Lo vi en el reflejo del espejo al tercer día y juro que no se parecía en nada a lo que era antes.
Conoció a “El viajante” hace un tiempo. No culparía a nadie por sentir curiosidad por un sitio con un nombre así. Pero él fue demasiado lejos. Quizá se sintió identificado con ese título y creyó que lo llamaba. Ahora nunca más va a viajar.
Cuando entró a “El viajante” no había nadie, ni nadie ha entrado desde que él está ahí. Por las ventanas no se ve nada, no puede saber dónde está ahora o si está donde encontró a “El viajante” por última vez, que por cierto, ni recuerda dónde era.
Se le apareció “El viajante” hartas veces, a veces bien lejos. No creía que fuera de verdad. Tantas veces.
Pero no apareció desde el principio. Como que esperó a que se acostumbrara a viajar para empezar a perseguirlo.
“El viajante” era solo eso: una casa vieja, con un letrero bien grande en el techo. Y decía: “El viajante”. Era como un restaurante o un hostal. Al final era una casa. Y lo seguía.
Se bajó del auto después, porque ya era muy raro.
Algunos días encontraba perros en la entrada. Uno casi lo muerde una vez, pero nada grave. Otras veces había gatos, que le gustan aunque se arrancan.
Pero cuando lo buscaba, no estaba “El viajante”. Como que aparecía cuando no estaba pensando. Entonces más le llamaba la atención.
Interrumpía los viajes, pero no importaba tanto. Después no importaba nada, sólo “El viajante”. Y se convirtió en su esclavo, en su mascota.
Ahora lo sigo viendo reflejado en las ventanas. Sigue sin parecerse en nada a lo que era antes. No tiene hambre, pero está flaco. También tiene los labios partidos. Aunque ni el pelo ni las uñas le han crecido. Está sucio. En eso si que sigue parecido a cuando no era un prisionero.
No sé qué hace cuando duerme, pero cuando despierta está todo desordenado. Está agitado y está cansado. Ahora tiene sueño en vez de sed.
La sed no la tiene desde que entró. No quería salir de “El viajante” antes de saber que no podía. Que nunca más iba a viajar.
Pero “El viajante” viajaba. Era muy raro para creerlo, pero está seguro de que lo persiguió. Cree que sabe porqué.
Hay unas flores. Las riega todos los días, porque las encontró mustias cuando llegó. Son como sus amigas y cuando las riega, es como si llorara.
Lo miro hacerlo por la ventana casi siempre, por el reflejo triste.
Parece que al final “El viajante” lo tiene preso para eso. ¿De quién más podrían ser las flores?
No importa cuánta agua le eche a las flores, no se alegran. Pero seguro que se mueren si no se les cumple.
Las ventanas no dejan ver para fuera, solo dan reflejo. Antes daban otro reflejo y también podía ver la carretera. Ahora es como viajar con los ojos cerrados. Eso si “El viajante” no paró. Es como viajar dormido y no saber dónde va a parar uno. Claro que “El viajante” no me va a dejar abrir los ojos. Sólo quiere que sus flores no se mueran. Que alguien se las riegue porque él no tiene manos.
F I N
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