¡No puedo perder el rastro del todoterreno que va delante de nosotros! Pero avanza a una velocidad endiablada, y los metros que nos separan aumentan sin cesar. Es cuestión de vida o muerte. Tengo que recortar distancia, pero noto agarrotado mi pie derecho.

¡Qué hermosa es la bahía de Sidney! exclama Rosa con una sonrisa plácida.

Sí, pero yo no estoy gozando mucho de su vista. Me preocupa lo que me has contado que vamos a hacer mañana.

Lo único que tienes que hacer es disfrutar. Hoy y mañana. Ya me he encargado yo de todo.

Sí, como siempre. Pero cuando preparaste el viaje, me dijiste que en la isla adonde vamos se producen accidentes con frecuencia; aunque me resulta difícil imaginar los motivos.

Según he leído, es porque hay 75 millas de playa en las que se puede circular sin control, y algunos aceleran sin medida. El terreno es bastante plano, pero hay desniveles que pueden propiciar vuelcos o tapar la vista de otros vehículos. Y también hay peligro cuando se intentan esquivar bruscamente lenguas de mar imprevistas. Pero tú no te preocupes, nosotros sólo tenemos que pasear tranquilamente y dejar pasar a los demás.

Pues yo no me fío mucho de los demás.

Superando los 100 Kilómetros por hora, el coche da unos saltos espantosos. Las maletas golpean con fuerza contra el techo, rebotando contra los asientos traseros. Y el todoterreno al que intentamos desesperadamente seguir marcha cada vez más rápido. Si continuamos así podemos volcar en cualquier momento.

Suelo ser atrevido pisando el acelerador, pero apenas conozco el automóvil que conduzco. Lo hemos alquilado hace pocas horas, y hay varias circunstancias a las que no estoy acostumbrado: el volante en el lugar contrario, el cambio automático, la tracción especial y su enorme tamaño. Además, casi siempre conduzco sobre asfalto, no sobre arena de playa.

Nos han entretenido tanto con los trámites del permiso de acceso que casi perdemos la última barcaza que cruza a la isla esta tarde. Y somos los únicos a estas horas. Pregunta al marinero si vamos a tener problemas para llegar al hotel sugiere Rosa.

Según las tablas de mareas, es probable que el camino más rápido, por la playa, esté inundado cuando lleguen. Si fuera así, deberán desviarse hacia este camino interior responde el patrón señalando en un plano de la isla. Viendo nuestra desorientación nos regala el mapa con una sonrisa.

Como había supuesto el marino, sólo hemos podido avanzar unos metros por la playa. Es una pena que ya esté anegada. Circular por esta pista interior no tiene nada de particular y está resultando monótono; pero, sobre todo, no hemos atravesado medio mundo para esto.

Por ahí se puede bajar de nuevo a la playa. Quizá en esta zona no haya subido tanto la marea. ¿Probamos? propone Rosa, con gesto pícaro; y sigo su consejo.

Tenemos que volver. Sólo quedan unos cientos de metros secos. Más allá, tanto a la izquierda como a la derecha, el mar ha borrado por completo la arena.

Hemos bajado sin dificultad, pero, tras varios intentos, no consigo remontar el todoterreno por el talud de arena que nos ha servido para descender. Y la marea sigue subiendo. ¿Por qué no habremos continuado por el camino seguro?

Pide ayuda a ese coche que se dirige hacia aquí señala Rosa.

No conocemos bien el funcionamiento del cambio automático de vuestro automóvil; pero si me permitís, bajamos la presión de las ruedas e intento subirlo yo ofrece uno de los viajeros del otro coche a quien entendemos mejor por sus gestos que por sus palabras.

Tantos años pensando que soy un excelente conductor y ha tenido que venir un desconocido a sacarme del atolladero. Le ha echado valor tomando carrerilla y acelerando a fondo, pero ha sido la solución. Qué alivio volver a seguir avanzando por este sendero interior tras la estela polvorienta de nuestros nuevos amigos.

¿Por qué bajan de nuevo hacia la playa?

Porque esta pista acaba aquí responde Rosa. Creo que no nos queda más opción que seguirlos.

¿Se han vuelto locos? ¡No se puede circular a esta velocidad, casi sin luz natural y por una superficie tan irregular! ¡Vamos a acabar volcando o hundiéndonos en el agua! Estoy enviándoles señales con los faros, pero no nos esperan.

Les hemos hecho perder mucho tiempo y no les queda más remedio que arriesgar para llegar a la siguiente salida antes de que sea demasiado tarde. El agua sube sin parar.

Pero han dicho que apenas conocen la isla. ¡Es como si llevaran los ojos vendados!

El coche de nuestros guías acaba de desaparecer de mi vista, despegando del suelo tras coronar un pequeño montículo de arena. No sé si habrá seguido avanzando, habrá volcado, o estará sumergido en las aguas del océano. Si freno, no podré subir esa rampa, y el agua nos engullirá lentamente; aunque podamos salir del automóvil y subir caminando hacia la parte seca, nos han advertido de la presencia de perros salvajes que seguramente nos atacarán en cuanto caiga la noche. Si acelero a fondo, y nuestros amigos han volcado, es posible que choquemos contra ellos y nos matemos todos; y si nos esperan aguas profundas, quizá acabemos ahogándonos. ¡Tengo que decidir ya! Frenar o acelerar y saltar a ciegas.

¿Qué hago, Rosa?

Siempre he estado a tu lado. Y siempre te he animado a que seas valiente. Yo aceleraría.

¿Papá? ¿Cómo has llegado hasta aquí? Tú me enseñaste a conducir cerca de unas dunas, pero en otro continente; hace mucho tiempo. Te echaba de menos desde hace años. Creía que tu viaje no tenía retorno. Pero ahora estás aquí. No sé cómo actuar. ¿Qué hago, papá?…

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