Éranse una vez unos momentos. De esos que son difíciles de coger, porque no valen las manos para atraparlos, sino las sonrisas. Y solo las adecuadas, no cualesquiera. De las que salen del estómago, o de las lágrimas, tanto da. El hambre y las ganas de llorar se suelen juntar en la boca, por si alguien no lo sabía. Y se juntan, precisamente, para crear esas sonrisas cazamomentos, que funcionan igual que los cazamariposas gigantes, o casi.
Érase ese momento en el que te dije que teníamos dos días más para perdernos en nosotros mismos, y encontré tu sonrisa escondida en la guantera del coche.
Érase ese momento en el que vimos nuestra tienda de campaña erigida por primera vez, y nos atrevimos a tildarla de castillo; y me di de bruces con tu sonrisa en la majestuosa puerta que daba acceso a aquella fortaleza de plástico.
Érase ese momento en el que te vi saltar un río por todos los sitios posibles, bajándolo por donde no es, disfrutándolo por donde es, y tu sonrisa saltó contigo al agua.
Érase ese momento en el que un cangrejo presenció cómo pedía tu mano, medio en broma pero no, y hacíamos de tu goma rosa un anillo improvisado, mientras tu sonrisa se quedaba prendada entre las pinzas de ese coleóptero acuático y una brisa que olía a verano.
Érase ese momento en el que decidimos recorrer tres provincias de distancia para comprar una cena que llevábamos días de tiempo esperando, y a tu sonrisa se le hacía la boca agua porque no hay nada mejor que una ensalada ‘a lo nosotros’ a la caída de la tarde.
Érase ese momento en el que te veía desenfundando una pistola de jabón para quitarle toda la roña al coche que nos había aguantado durante todo el viaje, porque lo único limpio que querías que se quedara eran los recuerdos, y esa sonrisa tuya que no se ensucia nunca.
Érase ese momento en el que se nos ocurrió una nueva expresión para añadir a nuestro diccionario particular: ¡descálzate, que nos vamos de viaje! Y tu sonrisa también se descalzó.
Y tú te creerás que todo esto va de momentos, pero no. Los momentos son estáticamente perdurables. Simplemente se quedan ahí. Y nosotros los coleccionaremos. Pero me he dado cuenta de que la definición de momento cambia a cada rato, es puñeteramente dinámico. Y lo es porque nos hablamos distinto, nos queremos distinto, viajamos distinto. Y demasiado bien. Descalzadamente bien…
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