Juan suspira, es un suspiro corto cargado de ansiedad. Mira a su alrededor con ojos grandes y chispeantes: las computadoras encendidas marcan el ritmo de su corazón, las coordenadas del espacio y la temperatura corporal. Los cables enchufados en sus manos garantizan la llegada de vitaminas a su cuerpo. Tiene la mejor nave del mundo. Se siente algo cansado pero no le importa porque cuando mucho puede dormir en el viaje. Va a ser muy largo, como la vez que fue a Brasil con sus papás, así de largo.
-¿Cómo estas, corazón? – le pregunta la mamá interrumpiendo sus pensamientos.
– Bien, mamá – dice y con su manito regordeta aprieta fuerte los dedos de la mano de ella que se apoyan a su lado.
– ¿En qué pensabas tanto recién?
– En los delfines que vimos cuando fuimos a Brasil ¿Te acordas?
– ¡Claro que me acuerdo! Hermosos eran, nadando en ese mar tan grande.
– Má ¿Vos crees que a donde viajo voy a ver delfines? Yo creo que sí, esta nave parece mucho más poderosa que el auto de papá. Aparte voy a viajar mucho más lejos que Brasil – dice extasiado con las pupilas grandes y una mirada abrumadora.
– Seguro que vas a ver un millón de delfines, no tengas dudas – responde su madre conteniendo la voz con todas sus fuerzas para que no se quiebre.
– Má, ¿La máquina de papá viajaba al mismo lugar que yo?
– Si, era muy parecida. Un poco más grande pero no creo que tan rápida como la tuya – responde con mucho esfuerzo.
– Esta va a ser la nave más rápida de todas. Cuando arranque sacale una foto y mostrásela a Mateo. Le prometí una de la nave arrancando.
– Está bien, mi amor. Apenas arranque yo le saco.
En ese momento entra uno de los científicos doctores y se pone a hablar con su mamá. Juan no presta atención a lo que dicen, solo le importa mirar su nave. Se siente listo y a la vez algo asustado aunque no es miedo precisamente, es algo parecido a un retorcijón de panza. Como aquella vez que se subió a un avión por primera y única vez. De repente, le da mucho hambre, hambre de una hamburguesa gigante con papas, como esa que comió con su abuela cuando vino a visitarlo. ¡Qué ganas de comer una hamburguesa y ver delfines! pensó y se prometió pedirle a su mamá una bien grande con muchas pero muchas papas y coca apenas vuelva del viaje.
-Juanchi, el doctor te tiene revisar para que este todo bien. Mientras yo me voy a buscar a Malena que quería verte – dice su mamá y se va con pasos apresurados.
-¿Todo bien, Capitán? – El doctor se llama Ruben, lo conoce desde chiquito. Tiene la voz grave y muchas arrugas alrededor de los ojos. Fue él quien le explicó lo de la manchita en la cabeza y que para eso iban a tener que usar una nave que lo lleve a otro lugar en dónde se la saquen y entonces pueda empezar la escuela lo más bien.
– Si, pero Ruben ¿Cuándo arranca esto? – tiene muchas ganas de que esa máquina lo lleve a la velocidad de la luz como ese chico del cuento que le leyó su mamá aquella noche que llovía mucho y no podía dormirse culpa de la manchita que le pellizcaba por dentro.
– Tranquilo, hay que tener paciencia. Estamos trabajando para que sea un despegue sin complicaciones de ningún tipo – el doctor escucha su corazón, palpa su pecho, le acaricia su cabeza rapada y da por terminada la revisación. Se aleja no sin antes guiñarle un ojo.
Juan se queda tratando de imaginar en cómo será el despegue hasta que se duerme. Al rato vuelve la mamá con su hermanita en andas, quien con sus gritos de alegría lo despierta.
-¡Hola Male!, ¿te gusta mi nave? – le dice, refregándose los ojos. Malena tiene dos años, tres menos que él. Ahora lo mira con esos ojos chiquitos rodeados de cachetes grandes y rojos, paspados por el frío. Las manitos se estiran hacia todos lados queriendo tocar los cables que rodean a Juan. La mamá tiene que apartarla cada tanto.
– ¿Sabes que hoy a la mañana preguntaba por vos? Decía: ¿Juanchi? ¿Ande ta Juanchi? ¿No cierto, Male? — Malena no hace caso, solo quiere tocar los botones y cables que hay por todo el lugar.
– Sabes una cosa mamá, se me ocurrió algo: mejor viajo al futuro. No voy a viajar al espacio. ¿Ves esos botoncitos de allá? Bueno, cuando venga Ruben apretalos rápido porque esos botones creo que activan la nave para que viaje al futuro en vez de al espacio ¿Entendes?
-Sí, amor. No te preocupes que yo los aprieto rápido – y ya sin poder aguantar más deja caer unas lágrimas de sus ojos. Las siente pesadas, enormes y frías, muy frías.
-No llores má. Voy al futuro pero vuelvo.
-Ya sé hijo, ya sé pero viste: te vas re lejos.
-Sí, pero vuelvo, vuelvo. No llores.
De pronto aparece Ruben.
-Bueno, Capitán… ¿Esta listo? – dice mientras acomoda los tubos con una mano y con la otra le aplica una inyección.
-¡Sí! – dice Juan exultante. Su madre le da un beso de despedida y lo abraza fuerte. Muy fuerte, casi que lo deja sin aire – No te olvides de apretar los botones y sacar la foto para Mateo – le susurra al oído.
-No te preocupes, corazón, que yo no me olvido.
Juan cierra los ojos. Entonces un brillo intenso se apodera del lugar, la nave se eleva unos metros y con un fuerte impulso desaparece en un haz de luz con Juan dentro quien ya sonríe porque va a ver delfines del futuro como los de Brasil pero mejores y eso es re súper.
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