Un viaje curioso al Principado de Seborga

Un viaje curioso al Principado de Seborga

Tras dos horas de ascender una carretera montañosa noté una garita de aduanas con una bandera de franjas blancas y azules, y un letrero que decía SEBORGA.

En el suelo había pintada una corona y el emblema de ese diminuto principado destacando igualmente los colores blanco y azul. Un poco más adelante había un gran rótulo que decía en italiano y en otras lenguas:

“Benvenuti Bienvenue Willkommen Welcome nell’antico Principato di Seborga”

Alcancé la plaza central de Seborga, llamada San Bernardo. Allí me alojé en un albergue llamado Antico Castello y estaba ubicado en un viejo castillo, en el mismo centro del pueblo de Seborga, que cuenta con apenas 340 habitantes.

Todas las casas lucían en sus balcones la bandera de Seborga, blasones medievales, y en algunas había pinturas representando cruces templarias o caballeros cruzados. Una placa en una casa decía:

“Sede Sovrano Ordine Cavalleresco di San Bernardo di Clairvaux”

Y a apenas veinte metros del Museo me detuve frente al Palacio del Gobierno. Sobre un escudo en la fachada frontal estaba escrito:

“Zecca Territoriale 1666

Principato di Seborga”

Y aun había una placa a su derecha. Agudicé la vista y leí el letrero, que decía:

“EMBASSY

Imperial and Royal House

De Vigo Aleramico Lascaris Paleologo of Constantinople

Government of the Roman Eastern Empire in Exile”

Como aprendería esa noche, el Señor Enrico Vigo Aleramico Lascaris Paleologo se considera príncipe heredero de los Emperadores que reinaron Bizancio antes de que Constantinopla cayera en manos de los turcos en 1453. Se atribuye la facultad de emitir y vender títulos de nobleza y de conferir títulos caballerescos a las personas que se inscriban en una de sus particulares órdenes de caballería, como la Orden Constantiniana de San Jorge. Algunos magnates le han comprado esos títulos por sumas que oscilan entre los 7.500 y los 30.000 dólares americanos, lo que ha ocasionado algún que otro escándalo y ha pisado más de una cárcel, pues las sociedades nobiliarias no reconocen sus títulos. En otras palabras, el tal Vigo Aleramico es un embaucador que ha sabido aprovecharse de su supuesto linaje azul. Todavía visité el supermercado, el estanco y la tienda de souvenires, todos estos negocios estaban ubicados en una plazoleta con un pozo de agua.

Me contaron que en los años sesenta del siglo XX, un ciudadano de Seborga, llamado Giorgio Carbone, que cultivaba verduras en una cooperativa, se entregaba por las noches a estudiar la historia de su poblado y, entre los libros de historia medieval, de caballería, manuscritos y legajos que consultó, tras largos meses de mucho leer y poco dormir, descubrió… ¡eureka! ¡Que Seborga era un Principado independiente que jamás se había adherido a Italia!

Participó de sus hallazgos a sus compadres agricultores. Estos dejaron por un rato las azadas y demás aperos y, tras deliberar sobre la utilidad que le podrían dar a ese descubrimiento, se les ocurrió que promocionando su pueblo como Principado independiente atraería a muchos curiosos y ello les acarrearía un mejor nivel de vida gracias a los gastos que producirían los turistas en las compras de souvenires, como sellos y monedas cuyos diseños inventarían, y en sus hoteles y restaurantes. En 1963 nombraron a Giorgio Carbone el Príncipe Giorgio I, y en un plebiscito celebrado el 23 de Abril de 1995 (festividad de San Jorge) votaron por práctica unanimidad a favor de declarar su independencia de Italia (como gozan de ella San Marino, Mónaco o El Vaticano), con su príncipe Giogio I, aunque familiarmente le conocen por Sua Tremendità (Su “Tremendidad”, o Su Tremendísima Señoría). También se atribuyó el título de Gran Priore delle Venerabilis Ordo Sancti Sepulchri del Principato di Seborga.

Giorgio I, con sus auto-asignados títulos, nombró a sus caballeros, ordenó emitir monedas, sellos, placas de SB en las matrículas de los coches, vendió dominios de Internet, y escribió a muchos países del mundo, incluso a la Comunidad Europea en Bruselas, con el ruego de que reconocieran la independencia del Principado de Seborga.

Según documentos históricos, Seborga era conocida en la antigüedad como Castrum Sepulcri. En el año 954, el entonces feudo de Seborga, que pertenecía a los condes de Ventimiglia, fue cedido a los monjes de las Islas de Lerins, frente a Cannes. A finales del siglo XI Seborga se convirtió en un Principado dentro del Sacro Imperio Romano.

A principios del siglo XII, el Abad/Príncipe Eduardo ordenó a nueve templarios (Los Caballeros de San Bernardo) y de esta guisa el Principado de Seborga sería el único Estado Soberano Cisterciense en la historia. Cuando pocos años más tarde estos nueve templarios regresaron d Jerusalén a Seborga, el propio San Bernardo de Claraval (o de Clairvaux) los estaba esperando en esa localidad, y a uno de ellos lo nombró Gran Maestro de los Caballeros de San Bernardo.

Seborga continuó siendo un Estado Cisterciense hasta 1729, cuando el Principado fue vendido a Vittorio Amadeo II de Saboya, rey de Cerdeña. Pero esta compra nunca fue registrada (ni pagada), ni por el Reino de Cerdeña ni tampoco por la Casa de Saboya.

Años más tarde, en 1748, cuando se suscribió el Tratado de Aquisgran (Aachen), el Principado de Seborga no fue incluido dentro de la República de Génova, ni tampoco fue mencionado en el Congreso de Viena de 1815 como parte del Reino de Cerdeña, ni tampoco en la Acta de la Unificación de Italia en 1861. Por otra parte, los habitantes de Seborga nunca se consideraron parte de la República Italiana formada en 1946.

Cuando empezó a oscurecer entré en la Trattoria San Bernardo, sita en la plaza homónima. La dueña iba ataviada a la antigua moda del Principado de Seborga, con un vestido largo medieval y una toca de tul sobre su cabeza.

Esa noche tardé en conciliar el sueño emocionado hasta el máximo de los extremos, anotando todas las impresiones del día en mi libreta de bitácora.

Al día siguiente emprendí el regreso a pie y autostop hasta Bordighera para regresar a España.

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