Nuestras conversaciones tienen una última conexión, que nos vale más que decir la última vez que nos vimos, nuestras emociones dependen de emoticones, un beso, un abrazo, dejamos que nuestras relaciones dependan de likes, si te deja ‘el visto’, o de cuánto tarda en contestar, hoy nuestra vida es online ´¿Qué estás pensando?’ ‘¿Qué estás haciendo?’ ‘Sube tu Historia’ ‘Sube una Foto’, hoy la palabra escrita vale menos ya que un par de clicks borramos la conversación, los momentos espontáneos no los podemos guardar porque la galería se puede borrar, recuerdo que cuando ibas a conocer a algún artista o famoso se le pedía un autógrafo que duraría eternamente que era él/ella, esa persona se detenía a darte su firma, hoy una foto en 1 segundo y adiós, ¿Qué pasa si nos roban o perdemos el celular? Nos quedamos sin recuerdos, sin contactos, sin conversaciones. Una vez un gran genio de la humanidad dijo que el día que la tecnología nos sobre pase, estaremos en una generación de idiotas, pues Einstein tuvo la razón hoy siglo XXI estamos comenzando esta generación.

Comencemos a sentir nuestras emociones, cuando pasamos algún mal momento solemos encerrarnos en nosotros mismos, o tratamos de olvidar pero tenemos que aprender a vivir las emociones, aprender a cruzar todo el tornado de emociones, y no encerrarse en el sufrimiento, dejar que nuestras emociones se liberen sin tenerles miedo sino comprender que son parte de nosotros y tenemos que dejar que sean lo que tengan que ser, aquello nos fortalece, así comenzamos a vivir de manera plena y saludable.

Un viaje inesperado es, a veces, la mejor forma de fortalecerse emocionalmente y una forma de volver a sentir. Vivir un viaje espontaneo, un viaje agradable, en mi caso, un viaje al sur de Chile.

Un viaje lleno de postales inolvidables, un viaje atravesó de vientos, lluvias y pueblos que solo existen en el mapa comunal, este país oculta magníficos paisajes dibujados para sentarse a meditar sobre uno, sobre las emociones, meditar sobre lo que está pero nunca viste. Sentarse en noches totalmente estrelladas o pensar mientras tienes tu vista pegada en ese atardecer en el ferry que te permite admirar la vida con el movimiento de agua, con el viento en todas direcciones, con un movimiento único. Normalmente cuando nos acostamos para dormir es cuando pensamos en todo, y nos decimos que debiéramos entumecer algunas emociones para poder tener una mejor vida pero en un viaje inesperado.

Un viaje para conectarse con la naturaleza es un viaje para conectarse con las raíces de la vida de cada uno, cada vez que me enfrentaba a cada rió ruidoso lleno de energía y movimiento, sentía que era ver como había dejado que mi vida pasara, tan rápido, tan fugaz pero en el fondo lo mismo en cada momento. Un viaje en el que me enfrente a dolor que no conocía, un dolor en la parte trasera de mi cuello de estar derecho y mirando al frente en cada momento, había olvidado que así se camina realmente, siempre con la cabeza agacha o con la cabeza en mi smartphone, me produjo amnesia sobre lo que era caminar con la frente en alto, mi cuello estaba cansado pero aun así no se rendía, mi vista estaba cansada por primera vez en años, estaba cansada de esos filtros naturales, de esas luces y reflejos pero no se rendía, no queríamos caer, rendirse y dejar de contemplar no estaba en los planes.

Una oportunidad de conocer mil lenguas, mil rostros, mil paisajes, mil formas de ver la vida. Antes de pasar diez dias de Febrero conmigo solo era capaz de ver dolor en mi vida porque no me conocía, me enredaba en mi misma pero perderme en tantos tonos de verde me hizo vez que…puedo tener mil razones para rendirme, que me puedo agotar de tantas vueltas pero no habrá nada mejor que llegar al final y darte cuenta que cada obstaculo solo era un paso menos para mi felicidad

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