Tenía dos días libres, ningún plan y muy pocas ganas de quedarme en Madrid y tener que lidiar con puertas y ventanas mal cerradas, con espaldas y con silencios. Cogí el coche y tomé dirección Ávila. Me pillaba cerca y tenía ganas de ver las murallas. Un par de veces durante el trayecto sentí ganas de dar media vuelta y volver a casa. Llamar a su puerta, explicarle cómo me sentía y abrazarla, pero me había pedido algo de espacio y tenía que respetarlo; así que me alejé. Literalmente. Unos 87 kilómetros más o menos. Pensé incluso en dejar el móvil en Madrid, para evitar tentaciones, pero me daba miedo perderme. Mi orientación es de naturaleza desorientada.
Entré en la ciudad por la carretera de Villacastín – Vigo y aparqué en la calle de los Hornos Caleros. Cogí mi mochila y caminé hacia donde creí que estaba la muralla. En una pequeña calle encontré un hostal con nombre de señora mayor y reservé una habitación doble con terracita. Probablamente no usaría la terracita, pero yo también necesitaba espacio: uno amplio y fresco donde poder respirar. Me fijé en una orquídea blanca que había en un pequeño jarrón sobre la mesita de noche. Era una orquídea real, casi viva, nada de plástico. Con agua limpia. Dejé mis cosas por la habitación y salí sin más compañía que mi Ipod, mi cuaderno de notas y un mapa que cogí de la recepción del hostal. Si quería desconectar realmente, no podía llevarme el móvil. Modo aleatorio. Play.
Sigur Rós, “Hoppípolla”. Entré en la plaza de Santa Teresa de Jesús, pero no quería recordar nada que tuviera que ver con la literatura ni con las oposiciones. Me acerqué a la muralla y descubrí la estatua de la Santa. Tenía unas manos enormes, desproporcionadas. Empecé a caminar rodeando la muralla, tocando la piedra, observando el cielo. Nubes blancas, grises y marrones era todo lo que se veía: un verdadero manto algodonoso y frío, amenazante. Hipnotizante. Casi conseguía hacerte desaparecer.
Bon Iver, “For Emma”. Entré en la ciudad, casualmente por la puerta de Santa Teresa, y me di de bruces con el convento que se edificó supuestamente sobre su casa natal. El tema 48 de las oposiciones me perseguía. ¿Se enamoraría alguna vez Teresa? ¿De un hombre? ¿De una mujer? De Dios ya quedó claro que sí; hasta las trancas. Si Teresa nació un 28 de marzo, significa que era Aries y los Aries son muy apasionados. Ella es Virgo, los Virgo no son tan apasionados.
Band Of Horses, “No one’s gonna love you”. Continué adentrándome en la ciudad y llegué a una plaza bastante grande con el Ayuntamiento en frente: plaza del Mercado Chico creo que se llamaba. Me senté en la terraza de uno de los restaurantes y pedí la carta. Me gusta probar los platos típicos del lugar, pero si veo otra cosa que me apetece más, me da igual de dónde sea. Pedí una fabada asturiana. El cielo empezaba a clarear y el sol hizo acto de presencia. Mientras esperaba la comida, saqué mi cuaderno y me puse a escribir lo que le diría si fuera capaz.
Kodaline, “All I want”. Cuando volví a la habitación la orquídea seguía ahí, exactamente igual de fresca. No me gustan las flores, o sea, sí me gustan, pero no para que me las regalen. Me parece el objeto más vacío de contenido del mundo. ¿Qué se puede hacer con una orquídea? ¿Para qué sirve? Además, se mueren en seguida. Me senté en el escritorio y saqué el cuaderno. Esta vez quise continuar con un relato que tenía inacabado o, más bien, congelado. Estaba en blanco. Comencé a fantasear con la idea de irme a vivir fuera de España por un tiempo y salir de mi zona de confort; quizá eso me inspirara. Hacía un par de meses que solo podía pensar en escribir, pero la vida no dejaba de entrometerse. Garabateé varias líneas sin sentido, sin pensarlas demasiado; aunque tengo que decir que nunca he creído en los milagros de la escritura automática.
Matt Corby, “Brother”. De repente tuve la necesidad de tomarme una copa y empecé a sentir aquella claustrofobia habitual de mis tardes y mis noches. Las paredes me oprimían y decidí volver a la calle para que me diera el aire. Entré en una licorería y compré una botella de Martini blanco.
—¿Me puede dar una moneda? —me preguntó un hombre con gabardina al salir de la licorería. Me sobresalté. ¿Quién lleva gabardina en la vida real? Le di el cambio del Martini y me fui, casi al galope, de vuelta al hostal. Cogí de nuevo mi cuaderno y lo estuve observando largo rato. No me sentía capaz de escribir ni una línea. Ella siempre me dice que debo quitarle importancia a los métodos, a los procesos, a las estructuras y a las formas; que debo dejarme fluir más. Miré a mi derecha: la botella de Martini estaba llena, me había olvidado de ella. Miré a mi izquierda: la orquídea parecía observarme con insistencia. Me fui directa a la cama y me tumbé boca arriba a escuchar música hasta que me entrara el sueño.
Bat For Lashes, “Laura”. No sé cuánto rato estuve mirando la lámpara del techo, quizá una hora. No era bonita y la verdad es que no iluminaba mucho, pero me gustaba. Me levanté de nuevo, me serví una copa de Martini y me puse a escribir sin parar. Mi móvil vibraba cada dos minutos, pero no le prestaba atención. Es curioso como algo que hace unas horas podía parecerte el mundo entero, pasa a no tener importancia una vez que lo entiendes o crees entenderlo. Una vez que descubres dónde está el Norte, el Sur, el Este y el Oeste. Y dónde encajas tú, cuáles son tus coordenadas. Son esos extraordinarios y breves momentos en los que te sientes en paz y no sabes ni cómo has llegado a ese punto, pero estás ahí. Y entonces escribes.
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