-¿Cuántas veces se ha dicho en este país que cualquiera puede viajar? Mentira, mentira y mentira, todos ellos mienten. Solo y únicamente la gente que sabe disfrutar de la vida se lo puede permitir. Y lo demostraré.
Tras estas palabras, don Miguel se dirigió a la estación de tren más cercana a comprar un billete al azar. Quizás pensó que sería divertido el hecho de viajar sin saber a dónde. Al llegar a la taquilla, le atendió una señora de avanzada edad. Tenía el pelo grisáceo y un gran diamante en un dedo de la mano izquierda, o era la derecha, en todo caso aquel valioso anillo relucía como el sol.
-¿Me podría dar un billete hacia el sur, por favor?
La recepcionista al ver como vestía don Miguel, un traje hecho jirones, unos vaqueros con agujeros y los zapatos llenos de barro, sin añadir que llevaba una barba de tres pares de narices, se levantó y en un acto reflejo llamó a la policía.
-¿Pero señora, por qué ha hecho usted eso, solo quería un billete para el tren del sur?
La asustada mujer no contestó y vió como a lo lejos se llevaban a don Miguel, esposado a comisaría.
Una vez llegado, don Miguel sacó sus pertenencias, entre ellas una lujosa cartera de piel y un teléfono móvil de última generación, y explicó lo sucedido a la policía. En un abrir y cerrar de ojos, el comisario que interrogó a don Miguel, un hombre de unos 50 años, bajito y regordete, pronunció unas palabras que silenciaron media comisaría. Sin embargo, don Miguel ni se inmutó. Más que eso, comenzó a hablar, habló sobre su vida, su casa, su trabajo. Habló sobre su mujer y sus hijos que aún no tenía, pero habló de ellos. El comisario llegó a un punto de hartarse de su interrogado y con una espeluznante voz le preguntó:
-¿A ti, que es lo que te pasa en la cabeza?
A lo que don Miguel le respondió:
-Simplemente quería demostrar, que todos, da igual nuestra forma de vestir, nuestra economía o nuestra forma de ser, todos debemos merecer tener la oportunidad de saber o poder disfrutar de la vida. En cuanto a usted señor comisario, la única pega que le puedo conceder, es que esta usted falto de vacaciones -dicho estó, don Miguel sacó unos papeles de su cartera y prosiguió- mire, tengo aquí dos billetes sin rumbo definido. Se los regalo si me promete usarlos.
Al concluir, don Miguel se levantó de la silla y de forma amable se despidió del comisario, quien en ningún momento hizo ademán en detenerle.
Don Miguel, se dirigió de nuevo a la estación y compró un viaje. Se subió en él tren y un par de días después falleció con una gran sonrisa en el rostro. Al enterarse el comisario, comprendió su causa y decidió utilizar aquellos billetes que le regaló Miguel. Así, visitó medio mundo y comprendió que lo más importante de la vida es disfrutar de ella.
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