Me encanta caminar por la ciudad del futuro, donde los edificios blancos y contundentes de cemento, cristal y acero crean un escenario fantástico, un espectáculo visual, con una estética perfecta inmortalizada todos los días por miles de cámaras.
La línea recta no existe. Las curvas de todos los espacios guían tus ojos, su sinuosidad transmite al visitante suavidad, relajación, armonía…
Unas pequeñas escalinatas te conducen al impotente casco del guerrero, tan blanco, tan luminoso, tan blanco y tan enorme, ese espacio mágico que es el Palau de les Arts Reina Sofía.
A sus pies aparecen una serie de lagos de entre los que aflora una cápsula mágica o quizás un semicírculo que asemeja al ojo humano: L’Hemisferic.
Fragmentos de cerámica blanca recubren los bancos y los bordes de los lagos. La belleza y la plasticidad que se produce entre el blanco de todo edificio y el azul del agua transmiten la esencia mediterránea.
Llegamos al Lago Sur, el estanque principal de la Ciudad de las Artes y las Ciencias, a su izquierda emerge el Museo Principal Felipe con esa arquitectura se yergue imposible de explicar, que ha servido de escenario cinematográfico como estación interestelar en Tomorrowland.
Al fondo surge el Ágora, un enorme edificio de un azul oscuro intenso como las profundidades del mar.
A su derecha, en un plano superior, el Umbracle, un paseo elevado y ajardinado con especies mediterráneas, tan diferente e incondicional.
Ahora puedes disfrutar de la exposición de 6 esculturas monumentales de Manolo Valdés, 6 grandes cabezas flotan sobre el gran lago reflejándose en él. El espectáculo nocturno es impresionante.
La arquitectura futurista al servicio de una ciudad moderna es su principal emblema.
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