Metamorfosis pluvialborrador

Metamorfosis pluvialborrador

La lluvia es miel en esta húmeda y calurosa tarde, miel al tacto. No se registraron descargas eléctricas ni hay indicios de que el agua mitigara la sofocación con un cambio de clima.

Otra vez encontré tu foto con cinco años de historia encima; las que no me pertenecen porque las mías destruí en su debido momento, cuando el dolor era llaga y el corazón un globo fláccido que apenas bombeaba oxígeno al resto de los asfixiados órganos. Estas son del archivo fotográfico familiar. Lamenté no haber conservado las que vos me regalaste. Vos, conservarías las mías?

Adentro las paredes hierven enmohecidas y salir Afuera es hallarse con la certeza de que el fresco es una ilusión. Anuncié que iba a dar una vuelta y una voz desde adentro me respondió: «llevate un paraguas! No seas loca!» No importa, que pueden hacerme unas cuantas gotas empalagosas? Tenía necesidad de visitar la Costanera y me senté en la escalera cuesta abajo. De mi piel brotaba un panal sin abejas y el pelo se me pegoteaba en el rostro. Entorné la mirada abandonándome a mis sentidos ambiguos no del todo coherentes. En la soledad del paisaje escuché el monólogo del sonido de una moto familiar. Me tensé. Era él… mi negro. Saludó con un cortés y veloz gesto de cabeza, y la lluvia fue coca… coca visual. Me prendí a mis rodillas y apoyé la frente. «Mi negro», a qué ignominia me sometiste luego de tu Abandono? Los pregones de la chusma hipotetizaban una venganza, una farsa. A mí me dolía más esa idea que tu desaire repentino, tu pronto desenamoramiento tras un apasionado furor amoroso. «Negro… negrito», otra vez mi acústica mental…

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