Estaba sentado frente al fogón desde hacía rato; en San Marcos Sierra, en época vacacional, es un placer ver los fogones a lo largo del río simulando ser antorchas guiando su cauce.
Había venido con amigos a cenar al río, pero hacía rato que el último se había marchado hacia un boliche cercano. Ahora el crepitar del fuego junto al sonido del agua hacían únicas las delicias de estar ahí, frente a tan inmensa soledad.
Contemplaba el fuego cuando al levantar la vista observé, con mezcla de curiosidad y recelo, al hombre más extraño que hubiese tratado.
Seguramente se trataba alguien joven, pero su descuidada barba y pelo largo hacían imposible calcular su edad. Cargaba una mochila donde podían verse los más variados enseres y su cabeza estaba oculta por un sombrero de paja. Completaba su atuendo una camisa remangada y una bermuda descolorida sujeta por medio de una corbata.
Contrastando con su pobre atuendo calzaba unas hermosas sandalias de cuero, brillantes por lustre.
El extraño debió notar mi recelo, pero siguió acercándose hasta detenerse a mi lado, preguntando luego si podía sentarse un momento. Para mi sorpresa accedí a su pedido procurando silencio a la espera de que se explicara.
– Muchas gracias – me dijo – y por favor no se alarme; soy incapaz de hacer daño. Y si luzco tan desparejas posesiones es porque la vida me ha llevado por caminos impensados…
Curioso, le pedí que se explicara la vez que le ofrecía un vaso de vino.
– Vea amigo – me dijo sacándose el sombrero y la mochila – una vez hace mucho tiempo esta camisa fue blanca y fina; yo mismo la planchaba todos los días para ir a trabajar – y adivinando mi sorpresa agregó – también tuve un trabajo, mi propia casa…
Le animé a continuar hablando:
– Si gusta le contaré, pero por favor le pido que no me interrumpa ya que no sé cuánto tiempo me permitan estar aquí.
Y aún más impaciente lo incité para que comenzara.
– Como le dije; tuve una casa en la ciudad, cerca de Buenos Aires. No era grande pero si cómoda, y me quedaba a pocas cuadras de mi trabajo.
Tomo un pequeño trago de vino y continuó su relato:
– Era contador, de hecho lo soy, y trabajaba junto a un grupo de colegas a los cuales dirigía. Tenía mi propia oficina y una bonita secretaria organizándome la vida… Todas las mañanas me levantaba temprano e iba a trabajar regresando pasada la medianoche, para volver a acostarme.
Interrumpió su relato para sorber algo de vino y continuó:
– Mantenía aquella rutina hasta que algo vino a sucederme; una mañana dirigiéndome al trabajo un tropiezo interrumpió mi andar por la concurrida vereda. Algo confuso continúe mi camino, pero a los pocos pasos volví a tropezar del mismo modo.
Tras un sorbo de vino continuó:
– Logré llegar a mi oficina y terminar mi día de trabajo, no sin antes tropezar unas cuantas veces más durante el trayecto, pero como el regreso a mi hogar fue normal, terminé olvidando el asunto.
– Al día siguiente desperté sin siquiera recordar el singular inconveniente, pero en cuanto mis pies tocaron el suelo ocurrió algo que no esperaba; éstos se negaron a moverse.
– ¿Se negaron? – exclamé en tono escéptico
– Le juro que es cierto; por más que quise, no logré moverlos. Y por favor no vuelva a interrumpirme; no sé cuánto tiempo dispongo hasta que mis pies decidan irse.
Luego de esta “reprimenda” me convencí de que hablaba con un loco, pero por curiosidad le rogué que continuara.
– Me encontraba de pie junto a la cama y no lograba despegar los pies del suelo – Continuó – Asustado pensé en pedir ayuda, pero cuando traté de tomar el teléfono mis pies se movieron rápidamente en dirección contraria tirándome al suelo.
– Busqué incorporarme pero mis pies me lo evitaron a toda costa, obligándome a adoptar las posturas más grotescas a fin de no perder el equilibrio…Debo decirle que ante tan absurda situación no atiné a ensayar explicación alguna: estaba en medio de la habitación, aún con ropa de piyama, y mis pies se negaban a seguir mis órdenes.
– Cerca mío encontré algo de ropa así que logre vestirme con camisa y pantalones. Pero en cuanto tomé la corbata mis pies emprendieron una carrera por la habitación haciéndome chocar con muebles, corriendo en círculos… Terminé tirando bibliotecas, cajoneras… Así mis pies escaparon en loca carrera derribando a patadas la puerta sin que yo pudiera hacer algo para impedírselos.
Vació el último trago de vino de un sorbo perdiendo su mirada en el fuego.
– No sabría contarle las aventuras que he vivido para poder sobrevivir a ésta condición… por un tiempo me creí demente pero finalmente descubrí que esto solo fue una venganza que se tomaron mis pies por haberlos obligado a realizar la misma rutina durante años.
Yo estaba conmovido, pero antes de que pudiera encontrar las palabras para brindarle consuelo ante su desgracia, le oí reflexionar:
– Aunque parezca extraño, finalmente llegue a sacar algo bueno de esto; antes de aquella mañana yo creía que mi vida ya estaba ¿Cómo explicarle?… Hecha. Que se limitaba a la rutina diaria… Pero desde que mis pies dirigen mis pasos he vivido cosas extraordinarias; recorrí las playas y acantilados del sur, crucé la inmensidad de La Pampa, las espesuras del Chaco, disfruté cientos de amaneceres exquisitos… Nunca puedo anticiparme a donde me llevarán mis pies pero debo reconocerles que no se han equivocado demasiado.
Y terminado el relato el extraño hombre tomó su sombrero y mochila, y se despidió agradeciéndome el vino y el momento compartido. Yo me quedé viéndolo marchar.
Reconozco que desde ese momento tomo la precaución de hacerle más caso a mis propios pies permitiéndoles elegir su propio camino, a fin de no darles motivos para que, siguiendo el ejemplo de los pies de aquel hombre, una mañana decidan revelarse.
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