EGIPTO. Navidad de 1991

EGIPTO. Navidad de 1991

No sabíamos cuánto tiempo más ni cómo permaneceríamos en Egipto. Era sábado, nuestro avión para España salía el domingo y todavía no habíamos conseguido un pasaporte que permitiera a mi amiga salir del país.

  • – Agarren bien sus bolsos bajo el brazo – Fares hablaba perfecto español aunque nunca había salido de Egipto. Era licenciado en Turismo por la Universidad de El Cairo, la profesión de más prestigio del país después de la carrera militar.
  • – Pero ¿Cómo? ¿No es esto la Comisaría?
  • – Sí, precisamente por eso, es el lugar en que más hay que vigilar las propias pertenencias. Créanme, tengo experiencia.

Nos estábamos perdiendo la visita a la Mezquita Azul y a la Ciudad de los Muertos, imprescindibles ambas en la capital egipcia.

  • – Pero en cambio tendremos una experiencia diferente en esta enorme comisaría– Quería animar a mi amiga Lupe a ver si desaparecían los signos de frustración de su rostro.

Imagen 1. Templo de Philae

Imagen 2. Turistas en el Nilo

Fue después del Templo de Philae. Tuvimos que embarcar dejando el autobús a la orilla del Nilo. El guía nos dijo que podíamos dejar cosas allí sin problema que a la vuelta el autobús nos estaría esperando. El autobús sí; pero el bolso de mi amiga había desaparecido con los objetos de mármol que había comprado en el anterior mercadillo ¡con su pasaporte!

La visita a Philae la realizamos un jueves, el viernes era fiesta musulmana y sábado y domingo cierran la embajada española, al menos su parte administrativa, necesaria para el tema del pasaporte. Menos mal que la Policía Turística estaba de guardia, lo que permitió a mi amiga, siempre acompañada por Fares, realizar los trámites oportunos en la Embajada.

De todas formas era necesario el cuño de la Comisaría para salir del país y allí estábamos dispuestas a esperar las colas que hiciera falta. Nuestro guía particular nos fue dando instrucciones y explicándonos la manera de actuar de los funcionarios y las cosas que a él le indignaban por la mala imagen que se daba a los visitantes extranjeros, la principal fuente de ingresos para los egipcios.

Tenía veinticuatro años, no estaba contratado por la agencia sino que actuaba como “meritorio” para que lo tuvieran en cuenta el día que necesitaran un nuevo guía turístico. Su vida era un ajetreo constante al servicio de la empresa. Le encargaban las tareas más duras, ir a recoger a los turistas de noche al aeropuerto, acompañar a los que -como nosotras- tenían problemas,… Se llevaba las noches sin dormir sentado en un sillón del hall del hotel, vivía en el piso de unos parientes a treinta kilómetros de allí, a determinadas horas ya no había autobús, en casa de los parientes dormían en colchones por el suelo de tantos que eran,… y no disponía de dinero en efectivo para poder comer decentemente. Fares significa caballero y de ahí proviene la palabra alférez del castellano. El muchacho hacía honor a su nombre, se comportó como todo un señor de manera que fue un verdadero placer disfrutar de su compañía y de su conversación.

Imagen 3. Al Felfela con Fares

Comimos en el Felfela, como nos recomendó nuestro ya querido amigo, un restaurante no turístico frecuentado por cairotas. Genial todo, la comida, la gente que entraba y salía, el ambiente que se respiraba. Sólo una pequeña pega; bueno, pequeñita, nos sirvieron con la misma cuchara que habían utilizado en la mesa anterior –pequeñas diferencias culturales- Me estuve riendo un rato de buena gana al ver la cara de estupefacta de mi compañera de viaje.

Aunque lo del pasaporte fue lo más gordo que nos pasó, hubieron otros incidentes por lo menos curiosos, como el apagón en el aeropuerto nada más llegar, la primera noche sin hotel, la visita a Luxor al amanecer sin haber dormido, el frío que pasamos –la ropa de verano se moría de asco en el fondo de nuestras maletas-, el guiño que nos hizo una mujer de negro en la zona del mercado de Esna no recomendada por el guía en la que nos metimos, la habitación para cuatro que tuvimos que compartir con “los Jabibi” –les llamamos así a una joven pareja muy simpática con la que tuvimos la suerte de compartir el viaje-, la suite de doscientos metros cuadrados que nos dieron en El Cairo diseñada para los jeques de Arabía Saudí con toda su corte,…

Imagen 4. Luxor al amanecer

Imagen 5. Sala Hipóstila

Imagen 6. Nuestro crucero fluvial

El barco-crucero se deslizó río abajo por el Nilo como uno de esos vapores del Misisipi de Las aventuras de Tom Sawyer. Eso no se puede contar de tanta belleza, a las dos orillas una zona estrecha de huerto o jardín con palmeras y en seguida detrás el desierto dorado con pequeñas montañas o liso. La tripulación interpretó un teatro-danza nubio delicioso para nosotros, con traducción al castellano por parte de nuestro guía.

Imagen 7. El Desierto desde el Nilo

Imagen 8. Representación a bordo

Y el otro incidente estrella, la “regata de las falucas” con el resultado de rotura de mástil y abordaje de salvamento a otra barcaza llena de turistas alemanes. Menos mal que dicen que los cocodrilos del Nilo ya no existen y que los dioses quisieron que no cayéramos a las aguas del gran río.

Imagen 9. Rescate en el Nilo

A pesar de todos los inconvenientes no sólo no nos arrepentimos jamás de estas vacaciones sino que sentimos muchísimo que la violencia integrista convirtiera este país en un destino menos seguro para los viajeros occidentales, ya que hubiéramos deseado volver cada año como hacían entonces algunos enamorados del bajo Nilo.

Imagen 10. Fumando en el Cafetín

FIN

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