Análisis de un viaje

Análisis de un viaje

Silvia Ruiz Diaz

27/07/2017

«Análisis de un viaje»

— ¿Cuál fue el hecho?

Fue en ocasión de hacer una excursión al África. Eran siete ómnibus de una misma empresa que circulaban con no menos de cuatro o cinco metros de distancia a los fines de seguridad.
Yo solo conocía a mi amigo, el que viajaba conmigo, a Luciano. La gente estaba allí por distintas causas: ecología, curiosidad, deseos de viajar porque sí, deseos de conocer animales salvajes, deseos de conocer la selva africana. Otras causas que fui escuchando me resultaron más raras, pero válidas, como comprobar si había nativos en África…¿?,oír música regional o ver rituales, conocer las hierbas del lugar.

Cerca de la noche el horizonte estaba cerca, los árboles estaban cerca, la selva estaba cerca, todo estaba demasiado cerca. Habíamos bajado de los ómnibus convocados por los choferes y guías a hacer un fogón nocturno y cenar hamburguesas hechas por nosotros mismos al fuego directo. Luego retomaríamos la marcha. Para ello comenzamos con entusiasmo como parte de un turismo aventura a juntar ramas y encender la primera llama. Se me antojaba que yo era un boy scout, un niño disfrutando de la naturaleza, sin embargo alguna tormenta parecía anunciarse sin signos claros, alguna fuerza brutal se agigantaba a nuestras espaldas hasta hacernos dar la vuelta para ver ¿qué?.. Las llamaradas del fuego aún no eran muy altas, pero comenzaban a hacer chispazos y crujir como papel que se arruga. Nuestra atención de pronto dejó de estar en la misión de encender y mantener el fuego prendido. Algo nos distraía. Aún no se había escondido el sol a pesar de que la luna estaba hacía rato. Percibimos la disputa celeste. Seguro sería una noche clara. Como atraídos por una fuerza magnética nos juntamos alrededor del fuego, nos detuvimos, nos miramos y escuchamos fuertes y retumbantes golpes en la tierra que identificamos como venidos del Norte. Solo recuerdo una gran cantidad de humo negro, una nube de tierra que se iba acrecentando y que provocó que cada uno huyera como pudiera hacia cualquier lado. La tromba tenía cabezas, orejas, trompas y colmillos, solo eso…

… Y después…, nada, el silencio quebrado por quejas, llantos, lamentos, y chillidos. «Estoy soñando, «-pensé-. Sentí el cuerpo dolorido y no podía moverme. Traté de hablar, de buscar ayuda, pero mi voz era muy baja y allí quizás no había nadie en condiciones de ayudar a otro. De inmediato sentí voces a mi alrededor: de mujeres, de hombres. Después las voces se transformaron en quejidos, se multiplicaron, siguieron haciendo la música de fondo. Las voces comenzaron a hablar como si cada uno estuviera solo, con él mismo.

Abrí levemente un ojo grande y observé adelante de mí primero y luego mi ojo sólo pudo desplazarse y seguir a las personas que hablaban.
Las voces lo hacían dirigiéndose a cualquiera que pudiera funcionar como interlocutor. Luego de muy poco tiempo fueron cambiando la dirección de las miradas de las personas y mientras giraban no caían en la cuenta de que lo que decían estaba dirigido a distintas personas. Rápidamente se levantaron, se entusiasmaron con su propio relato, se ensimismaron, se concentraron, lloraron, se golpearon el pecho, se tomaron la cabeza con las manos, luego las levantaron y creo que rezaron. Después se fueron calmando sin parar de hablar, pero con intervalos cada vez más largos, de silencios que no se notaba mucho en la multitud. Los espacios no coincidían como melodía donde un instrumento cede al paso a otro, pero nadie pretende que para entender la canción debe sólo oír uno sólo. Comenzaron a caminar ahora más lento girando sobre sí mismo, parándose, sentándose de nuevo muchas veces en cualquier tronco o matas de pasto, en la tierra, se abatieron, hicieron aún más largos los silencios, se pusieron en posición agachados, movieron la cabeza con una clara señal de negación, dejaron sus lugares, se recostaron en la escasa hierba, siguieron hablando, pero ahora sus voces eran sólo un susurro. Todas las voces juntas sonaban como melodía que se apaga mientras yo hacía esfuerzos por seguir escuchando. Se quedaron dormidos. Yo también cerré el ojo grande que regresó conmigo y el otro.

Cuando desperté sólo vi a ese hombre, Aldo, a mi lado, lo reconocí, viajaba en mi mismo coche. Pensé que hacía rato me estaba hablando y yo no lo había escuchado, me sentí culpable.

—Disculpe, le dije.

—Estoy bien -contestó-, sólo me quemé las manos y algo acá en el cuero cabelludo… y todo el pelo, pero los demás no están, a los heridos, quebrados y quemados los llevaron en ambulancias. ¿No oyó las sirenas?
¿Usted…, como yo…? ¿O nada de eso.

Estábamos solos: moriríamos de frío en la noche o devorados por las fieras.

Nada había en ese lugar que delatara vida, si no fuera por el rojo que desentonaba y ese olor que ya no estaría pasando inadvertido para las fieras.

Las chispas como centellas surgieron, no por movimiento de protones, electrones o alguna transformación de hidrógeno, no por fricciones de metales ni sustancias aparentemente inertes, sino por Partículas de Dios que apuntaron certeras disparando en forma centrífuga. Las chispas se multiplicaron y se entrecruzaron, formando un cuerpo en danza continua en un fascinante todo que emitió calor, tuvo imagen, olor y era tangible. las serpentinas danzantes se envolvían y se desenvolvían en un ritmo de embrujo y de atracción. Las brazas se reavivaron, se tornaron rojas, mas brillantes. Otra vez la incandescencia no fue por excitación térmica de iones metálicos de la materia, sino, por esa manía de supervivencia y preservación que tiene el universo. cubiertas aún por cenizas que se dispersaban en un espectáculos que aliviaba los sentidos, las espumas blanquecinas, grisáceas, frágiles ¿frágiles? subían sin remedio hacia lo alto de un cielo inalcanzable que cada vez a medida que se acercaba se iba más lejos.

Era el amanecer.

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