Recuerdo que cuando era pequeña los viajes me parecían un tedioso misterio, subir al auto en el que pasaba horas, consolándome con la idea de que sin importar nada el auto en algún momento se detendría y yo me encontraría en un nuevo e impresionante sitio. Una vez ahí nos instalábamos en el hotel, papá tomaría la cama más alejada de la puerta (como siempre), mamá acomodaría todas las cosas que hubiéramos decidido llevar en los cajones y yo, bueno yo simplemente me recostaría en la cama, mirando al techo en busca de figuras. Después saldríamos del hotel, probablemente para comer o para ver alguna de la atracciones que internet nos prometió antes de venir y yo me aferraría a la mano de mi padre, porque evidentemente nada podría salir mal siempre y cuando yo me encontrara bien aferrada ella.

Hoy las cosas no han cambiado mucho. Efectuamos la misma rutina pero ya no me aferro a la mano de mi padre, he crecido, me sujeto a las correas de mi mochila y camino frente a el, bajo el incesante sol que hace que la piel me arda. Ahora camino por mi cuenta, observo las cosas con plenitud de la forma en que yo quiera hacerlo, siento como si la tierra retumbara con cada paso que doy; ahora me aferro no solo a mi padre si no también a mi misma porque de esa manera nada puede salir mal.

Mi padre me sonríe cuando me ve y yo sé lo que piensa, sé que le alegra que esté mejor; que ya no este en una cama de hospital sumida en la depresión más grande de mi vida y no podría ser más cierto que a mi también me alegra. Y cuando estamos de viaje, cuando no estoy en el lugar que me vio derrumbarme no importa si aún hay malos días o si a veces aún lloro por las noches. Porque justo ahora estoy dominando estas calles y nada puede salir mal.

Los viajes ahora tienen un significado completamente distinto para mi, antes eran descubrir el lugar pero ahora son descubrirme a mi misma, descubrir en factores externos las piezas que aún me faltan. Descubro quien soy cada día y nada mejor que un viaje con mochila al hombro para hacerlo, porque cuando lo hago ya no me tengo miedo a mi misma y a todas las cosas que puedo hacer, a todas las personas a las que puedo herir o en todos los malos recuerdos que aún habitan mi interior en forma de fantasmas. Cuando estoy de viaje me resulta sencillo pensar que la vida es hoy, y que puedo y debo hacer lo que sea y descubrir todas las cosas que necesite descubrir porque tengo un tiempo contado; mañana ya no estaré aquí.

Este viaje es el primero que hemos hecho en mucho tiempo, en parte porque hasta ahora yo no me había encontrado demasiado bien, en parte porque hasta ahora mi padre no había encontrado la manera de tomar dos días de vacaciones seguidos; pero nada de eso importa porque aquí estamos y estamos juntos. No es la primera vez que estamos aquí y sin embargo cada vez que venimos y conforme me hago mayor todo se siente diferente, más mágico y más auténtico; los colores parecen brillar y danzar con el aire, los sabores son más exquisitos que nunca y cuando aquella nieve típica se deshace en mi boca antes de bajar por mi garganta yo suelto una genuina carcajada.

Mi padre insiste en que vayamos a la iglesia principal pues el debe de agradecerle a la Virgen porque estoy con vida, porque cuando estuve en el hospital el imploro porque yo pudiera estar bien de nuevo y aunque no soy precisamente religiosa me arrodillo a su lado y doy gracias. Frente a nosotros una mujer canta viendo hacia el altar, de repente mi corazón se conmueve como nunca antes y como una cosa nunca antes descubierta el peso de la vida me cae de repente, estoy aquí; entonces rezo con más fuerza.

Cuando al fin salimos de la iglesia la noche ya empezó a caer y el calor que estuvo abrasándonos durante todo el día comienza a irse aunque sin desaparecer por completo; las calles se llenan de gente con velocidad, todas personas con historias, todas personas con vidas que me hacen sonreír aún si conocerlos. Tomo la mano de mi padre, ya no me aferro a ella pero aún así la tomo con suavidad y camino con el por las calles. Este viaje me ha hecho sentir enorme, perfecta, este viaje me ha hecho comprender cuanto amo esta vida, cuan equivocada estuve al pretender abandonarla.

Es en ese momento cuando me siento una tonelada más ligera, miro a mi padre, a mi madre, al cielo, a la malteada de chocolate más deliciosa que jamás haya probado, a todas las cosas que este viaje me ha dado; y no importan las personas que me miran raro cuando levanto la cabeza y grito un *Gracias*

Porque sigo en este viaje, en todas las maneras que se puedan imaginar bajo el concepto. Y no pienso dejar de hacerlo.

-Por Diana Aura Salazar

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