Se miraban sin pestañear. Ella hurgaba queriendo conocer el secreto dentro de esos ojos grises inyectados con alguna magia que sólo unos cuantos eran capaces de invocar. Creía que estaría ansiosa, pero se sorprendió al detectar una tranquilidad inhabitual en su sistema nervioso.

—Miss. Rey, cuando usted quiera —dijo el traductor al ver que se había quedado muda.

Ella pestañeó rompiendo el mágico hilo que la había unido al anciano. Los tres se sentaron de rodillas en el suelo del santuario. El anciano, delgado y fuerte, con un Hanfu antiguo, despegó los rugosos labios y dejó resbalar de su lengua unas palabras apenas audibles.

—Dice que ha aceptado verle únicamente por que ha viajado desde muy lejos. Pero es la primera mujer con la que se reúne a solas —dijo el traductor.

—Dele las gracias y pregúntele si es verdad lo que dicen de él.

Miss. Rey inclinó la cabeza al escuchar la voz lánguida del intérprete. El anciano contestó con suavidad.

—Dice que todo es cierto.

—Quiero que me asegure el año de su nacimiento.

Los dos hombres intercambiaron señas y sonidos.

—Nació en el año del tigre, cuando Xi Ming fue proclamado emperador, en 1680. Pregunta la razón por la que ha venido.

Miss. Rey miró más allá del anciano, hacia las puertas abiertas del santuario. Observó la brillante nieve bajo los rayos del sol decorando la montaña como una túnica de seda. Suspiró y miró de nuevo al anciano.

—Necesito saber cuál es su secreto.

El anciano escuchó al traductor y una carcajada sonora se desparramó en la amplia estancia de colores añejos. Miss. Rey continuó sin inmutarse observando su dentadura; no le hacía falta ni un solo diente. El anciano cortó su jolgorio y comenzó a hablar enérgicamente.

—Él… bueno, dice que no hay ningún secreto.

—¿Eso es todo? Este hombre ha hablado por mucho más tiempo que el que usted ha invertido en traducirlo.

Miss. Rey se culpaba por no hablar chino; estaba convencida de que la mitad de la información se perdía por el camino.

—Mr. Yuen utiliza nuestro idioma para relatar pequeñas metáforas y explicar su respuesta. Lo que hago es resumir…

—Traduzca las metáforas. Le pago para que me transmita palabra por palabra.

El intérprete apretó los labios hasta convertirlos en una pasa.

—Mr. Yuen ha dicho: ¿Cuál es el secreto de la montaña o del árbol del cerezo que se mantienen en pie con el paso de los años?, ¿qué los hace robustos y saludables? —Imitaba el movimiento de las manos del anciano al reproducir sus palabras—. Al igual que no hay misterio en ellos, tampoco lo hay en mi. La naturaleza moldea a los seres de acuerdo a su espíritu. Yo sé cuál es mi destino, conozco la razón por la que he sido creado y la naturaleza también, por eso me ha moldeado de esta manera, para que pueda cumplir mi misión.

Miss. Rey aspiró el aire helado de la montañas, el mismo que se paseaba entre ellos. Tenía que haber algo más que eso, no podía ser tan simple.

—¿La naturaleza lo ha hecho así?, ¿solo a usted le ha dado ese regalo mientras que nos lo niega a otros? —Su piel estaba cubierta por una membrana rojiza que se intensificaba conforme hablaba—. ¿Qué tiene usted de diferente a mi o a cualquier otro?

—Miss. Rey, son demasiadas preguntas.

Guardó silencio y tragó saliva. Le supo fría y amarga como la medicina y recordó que esa mañana no se había tomado su dosis. Escuchó el murmullo de las voces de los dos hombres.

—Los occidentales son ignorantes —comenzó el traductor—. No entienden a la naturaleza y carecen de espiritualidad. Vivir en armonía con la naturaleza es lo que nos da la inmortalidad.

El sonido del viento se elevó arrastrando algunas hojas secas. Los ojos del anciano la miraban con compasión. A ella se le entumían las piernas bajo el peso de su cuerpo.

De pronto el anciano colocó sus nudillos sobre la madera y se deslizó, balanceándose, acortando la distancia entre ambos.

—Usted, enferma —le dijo en inglés al tiempo que su larga uña la tocaba a la altura del corazón.

Ella aguantó la respiración tensando todos los músculos del rostro. El anciano le habló en chino, pausadamente. Ella podía sentir el aliento cerca de su mejilla. Un aliento color a sabiduría y luz. El intérprete se quedó mudo un segundo, pero continuó traduciendo de forma simultánea.

—Usted ha venido buscando la formula para la vida eterna, pero no existe. No hay alquimia o magia. Lo que ve en mi es solo longevidad en plenitud.

Levantó el dedo que antes tocaba los acelerados latidos del corazón de Miss. Rey y señaló el techo del santuario. Reanudó su charla a escasos centímetros del rostro de la mujer. El traductor hacía lo posible por seguir su ritmo.

—Escuche, ¿qué es lo que oye? Yo oigo al viento coreando, oigo a la nieve derretirse, oigo el crujir de la madera bajo nuestro peso. Pero, ¿que oye usted? —El anciano se tapó las orejas—. Está demasiado preocupada pensando que no escucha lo que le rodea. Es incapaz de oír a su corazón enfermo y lo que lo conecta con la naturaleza.

—¿Cómo lo sabe? —tartamudeó nerviosa.

El anciano cruzó los brazos y su voz, más llena de energía que antes, se enalteció sin pausas. El intérprete transformaba las palabras de una lengua a otra, como un espejo que refleja la misma luz en otro color.

—Usted vivirá poco. Ni una décima parte de lo que yo he vivido ya; pero sé que no se irá de aquí sin una respuesta. Le daré lo que ha venido a buscar.

El anciano se acerco al oído de Miss. Rey y vació el secreto en un idioma misterioso y poético. Ella lo entendió todo, como si se tratara de una lengua universal.

Mantén un corazón tranquilo,
siéntate como una tortuga,
camina alegre como una paloma,
y duerme como un perro.

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