Son las seis de la mañana, suena el celular; una llamada anónima que me despierta de una forma abrupta. De fondo se escuchan las campanas de la Iglesia cercana. Atiendo el llamado. Una voz oscura me dice que han encontrado muerto de un disparo a mi mejor amigo. El dolor empieza a recorrer todo mi cuerpo; no podía entender todo lo que estaba sucediendo.
Me levanto despacio, intentando buscar una respuesta a aquella llamada. En el baño me miro en el espejo y, atónito por la situación, intento apurarme para averiguar más sobre lo sucedido.
Me siento en la cocina, tomo mi café mientras leo el periódico y, en primera plana aparece el asesinato de Daián. Me invade el dolor y el asombro. Prendo el televisor para intentar despejar mi mente. En todos los noticieros aparece la misma noticia. Todos consternados por su muerte.
Salgo de mi casa, caminando despacio. Quiero llegar a la casa de su familia para poder entender que es lo que pasa. Miro hacia mi alrededor y sólo veo gente correr apresurada. Intento hablar con algunas personas y nadie me responde.
Miro el reloj de la Iglesia y me asombro al ver que sus agujas marcan las once. El tiempo había pasado veloz.
Cuando me voy acercando a la casa de Daián, mi corazón empieza a sentir unas palpitaciones inexplicables, algo totalmente aterrador. Miro la puerta de su casa y decido no acercarme, prefiero alejarme lentamente caminando hacia atrás y volver a mi hogar para pensar y entender lo que le había pasado.
Pasaron las horas y los días. En mi cabeza invadía el pensamiento de querer buscar una explicación de lo que le había pasado.
Al levantarme el jueves por la mañana, leo en el periódico que el asesino de Daián estaba suelto, se había escapado del hospital psiquiátrico de la ciudad. Su nombre aparecía por todos los diarios, era un tal Hernán Grana.
Leer ese nombre en el periódico me daba mucha impotencia y desconcierto. Cómo podía ser que un asesino estuviera suelto. Que haya violentado la seguridad de un hospital psiquiátrico y nadie se haya dado cuenta.
Miro el televisor, escucho la radio, vuelvo a leer cada periódico y no logro entender que es lo que había pasado. ¿Porque justo mi amigo era quien había tenido que sufrir esa situación tan horrorosa?. Mi soledad carcomía mi interior, el miedo empezaba a invadir y corría por mis venas todo el día. La oscuridad tenebrosa me cortaba como espadas en cada noche. Mi cama se había convertido en una plantación de espinas, acostarme en ella sólo aumentaba mi dolor y mi angustia.
Pasaron los días y decido acercarme al renombrado hospital psiquiátrico. Me acerco, miro hacia todos lados, leo su nombre en el cartel y, atemorizado por lo que me podría encontrar allí dentro, sin pensarlo, ingreso suavemente con intención de hablar con el encargado.
Me llevan hasta la oficina del doctor Walter. Me recibe con tranquilidad pero en su mirada había un secreto que no quería revelarme. Tomamos asiento y comienzo a preguntarle sobre el asesino de mi amigo.
Él, con nervios en sus manos, comienza a mostrarme imágenes de las cámaras de seguridad. Allí lo veía, caminar por los pasillos, en el comedor, en su habitación, etc. Luego de ver las imágenes el doctor Walter me muestra un sobre. Dentro contenía las cintas que llevan puesto su nombre los pacientes y la fecha de su internación.
Al mostrarme las cintas, el doctor me empieza a contar que Hernán, en algunos de sus ataques, quería borrar su identidad, quería eliminar todo aquello que lo identificara con aquel hombre asesino. Entonces comía de las cintas las partes que contenían el nombre y comenzó a llamarse de otro modo, siguiendo las inscripciones que estaban en ellas.
Sin develarme su nombre, me vuelve a mostrar imágenes tomadas por las cámaras de seguridad. En uno de los videos, veo un rostro conocido. Era el rostro de una mujer que vive a una cuadra de mi casa. Lleno de perplejidad, pregunto al doctor Walter cuál era la relación entre ellos. Él, lleno de tristeza y asombro, me dice que aún faltaba ver una grabación más. Al mostrarla sólo veo un rostro conocido, peculiar.
Al instante mis ojos se llenan de lágrimas, mis manos comienzan a temblar, siento el sudor que corre por todo mi cuerpo. El doctor Walter mirándome con tristeza toma mi mano y pronuncia mi nombre: Julio Marseis.
Al escuchar que pronuncia mi nombre, resuena como un eco estridente en mis oídos. Me miro un instante y veo que llevo una vestimenta blanca, unas pantuflas del mismo tono y a mi costado dos médicos.
Era allí, en ese momento, cuando entendía lo que había pasado con mi amigo Daián. A él lo había matado Hernán Grana, su mejor amigo y ahora Julio Marseis, quien decía ser su amigo del alma, descubría que su nombre sólo era la conjunción de la fecha en que había sido internado en el hospital psiquiátrico: Julio/Martes/Seis.
¿Era Yo quien había arrebatado con la vida de mi más preciado amigo de un disparo en su pecho? ¿El dolor y la angustia sin razón me habían llevado a eliminar a Hernán Grana y crear un hombre nuevo, Julio Marseis; porque mi corazón no soportaba el dolor y la traición de haber borrado para siempre una amistad que había sido sellada en un pacto eterno?
Ahora sólo queda esperar entender la razón, el motivo profundo que llevó a Hernán Grana a arrebatar con la vida de mi amigo Daián. Espero algún día poder descubrirlo y, sentados juntos en un bar, Hernán y Julio, poder reconstruir aquella tragedia que acabó con tan fuerte amistad.
Mientras tanto, sólo me queda mirar el paso de las horas en el reloj de la Iglesia desde mi ventana, escuchar sus campanas y leer el diario tomando una taza de café.
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