Esa noche me despertaron los gemidos de mi mamá. Metí la cabeza debajo de la almohada para no escucharlos, pero ella seguía gritando. Pensé que tal vez mi papá había regresado enojado de nuevo, él siempre la lastimaba.

¡Jonás!– Gritó mi mamá.

Me estaba llamando.

¡Jonás!– Gritó de nuevo.

Me levanté con un salto y encendí la luz, la oscuridad me atemorizaba. Me calcé las pantuflas y corrí a su habitación. En el camino encendí todas las luces, era la única manera de ahuyentar al Diablo. Mi mamá estaba acostada con las piernas abiertas. Gritaba mientras se agarraba el vientre.

Ya viene tu hermano– Dijo y soltó un alarido.

Le costaba respirar.

Necesito que busques a tu padre.

Enseguida corrí a la cocina.

¡Papá!– Llamé.

Busqué por todas partes, pero no estaba. Su auto tampoco, solo la camioneta vieja. No había regresado. Mi mamá comenzó a llorar en cuanto lo supo.

Me vas a tener que ayudar a ir hasta lo de Graciela.

Dudé un poco.

Bueno– Respondí de mala gana.

Graciela era nuestra vecina más próxima. Su casa quedaba al final del largo camino de tierra. Estaba seguro que podía ayudarla, ya no era un bebé. Dentro de poco cumpliría nueve años y había aprendido a ir al baño solo; hacía casi dos meses que no mojaba la cama. Busqué todo lo que necesitaba: Mi campera, las botas de agua y lo más importante, mi súper espada con luz. Ayudé a mi mamá a caminar hasta la camioneta. Antes de llegar cayó al suelo de rodillas, se abrazó el vientre y gimió. Me asusté, nunca la había visto tan mal.

No voy a poder manejar, ayúdame por favor.

Aunque estaba asustado le di un besito en la frente, como lo hacía ella cuando yo estaba triste. Le ayudé a recostarse en los asientos traseros. Yo siempre manejaba junto a mi papá, ese día me tocaba hacerlo solo. Arranqué la camioneta y salimos. Conduje parado, si me sentaba no alcanzaba a ver el camino. Avancé bastante rápido. Mi mamá, acostada atrás, seguía quejándose. Luego de un rato pude ver una curva adelante, ya casi llegábamos a lo de Graciela.

Falta poco Ma– Le dije para calmarla.

De pronto, el volante giró sin que yo pudiese detenerlo. La camioneta se detuvo. Pisé el acelerador a fondo, pero solo se escuchaban las ruedas patinar. Bajé de un salto y caí sobre un enorme charco de barro. Qué bueno que traje mis botas de lluvia.

Estamos atascados– Le dije.

Ella se veía muy mal.

Necesito que corras a llamar a Graciela– Suplicó.

Miré el tramo que quedaba. Era un montón de campo oscuro. Me daba miedo cruzar. Fue entonces cuando mi mamá gritó de dolor:

—¡Por favor!

No me gustaba verla sufrir. Junté valor, saqué mi súper espada y la encendí para alumbrar el camino. Corrí por el medió del campo, tenía que llegar hasta Graciela. De repente tropecé y mi espada voló lejos. Quedé solo en medio de la oscuridad. Quise levantarme, pero el miedo me detuvo en cuanto vi una silueta negra parada frente a mí. Parecía tener unos enormes cuernos y permanecía quieta, como mirándome. «¡Es el Diablo!» Pensé. Mi abuela me había advertido que si no me comportaba vendría a llevarme. Era tarde para lamentarse. Llorando me limpié los mocos. Tenía que seguir, mi mamá me necesitaba. Conté hasta tres y con un grito de furia eché a correr. Sentía como si volara entre los pastos. La casa de Graciela apareció frente a mí. Corrí hasta la puerta y golpeé enloquecido. Graciela se asomó por una ventanita, no tardó en reconocerme.

Mi mamá está muy mal.

Graciela cerró la ventanita. La escuché discutir con alguien. La puerta se abrió de golpe. Esta vez, era mi papá. Le costaba mantenerse en pie y olía a alcohol.

La Ma está muy enferma.

Me agarró del brazo y me metió dentro de la casa. Se sentó en un sillón a mirar televisión, ignorándome.

Está exagerando– Dijo. Parecía molesto

No quiero que le digas que me viste acá.

Sentí impotencia. Estaba enojado, furioso. Odiaba a ese viejo. De repente vi sobre la mesa las llaves del auto. Las manoteé sin dudar. Quise correr, pero mi papá me agarró del brazo

¿Qué haces pendejo?

Le mordí la mano, apreté los dientes hasta sentir gusto a sangre. El viejo gritó y me liberó. Corrí hasta el auto. Arranqué y me metí por el campo. Pude ver a lo lejos la silueta del Diablo. Estaba ahí, como esperándome. Aceleré a fondo. Grité y lo choqué. Pisé al Diablo, lo pasé por encima. Sentí mucho alivio, era libre. Ya nunca regresaría por mí. Cuando llegué hasta la camioneta frené y bajé rápido a buscar a mi mamá. Subimos al auto y encaramos por la ruta. El camino al hospital era fácil. Había ido varias veces por anginas, solo tenía que seguir derecho hasta el cartel con una cruz verde. Al llegar no alcancé a frenar y acabamos chocando contra una columna. Bajé rápido y busqué a una enfermera. Miré de lejos como se llevaban a mi mamá en una camilla. No se movía, tenía las piernas cubiertas de sangre. No pude evitar llorar, quería a mi mamá de regreso. Angustiado me dormí en un banco, esperando. Recuerdo a una enfermera despertándome.

¿Jonás? Preguntó.

Creí estar soñando. La seguí hasta una habitación. Al entrar mi mamá estaba ahí, sana y salva. Me miró y sonrió. Corrí hasta ella y la abracé con fuerza. Me ardían los ojos de tanto llorar.

TranquiloDijo mientras me acariciaba el rostro.

Tu hermanita está bien. Gracias, nos cuidaste a las dos. Ya sos todo un hombre.

Mi abuela decía que un verdadero hombre protege siempre a los que ama. Inflé el pecho y me sentí grande. Ya nada podía detenerme.

FIN

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