Tocamos el suelo. Frenos. Bienvenidos a Londres, permanezcan sentados. Paramos. “Tripulación de cabina, desarmamos rampas y cross check”. Me desato y levanto de mi asiento. Me agacho para desajustar la barra que arma la rampa del avión. Me incorporo y aprovecho para arreglarme el lazo al cuello de mi pañuelo. Qué día más largo y agotador. Alguien pica a la puerta. Miro y es él. Abro la pesada puerta empujando con todas mis fuerzas. Él me ayuda a ajustarla al final. – ¡Matilda, hola! ¡Siempre pareces ser tu quien está al otro lado! – Me está gritando porque lleva los cascos puestos. Sin embargo, el ruido del avión hace que ni siquiera así le oiga bien. Intuyo lo que está vociferando, porque siempre dice lo mismo. Le miro con desdén y asiento poniendo los ojos en blanco. Percibo la decepción en su rostro ya que imagina que no tengo ningún interés en averiguar lo que está diciendo. Viste, como siempre, su mono marrón con el chaleco reflectante amarillo. Qué combinación más odiosa. La lluvia cae en torrente pero él parece tener suficiente con su desgastada gorra. Se dispone a añadir algo más pero yo le hago una seña con la mano para indicarle que estamos listos.

Me echo a un lado para dejar pasar a los pasajeros, que aún y con la que está cayendo están ansiosos por salir. Cómo si nosotros quisiéramos que se quedaran aquí… Todos fuera, por fin. La de estupideces que la gente llega a preguntar en un vuelo de hora y media. Y yo que quería dedicarme a viajar toda la vida… Más que viajar, volar. Pero hay que ver, la más absoluta necedad humana se descubre en una cabina presurizada.

Me pongo yo también mi chaleco reflectante y salgo del avión. Ahí sigue él, como un pasmarote en medio de la pista. En cuánto me ve salir se apresura a subir las escaleras, e intenta ayudarme con la maleta. – ¡Qué no, que no hace falta, que yo la llevo!- le digo de malos modos. Puede que sea cruel, pero harta del trabajo cómo estoy, lo último que me apetece es tener a un operador de tierra cada día dándome la lata. Madre mía, ¡si parece que sólo trabaje él en el aeropuerto de Gatwick! No aterrizarán aviones, que él se debe pedir picar a la puerta de mi avión cada día. – Oye, que pensaba Matilda, si algún día te apetece tomar un café, aunque sea aquí en la terminal sur, lo que tu prefieras…- Pero, ¿aún sigue el susodicho caminando a mi lado? Desconecto. Ni siquiera sé en qué momento de mi existencia se me ocurrió darle mi nombre. Qué penitencia Señor…

Subo al autobús que me lleva a la terminal sin decir palabra. Las puertas siguen abiertas y él se queda en tierra, sonriéndome y esperando mi respuesta frente a mí. –Oye mira, no sé ni cómo te llamas, pero no insistas más, tan sólo te diré que no me interesan los hombres con sucios monos de trabajo, que no hacen más que recibir órdenes como ovejas bajo la lluvia.

Llego a casa por fin. Y parecía que el día no acababa. Me entra un email al móvil. Es la respuesta a mi candidatura como jefa de cabina. Me han asignado una fecha de entrevista en tres días. Aunque odie mi trabajo, mejor amargada mandando que recibiendo órdenes. Así que se preparen…

Cojo el tren en dirección al aeropuerto. Hoy es el gran día. Sin embargo, no estoy nerviosa. Doy por sentado que me darán el puesto. Cinco años trabajando para la compañía, desviviéndome aunque con desgana pero con más que suficiente experiencia. Entro al recinto con paso firme. Doy mi nombre a la recepcionista y me siento a esperar en uno de los sofás del hall junto a los demás candidatos. Una chica con poco estilo y pésimo maquillaje pronuncia mi nombre. Me levanto confiada, no respondo, y segura de mi misma entro la sala. Sin mirar al entrevistador aún, saludo y cierro la puerta tras de mí. Altiva, y taconeando, me dirijo a la silla que hay frente a él. Tomo asiento, me aliso el pantalón de traje y levanto la cabeza con la mejor de mis sonrisas. ¡¿Él?! Debo estar soñando. La peor de mis pesadillas hasta la fecha, sin duda.

-Hola Matilda.- Él sin embargo sonríe plácidamente. Parece que disfrute con la cara de espanto que debo de tener. Ahora ya no viste prendas cochambrosas, sino un perfecto traje azul marino. Lleva el pelo echado hacia un lado. Parece tan… limpio. ¿Cómo es posible que él sea el entrevistador? ¿Será su trabajo de operador de tierra una tapadera para observar de cerca al resto de los trabajadores? – Bueno, pero por favor no te quedes callada, cuéntame. ¿Por qué crees que mereces ser jefa de cabina en esta compañía?

-Yo eh… bueno… -balbuceé sin poder encontrar las palabras.

-Sabes, yo opino que este es un trabajo para una persona buena. Una persona maleducada, desconsiderada, narcisista y prepotente no debería optar a un puesto tan importante ¿no crees? Esta es una posición ideal para alguien cercano a todo el personal del aeropuerto, sin prejuicios y sobre todo, a la que no moleste lidiar con personas que puedan llevar sucios monos de trabajo. Seguro que estarás de acuerdo.– Su mirada era serena, y al acabar me dedicó una amplia sonrisa. – Por eso, y antes de acceder a esta posición para la que sé que estás más que preparada ¿por qué no pasas unos días trabajando con el equipo de operadores de tierra? Puede que sea positivo observar de cerca y comprender todos los trabajos que hacen posible que un avión despegue cada día del aeropuerto de Gatwick. – Di un respingo en mi asiento.

-¡Acepto! ¡Acepto encantada!

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS