Quince dias en Copacabana

Quince dias en Copacabana

Andrea Pereira

27/07/2017

Mirando el mar, sintiendo su aroma salado, y la brisa que me acaricia la piel no puedo dejar de pensar en lo que fue tener dieciocho años.

Yo había terminado la secundaria, y como regalo mis padres me dieron un viaje de quince días a Copacabana.

Estaba muy entusiasmada, y por esos años pensaba volver y comenzar a estudiar psicología.

Al llegar me sentí más libre que nunca, fui con un grupo de amigas, egresadas al igual que yo, del mismo colegio. Eramos cuatro pero allá nos dividimos en dos grupos.

Hoy sonrío bebiendo un jugo de pomelo, este sabor que me hace recordar el primer regalo que tuve en aquel suelo caliente y lleno de vida.

Cuando mi amiga Tania y yo llegamos a la playa, las otras dos chicas se habían ido a ver otro lugar, allí lo vi por primera vez. Jugaba a la pelota en la arena con otros chicos, el cabello largo y negro, los pies descalzos, la piel bronceada. Me quede observándolo. El lo supo.

Al terminar su partido caminó hacia nosotras y me habló, no lo entendía mucho en un principio porque yo no sabía una palabra en portugués, pero al decirle que nosotras veníamos de Montevideo él se esforzó en que lo entendiéramos.

Tania estaba un poco desconfiada y asustada, pero para mi era un momento perfecto. Nos invitó a beber algo y elegí un jugo de pomelo. A la noche yo tenia entre mis manos un papelito con el nombre y el teléfono, Tania, que hablaba rapidísimo le contó a las otras chicas sobre aquel encuentro, y todas menos ella, estaban bastante entusiasmadas con respecto a conocer a Geraldo.

Me siento en la arena, mis hijas juegan en la playa, y aún no termino de tomar mi jugo. Sacudo la cabeza sonriendo y suena mi celular, es mi amiga Tania invitándome al babyshower de primer sobrino. Le escribo que estaré ahí como siempre, y recuerdo su carita inocente y asustada hace tantos años en Copacabana.

Fuimos a bailar, a comer, a la playa, paseábamos todo el tiempo con Geraldo y sus amigos, fueron unos días muy divertidos. La tercer noche en Copacabana llegué por la mañana al hotel y Tania parecía mi madre, me esperaba aterrorizada mientras mis otras dos amigas dormían tranquilamente.

Esa noche había sido increíble. Luego de ir a bailar con el grupo, y de varios besos con sabor a caipiriña, me aparté lentamente con Geraldo del lugar sin que las chicas lo notaran. Una de ellas, Virginia, estaba ya muy borracha para darse cuenta, Laura bailaba como loca, y era el centro de atención para los muchachos, como lo fue toda la vida, y Tania se sentó con su bebida sin alcohol y dormitaba en un sofá, así que no se dieron cuenta que me fui yendo de a poco.

Geraldo me llevó de la disco y entre besos y risas llegamos a su casa. Me pidió que hablara bajo porque sus padres dormían allí mismo.

Al entrar a la habitación yo me mordía los labios, y miraba cada rincón mientras él cerraba lo más silenciosamente que podía la puerta.

No era la primera vez que iba a hacer el amor. Desde los catorce hasta hacía solo unas dos semanas, había estado de novia y tenia cierta experiencia, pero de todos modos esto fue diferente.

Me tomó en sus brazos como si no pesara nada, lo enrede en mis piernas, y si hoy no recuerdo muy bien su rostro, no me olvido de la textura de su piel, de su olor, de su boca recorriendo cada rinconcito de mi cuerpo y de esa respiración, profunda, de voz grabe y llena de pasión.

Me porte muy mal con él. Si bien él sabía que mi viaje era solamente de egresados y temporal, nunca le aclaré que serían solo quince días, ni tampoco le dije que no pensaba llamarlo al volver a mí país.

Fueron doce días muy intensos, siempre que podíamos nos escapábamos, yo adoraba saltar y abrazarlo con mis piernas y el me buscaba cada día. No le avisé nada. Llegado el día simplemente volví a Montevideo con mis amigas.

No sé que fue de él. Si me buscó, si me olvidó, si no lo hizo. Al regresar, Matías, mi novio del colegio me esperaba con rosas pidiendo una segunda oportunidad.

Entré a la facultad, me casé con Matías, nacieron mis gemelas, me recibí de psicóloga y luego nacio la más pequeña.

Vuelve a sonar el teléfono, debe ser Tania, pienso yo. Al mirarlo encuentro una solicitud de amistad en Facebook, al ver su nombre, y al ver su rostro a pesar de los años, sé bien quien es, miro a los lados, no sé que decidir, aceptar, rechazar…finalmente me decido: rechazo y bloqueo.

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