El viaje comenzó el primer día que lo vi: alto, ojos verdes, manos grandes y un tono de voz grave. Lo se porque lo escuché hablar por teléfono. Movía la cabeza como si no estuviera de acuerdo con quien hablaba del otro lado.
Unas personas nos separaban así que no pude oír con quien hablaba, pero si pude mirar cada detalle de su rostro. Era perfecto. Su barba parecía estar diseñada solo para el contorno de su cara, sus labios eran carnosos y apenas se podían ver por debajo de su tupido bigote.
El ascensor abrió sus puertas en el piso 3 y bajó lentamente, dejando pasar a una señora con un gesto de su mano izquierda, tan romántico. Solo yo pude notar la sonrisa cálida que le hizo a esa mujer. Me hubiera encantado ser ella en ese momento, solo para recibir su sonrisa.
Miré mi reloj, tenía que estar todos los días a esa misma hora para hacer ese viaje juntos.
Solo eran 3 pisos, pero nunca viajé tantas veces en un ascensor como desde que lo conocí.
Lo volví a cruzar varias veces más, hasta llegaba a soñar con él. Era imposible no pensarlo.
No podía seguir en silencio. Decidí que iba a bajar en el tercer piso, solo para que me deje pasar delante suyo.
Pero claro, si iba a hacer todo ese viaje, debía lucir más hermosa que nunca.
Ese día me puse el mejor pantalón, la mejor camisa, usé mis botas marrones, mis preferidas, me maquillé y me puse mucho más perfume que de costumbre. Estaba decidida. Iba a subir y bajar las veces que sea necesario solo para pasar por delante y decirle: «Gracias», porque seguramente me dejaría bajar antes.
Subí al ascensor y las puertas casi se cerraban cuando veo su mano trabando el cierre. Ay ay ay, mi corazón iba a mil. Procuré quedarme del lado de la puerta, pero una señora también pensó lo mismo.
Fue el viaje más largo de mi vida. Los 3 pisos en ascensor más emocionantes.
Todo marchaba bien, un piso más y conseguiría pasar por delante suyo y mencionarle una sola palabra, a la que acompañaría con una mirada intensa y un movimiento de caderas divino.
Se abren las puertas, para mi, en cámara lenta, que digo lenta, lentísima, me dispongo a bajar y le rozo el brazo pidiendo permiso.
Bajé sola. Supongo que ese día no iba al tercero.
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