Los pies descalzos, la tierra húmeda, el corazón galopando en el pecho, como un corcel desbocado…
Un olor indescifrable a pasto fresco, a leños ardiendo, a maduros duraznos…
Mis abuelos, con una sonrisa eterna, y millones de arrugas en sus rostros cansados.
Tiempo de niñez. Tiempo de juegos, de trenzas largas, de pan caliente entre las manos, sin que importe nada.
Tiempo de reír a carcajadas, de saltar la acequia, de contar estrellas, de creer en hadas.
Ayer volví a ese mágico lugar, y encontré intactos esas sensaciones atesoradas en mi alma, y supe que soy lo que fui.
Ayer mi amado, me regalo la fantástica travesía de recorrer mi niñez, y allí estaba; la casa de mi abuela, el quincho de paja, el techo de caña, el cerro imponente y el olor a infancia.
…y una alegría inmensa estalló en mi alma, y reviví los cuentos que ella me narraba con infinita paciencia, con exquisita calma, llevándome a mundos extraños donde habitan las hadas.
…y mi ser se llenó de colores, y volví a ser niña, a ser una sola- yo y mis hazañas- a tener trenzas largas, a saltar la acequia, a girar cantando…
… volví simplemente, a sentir la presencia de Dios en mi alma.
Viviana
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