No debía ser un viaje más, de hecho no lo fue.
Tenía veinte años, estaba en mis últimos años de estudios universitarios en una facultad privada ubicada en mi provincia natal llamada Tucumán, al Norte de Argentina. Llevaba varios años de novia con un chico que había conocido en la secundaria y que nunca olvidaré por el trastorno que le ocasionaba a mi padre esa relación.
Ya llevaba siete años de novia, fue por el mes de Octubre del 2010 que agotada de todo el problema que me ocasionaba, decidí terminar con todo ello y hacer un viaje que me diera otra perspectiva de vida,y porque no, una buena oportunidad para quedarme allá.
El viaje sería¡por supuesto!a Francia, y digo»por supuesto»tan enfáticamente porque era de publico y notorio para mis más allegados amigos y familiares que era una fanática de este hermoso país y una más de las enamoradas de la romántica París. En fin, regresando a mi relato, el destino del viaje era París, sería la primera vez en mi vida que viajaría sola fuera de mi tierra natal, pero estaba dispuesta a hacerlo y a quedarme el tiempo que fuera necesario.
Aprovechaba la ocasión de tener parientes viviendo en un pueblo cercano a la gran ciudad, llamado Clamart, el que había conocido en un viaje que hicimos con toda mi familia exactamente hacía un año y deseaba volver…de hecho era una decisión firme y segura como pocas hay en mi vida.
Por supuesto necesitaba de una ayuda económica paternal para poder tener éxito con mi plan, había trabajado en uno que otro lugar pero a decir verdad no era una suma que me ayudaría a concretarlo.
Ya tenía mis elementos necesario, contaba con el dinero, el tiempo, una habitación ofrecida por mis tíos de Clamart y lo más importante de todo mi decisión.
Por el mes de Noviembre mi vida se había enredado cual nudo de marinero, por lo que no lo pensé ni un segundo más, armé mi bolso, preparé la valija, y en unas últimas palabras de mi padre mi hermano embarcó conmigo.
Siempre los viajes a Europa nos quedan particularmente lejos, Argentina es un país que queda casi abajo del globo terráqueo y las idas y vueltas se tornan eternas para gente como yo carcomida de impaciencia y locamente desbordada de ansiedad.
Pisamos suelo foráneo. Resulta ser muy curioso como a pesar de compartir el mismo cielo, sol, agua y aire en todo el mundo, un cambio de lengua, edificación y política socio-económica impactan en uno al poner el primer pie en una tierra distinta a la natal, cómo los sentidos se agudizan, de repente el aroma es diferente, los colores son mas fuertes donde en nuestro país son mas fríos y mas fríos cuando en nuestra tierra son mas fuertes, cómo la brisa sacude diferente las vestiduras y los cabellos, y cómo la psicología social marca desde el primer contacto,con su gente,la diferente temperatura en la sangre.
Mi primera impresión sobre mis parientes ya la había adquirido en el viaje anterior; ahora bien, uno considera que solo existe una primera y única impresión de la persona hasta que caes en cuenta que aquella fue la primera pero no la única,y que podría cambiar tan fácilmente con un solo gesto dejando una «segunda-primera impresión» como lo que me sucedió al saludar fervientemente a mi tía, jamás me sentí tan avasallante como en ese momento que al saludarla, luego de pasado un año de haberla visto, colocó su mano izquierda en frente como barrera y con un sutil y discreto empuje expresó: -«nosotros no saludamos con abrazos y besos», lo que hizo que en mi cabeza se abriera una suerte de libreta de reglas sociales que debía comenzar a conocer y respetar si deseaba quedarme realmente a formar un futuro allí… Click no saludar cálidamente a las persona…anotado!!!.
Inmediatamente nos asignaron nuestras habitaciones y salimos a recorrer el pueblo. Era maravillosamente pintoresco, las fiestas se acercaban y las costumbres brotaban a flor de piel en los ciudadanos, las calles comenzaban a adornarse, y la gente a preparare para las fechas de festejo venideras.
Salimos a caminar con mi hermano por el barrio, el aire era muy puro, el frío comenzaba a sentirse pero no importaba, la emoción era tal que no importaba el frío, el sol o las nubes que hubiera habido. Íbamos arrimándonos a una calle principal, mis zapatos eran uno de los pocos sonidos que retumbaban en la cuadra…todo estaba demasiado silencioso, de repente escuchamos a lo lejos un bullicio, risas, gritos, cantos y una melodía que aumentaba cada vez más, se iba divisando una aldea medieval montada en medio de la calle por la que veníamos caminando, resultó ser una costumbre que se celebrara allí desde hacía décadas en fechas próximas a la navideña, los pueblerinos disfrazados de arlequines, músicos, herreros, duquesas, y comerciantes como de aquella época, tan perfectamente ambientado que junto con su bella costumbre de mantener el estilo propio del pueblo lograban trasladarte al medioevo sin dudar.
Los días siguientes visitamos París. Tomábamos un tren todas las mañanas, el frío ya comenzaba a sentirse cada vez más intenso, la nieve se hacia presente de una manera muy sutil a las orillas de los cordones, y el humo que emanaba la nariz al respirar y la boca al hablar se confundía con las bocas fumadoras de los enviciados que salían al exterior helado a calmar su ansiedad.
El aroma fue el sello que empapó mi memoria, esa mezcla particular casi indescriptible como a café, flor e historia que envuelve París todo el año,penetrante aún más con el frío del invierno y que,caída la noche como a eso de las seis de la tarde, ya golpeaba en mi rostro, congelaba mi nariz y pinchaba alguno de mis dedos que habían quedado al descubierto por haberse descocido parte del único par de guantes que había llevado, pero estaba feliz, impregnada del perfume…aroma a París.
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