Mamadou me aparca el coche a la sombra. Hoy no lo veo.
-¿Y Mamadou?
-Cafetito. Él decirme tú sombra -me aparca el coche Ibrahim.
Me voy al bar con Mamadou para que me cuente sus cosas.
-Mis amigos se quedan con el negocio porque regreso a Borko.
-¿Y eso?
Preguntas algo a un dogón y te expones a que te explique la historia desde el principio. Esta vez me cuenta la historia del alcalde de Borko, que yo a su vez os cuento.
-Con Mambé y Ibrahim jugábamos a la pelota cerca de la charca de los cocodrilos. Nos decían, para asustarnos, que una vez devoraron a un niño. Si caía la pelota cerca de los bichos la íbamos a recoger con los ojos bien abiertos. Los cocodrilos de Borko son un próspero negocio gracias a su emprendedor alcalde, mi padre, que los ha convertido en un espectáculo. Cuando llegan los turistas degüella unos de los pollos del corral, lo parte y se lo muestra a los cocodrilos. Estos huelen la sangre y emergen hambrientos de la charca. Un pedazo para cada uno si actúan según el guión. El alcalde agita el cebo, los cocodrilos abren una boca terrorífica con hileras de dientes en forma de ganchos y éste los reta con una vara. Una vez muestran su fiereza, el domador les lanza su recompensa, que atrapan al vuelo para sumergirse otra vez en la ciénaga verde. Si hay niños entre los turistas, el alcalde se encara con el caimán más grande y lo obliga a perseguirle en pos de su recompensa. El monstruo, disciplinado, camina torpe hasta que el alcalde le arroja su trozo de pollo y entonces se vuelve a la charca a devorarlo.
Mamadou es el mayor de los tres amigos y el encargado de que no se acerquen a los cocodrilos. El alcalde les enseña a calcular con los dedos, a rezar, a cultivar la huerta o los campos de mijo; les muestra los corderos, las cabras y cómo se hace una choza con barro y paja para cuando formen una familia. Les exhorta a ser respetuosos con los vecinos y a hacer caso al alcalde, que sabe lo que conviene, como ha demostrado con el negocio de los cocodrilos, gracias al cual se ha construido la mezquita. Mamadou admira a su padre, y le gustaría ser tan respetado como él.
Cuando crecieron les dijo a Mambé y Ibrahim que se iba a Europa para emprender un negocio, y que les llamaría para trabajar a su lado. Su padre le pagó el viaje para que se buscara una vida mejor. A Mamadou le hablaron de Valencia por la recolección de la naranja y allá que fue. Pero él, que llevaba en la sangre el carácter emprendedor de su padre, descubrió un negocio con más futuro. Observó que los conductores daban muchas vueltas para aparcar. Entonces buscó una zona libre y cuando aparecía un coche le ofrecía una plaza. El conductor le daba una propina. Mamadou le garantizaba, además, vigilancia.
Pronto prosperó y llamó a sus amigos.
-En Borko ganáis un euro diario. Aquí veinte.
-¿Y cómo nos venimos?
-Os adelanto los pasajes.
Mamadou, Ibrahim y Mambé volvieron a estar juntos, y ampliaron la zona de aparcamiento. Mamadou les daba la mitad de los ingresos, pues consideraba justo quedarse con un beneficio por gestionar la vivienda, el vestuario, suplir bajas y resolver cualquier otra contingencia. A ellos les parecía bien.
-¿Qué te pasa, Ibrahim?
-Me acuerdo de mi familia.
-Y yo también –añadió Mambé.
Entonces Mamadou llamó al alcalde de Borko y éste llegó a la siguiente conclusión:
-Ha llegado el momento de tomar esposa.
Primero viajó Ibrahim, el más triste. De vuelta era el más alegre. Lo mismo pasó con Mambé. Sólo quedaba él.
-Con Khady nos comprometimos de niños. Hable con su familia -le dijo a su padre.
-Así lo haré –le respondió.
Mamadou volvió a llamar a su padre.
-Desean casarla con un rico comerciante de Mopti, pero Khady sólo te quiere a ti.
-Padre, el alcalde sabrá qué hacer.
Pasados algunos días Mamadou volvió a llamar.
-El comerciante indemniza a la familia con una bonita suma.
-¿Entonces?
-Hay que cumplir la costumbre.
-¿Cuál es la costumbre?
-La obediencia de los hijos.
-¿La felicidad no cuenta?
-Desobedecer es condenarse a la miseria.
-Ayudadme, padre, a que Khady sea mi esposa.
-¿Quebrantar la costumbre? No me pidas eso, hijo. Soy el alcalde.
-No os lo pido como alcalde, sino como padre.
-Entonces no seré un buen alcalde.
– Pero seréis un buen padre.
Mamadou regresó y robó a Khady. Su familia no perdonó la afrenta, el pueblo censuró al alcalde por no impedirlo y le desposeyó de su vara. La pareja, feliz, se estableció en Valencia.
***
Mamadou y Khady regresaron a Borko. Los amigos de Mamadou heredaron el negocio y me siguen aparcando el coche a la sombra.
-¿Cómo le va a Mamadou? –le pregunto a Ibrahim, quien fiel a la costumbre dogona me explica la historia desde el principio. Comome la contó os la cuento.
La guerra trajo la miseria a Borko. Las casas destruidas, la mezquita arruinada, los cocodrilos en un estado lamentable. Mamadou se propuso que Borko volviera a la prosperidad de cuando su padre era alcalde. Cuidó de los cocodrilos porque eran sagrados y si desaparecían el pueblo moriría. Y emprendió otro negocio. Viajó a la vecina Tumbuctú y se trajo una familia de camellos, que pronto se reprodujeron. Así pudo inaugurar un servicio de excursiones a camello para los turistas.
Después amplió el negocio. Viajó a Bamako y adquirió una flota de viejos todoterrenos para las excursiones por el desierto. Ofrecía camellos a los turistas más románticos y tracción mecánica a los comodones.
Borko, como antaño con los cocodrilos, volvió a ser próspero. Sus habitantes, complacidos, desagraviaron al padre en la persona del hijo y nombraron a Mamadou, por su carácter emprendedor y su recto sentido de la justicia, nuevo alcalde de Borko.
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