No se necesita un destino para viajar

No se necesita un destino para viajar

Tres jóvenes adultos habían parado a descansar y repostar en una gasolinera, en el centro de un desierto pequeño, pero lo suficientemente para transmitir un sentimiento de aislamiento, que se acrecentaba al mirar en todas las direcciones y no percibir signos de vida, exceptuando algún pozo en la lejanía.

Estos inexpertos viajantes habían decidido abandonar temporalmente sus obligaciones para viajar por el país, ese ritual de madurez que los padres consideraban un gasto totalmente innecesario.

Habían parado para repostar, dormir un par de horas y rellenar las garrafas de agua, ya que con la calor del desierto la sed se había convertido en un compañero más, y sabían que no encontrarían ningún lugar para recargar provisiones en dos días como mínimo.

—¿ Y no podríamos coger unas cervecitas ? Hace casi una semana que solo bebemos agua, y a saber de donde la habrán sacado, sabe peor que la del grifo coño.

—Para de quejarte, recuerda que fuiste tu quién propuso el viaje y que no lleváramos demasiado dinero, así que ahora te callas y bebes agua.

—Calmaos chicos, hace calor y estamos cansados, por eso hemos parado aquí, dormiremos un par de horas y nos pondremos en marcha cuando haya bajado un poco el Sol. Y Juan, si quieres podemos comprar un par de cervezas luego — Ana mira con reproche a David .

Las dos horas de descanso se convierten en tres, David y Ana se han quedado dormidos escuchando la radio, y Juan ha salido a dar una vuelta, no puede dormir cuando bebe, y se ha tragado las cuatro cervezas de golpe, sabe que si Ana lo pilla borracho le va a golpear, le hará una de sus charlas y le hará dormir en la intemperie con un saco de dormir.

» Iré a pasear un rato, esos dos se han quedado fritos, cuando vuelva estaré fresco como una rosa y Ana no me joderá con lo de racionar y ser responsable.»

Volvió al aparcamiento de la gasolinera, el Sol iba a esconderse bajo las montañas en poco más de una hora y estaba adquiriendo un tono anaranjado muy agradable a la vista, y lo que les interesaba, había terminado aquel sofocante calor.

Despertó a sus compañeros de viaje con unas palmadas, debían aprovechar la luz natural, ya que todos eran conductores inexpertos y no querían arriesgarse.

Pero cuando iban a arrancar y regresar al viaje, los tres se quedaron mirando un coche que se había estacionado, sin duda llamaba la atención, pero aún más el hombre que manejaba la máquina.

Salió de un Ford fiesta de 1998 de color granate, que se veía que había cambiado las piezas y arreglado más veces que años que tenían el coche y él juntos, suspiró, sacó un cigarro de liar y empezó a fumar.

Por alguna razón se acercaron a él, la vergüenza a hablar con el desconocido de los jóvenes de cuidad era superada por una gran curiosidad, aquel hombre transmitía curiosidad, como una bolsa de papel para los gatos que van a olerla.

—¿Puedo ayudaros en algo muchachos ?—esas palabras de forzada amabilidad iban acompañadas por un humo amarillento con un aroma que se podía asociar a pino.

—Parece que ha vivido mil aventuras con su carro señor, ¿ a donde se dirige ?

Mientras Juan le hacía un interrogatorio a aquel extraño hombre con ropa más vieja que el coche y una barba en la que convivían pelos castaños y grises, David y Ana analizaban el vehículo, asomándose por las ventanillas.

Se habían quitado los asientos delanteros y la separación con el maletero, en su lugar se encontraba una habitación improvisada: Un pequeño colchón con sábanas descoloridas y una pequeña almohada gris, paralelamente a la cama se podían ver pequeños cajones repletos de ropa, unos cuantos libros en muy buen estado, comparandolos con el resto del coche, una mochila con muchos bolsillos y un par de latas de comida. En el asiento del compañero había un televisor portátil conectado de algún modo al auto, sin duda aquel hombre vivía en su coche.

—Si ya habéis acabado de fisgonear… Este viejo trasto es mi hogar, y me limitaré a decir que me cansé de quedarme en un solo lugar, así que me largué. Ya sabéis, eso que muchos desean pero pocos tienen los cojones de hacer.

—Me sorprende que haya dado tanta información por un par de miradas de mis amigos, cuando ha estado evadiendo todas mis preguntas.

—Que no te sorprenda tanto, niño pijo, uno no ha de forzar las cosas, debe seguir la corriente del río para no ahogarte, y un consejo para los tres: Si no estáis a gusto, y nadie depende de vosotros, largaos a hacer algo que os guste, tarde o temprano os sentiréis mejor.

Ya que había estado hablando con ellos y dándoles lecciones mientras ponía gasolina, cerró la puerta. Y mientras los tres jóvenes lo miraban descolocados y quizá emocionados por aquella dosis de sabiduría, miraban como aquel viejo coche se hacía pequeño en el horizonte naranja.



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