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Estoy aquí. O allí. No lo sé.
Estoy sola. O acompañada. Da igual.
Lo que sí sé es que estoy paralizada. No puedo moverme. Es como si estuviera fijada al centro de la Tierra y la gravedad ejerciera una fuerza mucho mayor en mí que en los demás.
Desconozco el motivo pero siento que estoy ante un peligro inminente. Cada músculo de mi cuerpo se contrae hasta provocarme dolor.
Mis sentidos se ponen en alerta. Es como si necesitase agudizarlos para ser consciente, a la mayor brevedad, de cualquier amenaza percibida.
Abro mucho los ojos, levantando las cejas y apenas parpadeo, necesito captar toda la información posible del entorno. Miro a un lado y a otro, con el cuello rígido y la visión borrosa. Es como si no fuese capaz de enfocar bien. Veo muchas cosas pero no miro nada. Cierro los ojos fuertemente una y otra vez para aliviar la sensación, pero no lo consigo.
Mis oídos se muestran hipersensibles al sonido. Aprieto mucho la mandíbula y me rechinan los dientes. Mis labios forman una línea muy fina y el contorno de mi boca está lleno de arrugas a pesar de mi juventud.
Cierro los ojos durante una milésima de segundo. Escucho los latidos de mi corazón, galopando fuerte y rápido. Inspiro para llenar mis pulmones de aire pero es como si éste se negase a entrar. Me cuesta respirar.
Cuando los abro, me miro los pies y lo que veo me desconcierta: éstos se están convirtiendo en raíces, atravesando la superficie de la tierra y anclándose al suelo. Definitivamente no puedo moverme.
Poco a poco mi cuerpo se transforma en un tronco y al llegar a mis brazos, éstos derivan en ramas. No sé qué está pasando pero tengo mucho miedo.
Y de repente, lo veo.
Veo a un temible tigre en la distancia, quieto, desafiante. Con sus fieros colmillos y grandes garras. Comienza a moverse de un lado a otro, a veces se acerca y otras se aleja. En algunas ocasiones está de pie y en otras agazapado, pero nunca, jamás, deja de reparar en mí. Me acecha constantemente.
Temo que se acerque más de lo normal y acabe atacándome. Soy un árbol anclado a la tierra y no puedo correr, así que busco desesperadamente la forma de luchar contra el tigre, sin rendirme en ningún momento. Yo sola no puedo hacerlo, así que durante quince años busco ayuda sin descanso, pero no es hasta el último, en el que alguien me da la clave: debo iniciar un viaje hacia el autoconocimiento cuyo destino es el bienestar. Desconozco cuánto tiempo durará pero sé que es el más importante de mi vida y que no debo tener prisa.
Y así, tras meses batallando contra él, empiezo a debilitarlo, ya no se acerca a mí ni me desafía con la misma intensidad. Hasta que un día libramos un duelo final que se salda con una única vencedora: yo.
En aquel momento el tigre huyó despavorido y comencé a notar una nueva transformación: mis raíces derivaron en dos patas, mi cuerpo se llenó de plumas y de mis ramas surgieron un pico y dos maravillosas alas.
No había sido consciente hasta ese instante pero siempre he sido un árbol queriendo ser un pájaro, volar y ser libre, y por fin lo he conseguido.
Esta es la historia de un viaje hacia la búsqueda de la salud y el bienestar.
Esta es mi historia.
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