Todas las rutas se parecen te dije ofendida. No es mi culpa. Me dieron el mapa y nadie me explicó nada, por qué todos creen que no es necesario explicarme nada.

Estamos perdidos sentencié. No tengo la más puta idea, quise decir, de dónde estamos.

Vi el cartel y me fingí alegre. Acabamos de pasar un cartel que dice q a 3 km hay algo, doblá, para allá hay algo. Como tu allá y mi allá no coinciden, te grité que doblaras a la derecha.

Lo hiciste porque para la izquierda había alambrado. Hacé lo que quieras quise decir en mi silencio, arréglatelas solo y ojalá terminemos juntos, hundidos en algún barranco. Deseo imposible de cumplir en el medio de la planicie seca que nos había tocado en suerte.

En el asiento de atrás nuestro hijo Abelardo y su amigo se desperezaron, Abelardo pateó tu asiento. Gritaste que cuando pudieras parar le ibas a dar una patada en el culo si seguía jodiéndote la vida.

No conocíamos al otro chico, es amigo de Abelardo te dije. Vos hiciste una broma acerca de la sexualidad de Abelardo. ¿Es hetero?, preguntaste mientras te vestías, quisiste preguntarme si Abelardo era gay.

Abelardo preguntó si habíamos llegado.

Adónde, le gritaste, cuándo carajo se llega adónde no se va.

Estaba exhausta, tenía calor y necesitaba mantenerme alerta. El sol enloquece a la gente en los lugares donde es monarca absoluto “beduino, tuareg, el espejismo deambula su certero camino” recité. Los tres podrían estar planeando estrangularme con la bufanda que el amigo de Abelardo usaba tanto en verano como en invierno, destrozarme a picotazos de buitre las huellas dactilares. Y después, con mis manos bien anónimas, abandonarme en una zanja donde el calor derritiera las carnes y las grasas.

La ruta se había hecho calle sin emitir un sonido.

Un cartel decía:

HOTEL BRILLO DE LUNA apto para todxs

Paraste diciendo que necesitabas dormir un rato. Ni la tierra, ni el sol, ni la ruta perdida. Terror de saber que en el mundo sólo quedábamos los cuatro. Por ahí eso quise decirlo yo.

Salió a atendernos una señora que se secaba las manos en un delantal limpio. Le dije que queríamos guardar el auto aunque fuera en un gallinero. Quise decir que me encantaría que el auto semi tuyo quedara hundido en el excremento ácido de los gallineros. Que tuvieras que mancharte tus pulcritudes, todas, sacando con las uñas la caca de gallina de las cerraduras de las puertas.

Nos dieron dos habitaciones grandes y frescas. Casi inmediatamente creí quedarme dormida pero no soporté tus ronquidos y salí de la habitación. Hay tanto para conocer en un paraje muerto te escuché decir mientras salía. ¿Quisiste decir que no te dejara solo?

Preguntaste por Abelardo y el amigo y te contesté que seguramente estaban por ahí haciéndolo. Nos hubiera bastado una caricia para renovar la vida, quise decir una caricia de las primeras. Las ignoradas.

Afuera, una chica gorda, casi normal, casi distinta, con capacidades diferentes, Sofía, estaba preparando todo para una fiesta que había esa noche en el pueblo. Al final, van a tener que agradecerme a mí la diversión de esta noche y encima pedirme disculpas.

Una fiesta en la calle de un pueblo desconocido, con banderines de colores y chorizos quemados. Les gritaría que nos quedaríamos en esa fiesta, beberíamos alcohol de quemar hasta la madrugada y luego de dormir un rato, pediríamos la ayuda necesaria para reparecer en google o en el street view.

Quizás caminé de verdad por ese pasillo en penumbras. En un umbral un chico me miraba con una mueca de burla seductora, tierna pero inútil. De esas muecas inútiles que son las que podrían cambiar una vida.

En lo que hacía las veces de una conserjería, el señor Alfonso saludó y me preguntó si estábamos cómodos. No contesté. El hombre lo entendió como una afirmación necesaria para contarme su misión en el mundo. Nuestra visita pagaba servicios atrasados, ropa que los pibes necesitaban, pibes especiales con aptitudes distintas, como nosotros ya habríamos notado.

Un hotel atendido por pibes especiales, casi como el nuestro que no sabe hacer un carajo. Sentí la fraternidad.

El señor Alfonso agregó que las cosas son extrañas cuando no se entienden y normales cuando suceden. Acá no llega cualquiera. El señor Alfonso dijo que cuando llueve la tierra de las tumbas se desmorona y después se fue. Un escalofrío me recorrió el costado. Cómo inquietan esas dos palabras juntas: tumbas y lluvia lavando las emociones, pocas, que son enterradas vivas. Quise decir que la lluvia fue mandada a la tierra para apurar el olvido.

Volví a la habitación y te miré con esas ganas gastadas que nos tenemos hace tanto tiempo. El espejo nos devolvía la imagen de los dos sobre la cama. Una cárcel infinita que empezaba y terminaba en nosotros.

Un chico con un chupetín, un idiota lleno de dulce, abrió la puerta y se quedó mirándonos. Quiero decir te miraba a vos. Tan redondo te miraba como entendiédolo todo…

La baba transparente que resbalaba por su barbilla quedaba expuesta al sol. “Nada de lo demás tiene sentido, nada”, pensé, mientras la saliva dulce brillaba.

Enseguida pensé que te quería.

¿Pensar que te quería era lo mismo que quererte? ¿En qué raras personas íbamos a convertirnos?

Dijiste que querías estar en esa fiesta, te levantaste de la cama y yo me quedé mirando cómo el flaco del chupetín nos incluía en un sueño común a los tres y decía que iba a morirse cuando te fueras. Me toca a mí morirme cuando te vayas.

¿Podía alguien morir por vos, alguien que no fuera yo, que nunca moriría por vos?

¿O yo también podría morir por vos? Salió.

Es que es un pibe tarado te dije, mientras la noche se iba dando vuelta entera sobre nosotros como una enorme cacerola de teflón.

Me parece que los demás existen, dijiste.

Sí, contesté, seguro que existen. Como los ovnis.


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