Hola, Javier:
¿Qué tal estás? Lo sé, no tengo perdón. Debería haberme puesto en contacto contigo hace mucho tiempo. Te preguntarás por qué te escribo esta carta después de tantos años. La razón es que tengo que darte una buena noticia. ¿Sabes quién es el padre de mi hijo? Piensa, piensa… ¿A ver si lo adivinas? Te daré una pista: un hombre y una mujer hacen el amor bajo la luz de la luna en la playa, no toman precauciones. ¿Has atado cabos? Pues eso, eres tú.
Hoy he decidido cambiar el rumbo de mi vida. Quiero romper mi rutina y descubrir cosas nuevas. Me iré de viaje a dar la vuelta al mundo y necesito que cuides de nuestro hijo el tiempo que estaré fuera. Creo que me lo debes. Se llama Óscar, tiene cinco años y es un buen niño; seguro que os entendéis. Quiero visitar las siete maravillas del mundo: desde las pirámides mayas de Chichén Itzá hasta el espléndido Cristo Redentor en Río de Janeiro; desde el espectacular Machu Picchu hasta la grandiosa Muralla China; desde la sorprendente ciudad escavada en la roca en Petra hasta el impresionante Taj Mahal en Agra y el sensacional Coliseo en Roma.
¿Cuántas veces hablamos de dar la vuelta al mundo?, era nuestro deseo, ¿te acuerdas? Coger las mochilas e irnos lejos de aquí para recorrer el planeta, derribando cualquier barrera que se nos pusiera delante.
Intentaré deshacerme de algunas pertenencias y así tendré más dinero para conseguir mi propósito. Voy a vender el coche a Lola, mi prima. No tiene carnet de conducir, pero dice que se lo sacará este año. Con lo torpe que es, no sé si será buena conductora, seguro que se lleva a alguno por delante. El televisor de plasma se lo voy a vender al mismo señor que me lo dio. No sé de dónde lo sacó, solo que se lo compré por un precio inferior al valor de mercado. Los trajes de chaqueta los voy a quemar. Odio esos ridículos trajes, me recuerdan que debo ir a trabajar. ¡Es broma! Los voy a donar a la Cruz Roja, que bastante falta le hacen.
No te preocupes por aquello que ocurrió entre nosotros, por mi parte está todo olvidado. Lo que más me dolió no fue que te enamoraras de un hombre a punto de casarte conmigo, esas cosas pueden pasar, sino que me robaras el vestido de novia y se lo regalaras a tu amante para irse de carnaval. Aquí te pasaste de la raya. ¡Que puse una denuncia por la desaparición de mi vestido, y los de comisaría aún se parten de risa! ¡Qué vergüenza! También es verdad que el bofetón que te di fue un poco fuerte. No quería partirte los dientes de la boca, pero te estuvo bien empleado, por engañarme. Debería pedirte una disculpa. Ya sé que es un poco tarde, pero nunca es tarde si la dicha es buena.
Lo que no consigo comprender, por más que le doy vueltas al asunto, es que la persona con quien te casaste fuera una mujer. ¿No eras gay? Debes de ser bisexual.
La planta que me regalaste hace años se la voy a dar a mi madre. Siempre ha sido su ilusión tenerla. Cuando la vio por primera vez se enamoró de ella. Lo que no sé es cómo explicarle que no es un cáñamo. Siempre he querido confesárselo, pero nunca me he atrevido. Al preguntarme qué planta era la que me habías regalado, no se me ocurrió decirle otra cosa que un cáñamo. ¡Suerte que no entiende de plantas! No le dije la verdad porque me dio vergüenza. Sin embargo, debería contárselo, a ver cómo lo hago. Aunque mi padre ya lo sabe. El otro día vino a reocoger unas cuantas hojas porque le dolía la espalda. Me dijo que quería relajarse, que últimamente iba muy estresado.
Un grito lejano me devolvió la cordura: “Mamá, tengo hambre. ¿Me preparas la comida, porfa?”
“Ahora no es un buen momento para viajar, Óscar es muy pequeño, si le pasara algo no me lo perdonaría… Quizá de aquí a unos años, cuando sea mayor”, me dije a mí misma.
Rompí la carta y la tiré a la papelera.
“Ya voy, cariño”. Me levanté de la silla y fui a preparar la cena; como cada día.
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