Dos amigas, Cristina y María, tomaban café en un bar de Londres, era junio y no llovía, hablaban cuando surgía alguna conversación, llevaban días enteros juntas y a ratos no se les ocurría de qué hablar, así que estaban una frente a otra mirando en silencio el decorado del bar cuando Cristina leyó en voz alta una publicación en Facebook de una mujer que solicitaba una recomendación de un libro infantil para “trabajar la soledad”.
-Qué asco, ¿será la soledad de su hijo de la que habla?
-Pero ¿se puede trabajar la soledad? La soledad no sé, es la que uno siente, ¿no?
-No sé Mari, leer ya te aleja de la soledad siempre que leas algo bueno, no un libro para trabajarla, digo yo…
-María se río y asintió. La vida moderna da asco.
-¿Cómo?
-Sí que es que la gente quiere trabajar la soledad y la frustración y comer ecológico y bah es igual, no sé explicarlo. Lo estropean aún más.
-Ya… ¿vamos al mercado?
-Vale.
Salieron a la calle, era martes y había gente, era el mercado de Camden, Cristina llevaba a María a conocerlo, se pasaron por los puestos donde vendían fotos de cine, camisetas, pendientes, cada una se paraba dónde quería. Se hicieron algunas fotos y Cristina se puso unas plumas en un mechón de pelo, eran plumas naturales de colores verdes y marrones.
Caminaron y llegaron a un puesto de perfumes, una mujer árabe con un pañuelo negro se mantuvo en silencio mientras Cristina miraba los botecitos de cristal sobre el mantel de la mesa. Con amabilidad le preguntó si quería probar alguno. Cristina le dijo que sí y ella le dio uno a probar que a ella no le gustó demasiado, aunque sonrío tímidamente para decirlo, la mujer preguntó entonces qué buscaba y ella respondió: algo más… más secreto. La chica asintió y ofreció a Cris un perfume de orquídea negra, Cristina aspiró profundamente, se lo echó en la muñeca y se lo compró.
Siguieron caminando entre la gente y Cristina no paraba de olerse la muñeca y cerrar los ojos. María se reía llamándola adicta y bromeando sobre cómo iban a hacer en el aeropuerto con aquella sustancia cuando la detectara la policía.
Pero aún con las risas de María, contagiosas e infantiles cualquiera que viera la escena podría darse cuenta de que algo estaba cambiando.
Comieron sentadas en una piedra un plato de pasta que habían comprado al chico más parlanchín de todo el mercado.
Eran amigas desde la infancia y quizás por eso creían conocer mejor a la otra que a sí mismas. Lo cuál era un error de percepción que Cris intuyó claramente la décima vez que olió el perfume de su muñeca. Su querida amiga le parecía una persona desconocida de la que hasta ahora solo había visto una pequeña parte.
Fue de vacaciones con María justo después de hacer una entrevista de trabajo para marcharse a Bélgica, era un trabajo que deseaba y casi había tomado la decisión de dejar su tierra, pero ahora sentada frente al sol y con aquél aroma nuevo que había estrenado el tema se le hacía anodino. Recordó aquél extraño juego de los sombreros para tomar decisiones con el que las dos llenaron la habitación del hotel de sombreros de colores y que prometía ser divertido pero que terminó con cada una tumbada en su cama pensando en sus cosas.
Por la tarde siguieron dando vueltas por allí, entre chaquetas de piel y lámparas de piedras de colores, alguien se acercó a Cristina, le habló del perfume y de algo más que María no puedo escuchar, parecían conocerse y María se acercó, pero ellos no notaron su presencia. Al irse él Cristina no comentó nada.
Esa noche se acostaron muy pronto, Cristina parecía en otro mundo y María pensó que estaba dándole vueltas otra vez a lo del trabajo y pronto se durmió.
A la mañana siguiente volvían a España, tenían al avión a las cinco de la tarde, pero cuando María se despertó Cristina le preparó el café y empezaron a hablar:
-Mari, tía, no puedo acompañarte de vuelta, me voy a quedar en Londres una temporada.
-Pero Cris, ¿qué dices? ¿y tú trabajo?
-Mira, piénsalo así, me puse el sombrero rojo y es urgente que haga algo.
-Es que no lo entiendo, ¿por qué no me lo puedes explicar?
-María ya sé que crees que nos conocemos mucho y nos lo contamos todo, pero en realidad no sé explicártelo, hay cosas que aún no nos podemos contar, primero tenemos que saber más de nuestros propios secretos
-Pero Cris no entiendo nada, ¿cómo que no nos conocemos?
-Es una temporada, ahora necesito hacer unas cosas y la próxima vez que nos veamos será mucho mejor, estaré bien, en serio.
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