El clima a finales de agosto en Estambul es todavía húmedo y caluroso pero las noches empiezan a refrescar y no hay nada mejor que las terrazas para gozar de la brisa y de las vistas del Bósforo. En 1980 una de las mejores y más concurridas era la del Hilton.

Entonces me gustaba mucho viajar solo, no daba explicaciones a nadie, iba y venía a mi antojo. Trabajaba por las tardes después de asistir a la universidad con el único propósito de desaparecer durante todo el verano. Viajaba ligero, pero mi equipaje siempre incluía una caja de Habanos mexicanos “Te Amo” que compraba en el “duty free” al iniciar el viaje. Además de ser lo más parecido que podía encontrar en Norteamérica a unos auténticos Romeo y Julieta cubanos, estos “puros” daban para mucho juego. No pocas fueron la veces en que el nombre tan sugestivo, escrito en letras blancas sobre fondo carmesí, me sirvió para iniciar una conversación explicando a alguna de mis vecinas de barra el significado de las palabras del anillo rojo. No pocas fueron las ocasiones en que la charla se transformó en una relación duradera,…digamos de,…tres días.

La noche era cálida y el viento soplaba con suavidad. La terraza, ubicada justo por encima de los jardines, olía a jazmín. Sobre el Bósforo, los barcos iluminados parecían moverse entre Europa y Asia siguiendo una coreografía digna de un ballet ruso. Las luces y las siluetas de los edificios de la orilla asiática de Estambul servían como telón de fondo.

El hotel, un símbolo de la arquitectura de post guerra, diseñado por Skidmore, Owings and Merrill, una firma hoy emblemática y yo tenemos la misma edad. Fue el primer cinco estrellas moderno de la ciudad, inaugurado en 1955 por el mismísimo Conrad Hilton que trajo para la ocasión dos hidroaviones Yankee Clipper de la Pan Am repletos de celebridades. Después de cenar me dirigí a la terraza y me senté cerca de la barandilla, pedí una copa de coñac y saqué uno de mis “Te Amo”. Con todo cuidado descarté la punta con un pequeño corta puros de plata que formaba parte de mi equipo básico de viaje y encendí el habano.

De repente, sin saber por qué, dirigí mi mirada hacia el ventanal abierto entre el salón y el exterior. Una mujer guapísima, de piel tostada y cabellos caoba estaba parada sin saber aparentemente a donde sentarse. Su vestido rojo ceñido como un guante, dejaba claro que no le sobraba y desde luego no le faltaba nada.

Sonreí para mis adentros y ajusté el cintillo carmesí de mi habano cuál matador a punto de saltar al ruedo. Me incorporé, listo para ofrecerle una silla en mi mesa y explicarle el significado de las letras blancas, pero pasó delante de mi tan ligera como la brisa y su mirada apenas cruzó la mía. Solo alcancé a ver que sus ojos eran verdes, como las esmeraldas de los sultanes que había visto esa mañana en el Palacio Topkapi. Su cara era dulce pero había un dejo de picardía en su expresión.

Pasé las siguientes dos horas espiándola por el rabillo del ojo sin concentrarme ni en la vista, ni en el coñac, ni en el “Te Amo”. Mi estudiada estrategia no parecía encontrar cabida y cuando por fin me decidí a ir directo hacia su mesa, se levantó y se fue. Terminé de fumar mi habano y bebí mi copa sin prisa, eran el único consuelo que me quedaba, pedí la cuenta y me marché.

Mi habitación en el Hilton tenía la misma orientación que la terraza principal. Me quité la camisa y los pantalones, me serví un whisky y sin encender la luz me senté perezoso en el enorme balcón a disfrutar de la vista y a ver pasar los barcos. No había transcurrido media hora cuando llamaron a mi puerta. Sin pensar que estaba en calzoncillos abrí y ahí estaba ella, la mujer de rojo.

No pude pronunciar ni una palabra, puso su dedo índice sobre mis labios y dijo:

-You fiki fiki me?

No me di cuenta ni como había sucedido, pero estaba adentro de mi habitación y a medida que avanzaba pegando unos saltitos infantiles casi ridículos se fue quitando los zapatos y se sentó en el sillón.

Había fantaseado muchas veces con la “femme fatale” entrando sensualmente en mi cuarto, en un hotel espectacular buscando el amor.

De repente esta parecía un personaje de manga japonés para adultos, falsamente inocente. Sin preocuparme si tenía puestos los pantalones o no, empecé a tratar de establecer alguna comunicación.

-Do you speak English?, pregunté.

-No, contestó y pasó lentamente su lengua por encima de su labio superior.

-Parlez-vous français?, inquirí.

-No, y volvió a pasar la lengua nada más que esta vez en sentido inverso.

-¿Español?

-No, no, no, e hizo un gesto que terminó con el poco encanto que le quedaba al mismo tiempo que se bajó el cierre de su vestido y se abalanzó sobre mí. Money, money, dijo riendo vulgarmente.

La aparté desilusionado, 25 años, o sea toda mi vida esperando el momento James Bond y cuando por fin sucedía el materialismo de siempre había roto el hechizo.

-No money, dije enfadado.

-Free? No! No! No!, no free, contestó sin ninguna sutileza.

Se calzó, con gran habilidad subió el cierre de su vestido rojo y con la misma rapidez que se había introducido en mi habitación salió de ella gritando por el pasillo:

-You no fiki fiki me!

-Me temo que no, contesté con una leve sonrisa.

En ese momento una señora elegante, de unos 75 años pasó delante de mí sin quitarme el ojo de encima. Me di cuenta que seguía en calzoncillos, saludé amablemente con una imperceptible inclinación de cabeza y cerré la puerta.

Menos mal que no llegué a explicarle el significado del cintillo carmesí.

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