Hay viajes que nunca comienzan de verdad hasta que vuelves al lugar desde donde quisiste partir. Y volvemos al mismo lugar sin saber nada del viaje.
Cuando comenzó a sentir en su piel, un sabor intenso, abrasador y desconocido, había desembarcado ya hacía unos minutos en aquel aeropuerto de una ciudad ribereña del Níger. Viajaba sola, cargada con una mochila en la que apiñó libros, las gafas de sol, la agenda con los billetes, algo de comida y una botella de medio litro de agua, se acordaba de su casa, de la comodidad perdida, ahora que estaba en medio de aquella gente de color, gritando todos, mientras esperaba su turno para el control de pasaportes. No conocía a nadie de los que allí estaban y el colorido de sus trajes, rojos estridentes combinados con azules y amarillos de las mujeres con turbantes altos le pareció algo sugerente. Cuando pasó por el control, el gendarme le habló en francés
-Venez vous de turisme?- y la miró casi insinuándose como una invitación a entrar en aquel país
Ya estaba dentro, ahora tenía que recoger su maleta y largarse en busca de lo que venía a buscar. La ciudad de Mopti es un lugar lleno de ciénaga, polvo y un olor asqueroso a pescado reseco al sol. Apestado de gentes que van y vienen sin saber muy bien por qué, pero van como perseguidos por su propio afán en buscar algo mejor para sus vidas.
Reme comprendió enseguida de que se trataba su búsqueda. De pronto, cogió un taxi amarillo que lo llevaba un muchacho llamado Mombé y se vio en medio del caos de aquella ciudad
-Cherche l´hôpitel, mon ami, l´hôpitel de Saint Just- le dijo al taxista
Una turista buscando un hospital no era algo común a los ojos de un taxista, pero la llevó surcando aquella trama de calles llenas de gente, burros, carromatos y coches vetustos como el del taxista hasta la recepción del hospital de Saint Just. Pagó la carrera, se arregló el short que se le había bajado de la cintura y se secó el sudor de la cara. Notó mucho calor pero había llegado a su destino
Se acercó a una especie de tarima en la que estaban sentadas dos enfermeras con un uniforme blanco sobre sus pieles negras
-Soy Reme Castelló, la española que viene a la operación
La miraron desconcertadas las dos señoritas que estaban en la recepción y enseguida una de ellas, descolgó el teléfono y llamó al director del hospital
A los pocos minutos en el pasillo interior se vio a un médico con bata abierta sobre un traje a rayas grises y corbata de color azul celeste grandullón, rodeado de otros que parecían sus ayudantes. La sonrisa abierta le hizo relajarse a Reme
-Bonjour amie, soyez vous bienvenue- le dijo el director, cogiéndola del brazo y ordenando que uno de los ayudantes le cogiera la maleta y la mochila- venez avec nous
Cuando Reme recobró el sentido de lo que había sucedido habían transcurrido mas de tres días de su llegada al hospital.
Estaba de nuevo sentada en el avión de vuelta a su casa. El ruido del motor le devolvió al recuerdo de días atrás. Estaba confusa. la realidad era algo que le producía una profunda inhibición a descubrir qué había pasado en esos tres días, por qué tenía que saber lo ocurrido. Era mejor dejarlo pasar, obviar algo, no indagar más. había pasado tres días en una ciudad del desierto nigeriano y no se acordaba de nada.
Cuando llegó a casa, después de hacer escala en París sin pisar la ciudad para nada, se sentía fatigada, ya no tenía calor pero sintió la necesidad de limpiarse y decidió ducharse, eran casi las diez de la noche. Enchufó el aparato de música y conectó su álbum preferido, una combinación de música jazz con blues que aleatoriamente había seleccionado. Entró en la ducha caliente y comenzó a frotarse la piel desnuda. A los pocos segundos, notó una protuberancia rara en el bajo vientre. Parecía como una cicatriz reciente de unos diez centímetros, la acarició. No estaba antes, nunca antes había estado allí. Dejó de limpiarse y se secó nerviosamente. Buscó el espejo del baño y se miró desnuda frente al mismo. Vio el enorme tajo situado en el extremo izquierdo del bajo vientre y la cicatriz en forma de curva. No le dolía ni le molestaba nada, pero no sabía qué hacía allí cuando tres días antes, no existía y nunca se había operado de nada y mucho menos en el vientre.
Se puso una camisa de andar por casa y las bragas de siempre, y comenzó a deshacer la maleta y la mochila.
Al minuto, descubrió un papel como de receta médica escrito en francés. Lo leyó, se quedó en silencio, apagó la música y se dejó echar en la cama.
«Querida señorita Castelló, éste hospital le estará eternamente agradecido por la donación que ha realizado usted gratuitamente a una paciente gravemente enferma de su órgano. Muchas gracias y hasta siempre. El Director del Hospital de Saint Just»
Reme apagó la única luz de su habitación y cerró los ojos. Comenzó a recordar su extraño viaje. Sintió el ruido de los motores del avión hasta Mopti, el calor nada más llegar y el sabor de goma quemada del aparato por el que le practicaron la anestesia. Después dejó el papel del hospital sobre su cuerpo y se durmió pensando en el viaje.
Unos días antes había leído en un recuadro de periódico atrasado una especie de noticia:
«Hospital de Mali en Mopti necesita urgentemente donación de óvulos de mujer sana para practicar intervención a vida o muerte de una niña de catorce años violada por desconocidos. Interesados contactar con Hospital de Saint Just en Mopti, Tf. 22322255566»
Cuando despertó a la mañana siguiente se tocó la herida cicatrizada y pensó
-De verdad, ¿he viajado a Mopti por algo?, creo que volveré alguna vez.
No recordó nada más.
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