lima. Nuevamente sola, me tengo a mí misma y eso me basta.

Cuando llegué a casa de mis tíos, decidí dormir en la habitación que se me había asignado, luego de un largo viaje me esperaba un gran concierto y debía llegar temprano, mientras caminaría por las calles de Miraflores, cenaría en un restaurant antiguo, todo estaba planificado así que dormí profundamente. Y ese fue mi error, dormir hasta tarde y despertar a las 6 pm. Se suponía que debía estar lista desde las 5pm para llegar a las 6pm, pero todo se complicó. ¿Por qué siempre me pasa eso? Me alisté tan rápido como pude, todavía tenía 2 horas para llegar. Fui al paradero, pero ningún carro pasaba por ahí. Mi desesperación hizo que tome un bus equivocado ¡Grave error! Aquel bus me llevó por las zonas más inhóspitas de Lima, el tiempo avanzaba muy rápido, cuando vi el reloj eran 8:30pm, no me alcanzaría el tiempo para cenar ni para fotografiar el lugar. Estaba desesperada, había mucho tráfico. A las 8:50 pm me bajarme del bus y tomé un taxi que aseguró conocer el lugar del concierto, pero el taxista mintió. No tenía idea de cómo llegar y tuvimos que preguntar mucho. Estaba angustiada, cuando por fin llegué al lugar, me encontré con un escenario muy distinto al que imaginaba, no había colas ni grupos de fans. Estaba desorientada, habían carteles por todos lados que decían: General, Preferencial. Pero ninguna decía: Vip, le pregunté al señor de seguridad y el señaló otra puerta. ¿Ya empezó el concierto? le dije. «Empezó a las 9 llevas 20 minutos de retraso». Hubiese querido que sus palabras no sean ciertas, pero él tenía razón. Había llegado tarde al concierto de mi vida. Todos estaban de pie y no lograba ubicarme, hasta que por fin hallé mi sitio. Fue entonces cuando sucedió, elevé mi rostro y lo que vi fue grandioso, era La Oreja de Van Gogh. Cinco maestros de la música sobre el escenario, ahí estaban. Xabi tocando el piano, Álvaro con el bajo, Pablo con la guitarra, Haritz con la batería y Leire con su dulce voz. Fue un momento mágico, me había quedado sin palabras. De repente unas lágrimas rodeaban mi mejilla, estaba llorando de felicidad. Jamás imaginé que este sueño se haría realidad, durante años me había resignado a escuchar a mi grupo sólo por radio, incluso llegué a pensar que moriría sin asistir a un concierto. Miré a mi alrededor y todos eran fans, todos sabían cada letra y melodía de las canciones. Y si pensaba que las personas que escuchaban a la Oreja, sólo eran jóvenes ¡Estaba equivocada! Una señora de aproximadamente 60 años y una niña de 8 años, cantaban a viva voz sus canciones. Ellos lucían tan radiantes, bailaban sin temor del que dirán. Su emoción era contagiante, que fui contagiada. Olvidé que no sabía bailar o que mi voz no era tan afinada, mi espíritu musical relució. Canté y baile cada canción, me emocioné, lloré, salté y grabé aquel momento. Sabía todas las canciones, pero llegó un momento en el que La Oreja, tocó un tema musical que jamás había escuchado. Pregunté a una chica qué canción era, pero no logré escuchar su respuesta. Como no sabía la letra, decidí sentarme y ver como las personas cantaban. Estaba sentada, esperando que esa canción acabe y cuando acabó, la vocalista dijo: ¡Gracias Perú! y se despidieron del público. Estaba molesta conmigo misma, había estado sentada en la última canción y no me había despedido de mi grupo favorito. Sin embargo tenía la esperanza que ellos vuelvan, todos gritaban ¡Otra! ¡Otra! nadie se resignaba que el concierto finalizara así. Y cuando estaba guardando mi cámara, la Oreja reapareció. A partir de entonces, me prometí disfrutar el concierto sin importar lo que pase. Me sentía como en el cielo, porque luego tocaron una canción con la que la banda se había iniciado. Era el himno de todo fan de la Oreja, así que disfruté, bailé y canté como nunca antes lo había hecho. Es verdad que en las anteriores canciones también lo hice, pero esta vez fue especial. Disfruté tanto, que sin saberlo era la última canción del concierto. Luego de ello, los integrantes de La Oreja de Van Gogh se abrazaron y se despidieron, agradeciendo tanto al Perú. Esa noche aprendí tantas cosas y me puse a pensar que la vida es como un concierto, lleno de canciones alegres, fúnebres y canciones desconocidas. Pero ese matiz de altos y bajos es necesario; dependía de cada quien, levantarse de la silla y disfrutar cada melodía de la vida o quedarse sentado, viendo como el resto disfruta del concierto.Todo depende de disfrutar con los pequeños momentos. Yo era feliz, había aprendido la lección. Salí del concierto con las sonrisa más satisfactoria que nunca pude imaginar. Quería gritar por las calles y abrazar ese momento en el mapa mental de mis recuerdos. Eran las 12 de la noche y la mayoría de tiendas había cerrado, no había comido pero no tenía hambre. Aquella noche no pude dormir y cada vez que recordaba el concierto una gran sonrisa se dibujaba en mi rostro. Recordé todo lo que tuve que pasar para llegar aquí y ahora podía decir que todo había valido la pena. No viajé para soñar, yo lo viví.

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