El don de poder expresarse a través del arte, te hace vivir momentos tan especiales que muchas veces no se pueden expresar con palabras. Y si, además, ese arte te da la posibilidad de conocer gente que comparte la misma locura y con la que se viven innumerables experiencias de vida que nos marcan para siempre, se convierte en la caricia vital que necesita el alma para llenar todas las grietas que nos va dejando la vida.

Algo así pasa con la gente que integra un coro. Descubrí esta pasión cuando era adolescente, y hoy, después de algunas décadas, se mantiene tan viva como el primer día. La música, el canto en grupo , el preparar obras, los ensayos, los conciertos, los aplausos, la satisfacción de lograr que el público responda con admiración, o que alguien se emocione al escucharnos, son momentos que van fortaleciendo al grupo a través de códigos internos de comunicación tal, que a veces basta una mirada para saber que algo está bien o mal. El emocionarse hasta las lágrimas cuando algo sale bien, o la autocrítica feroz cuando no se consigue el resultado esperado.

Pero ,sin dudas, para un coro vocacional, lo que más impacta a nivel personal, emocional, donde realmente se une el grupo es en los viajes . Durante los ensayos regulares cada uno deja de lado un ratito su vida familiar para compartir con gente que comparte la misma pasión, algunas horas por semana. Pero durante los viajes…tres días, una semana, quince días, lo que dure la aventura, esos si son impactantes. El grupo va tejiendo anécdotas que se recordaran el resto de la vida tanto a nivel personal como grupal. Después de haber recorrido varios países y muchos lugares del país, no me alcanzaría un solo relato para contar anécdotas. En los viajes nacen grandes amistades o por el contrario, se pierde algún integrante al regresar. Da lo mismo cantar en Europa, en países vecinos, en el interior de nuestro país o en un pueblito chico. Las historias de viajes que impactan, se van pasando de generación en generación porque los nuevos integrantes se van adueñando de ellas. Ejemplo de esto es la anécdota que contaré a continuación:

Un crudo invierno en Argentina, pleno mes de agosto, el coro sale de viaje hacia la provincia de Córdoba. Un festival donde se presentarían coros de todo el país, nos esperaba. Era tan intenso el frío que hacía el día de la salida, que los familiares que fueron a despedirnos, nos alcanzaban el equipaje y se iban sin esperar la partida. Afortunadamente, la calefacción del ómnibus nos dejó viajar bien. Pero si hacía frío en Buenos Aires, en Córdoba, era algo inexplicable.

No salíamos del asombro al ver como las canillas que habían perdido agua, tenían las gotas congeladas tipo estalactitas. Las fuentes donde habitualmente tenían chorros de agua, estaban congeladas con un espesor que no se disolvía con el calor del sol. Los charcos , las calles, todo era hielo. Era como si una gran helada hubiera dejado todo convertido en piedra, mostrándonos la foto de lo que había sido el ultimo día antes de ella . Quizás no sea nada novedoso para los que viven en lugares fríos, pero para nosotros era una catástrofe. ¿Por qué? Porque no podíamos afinar ni una nota. Indefectiblemente, las notas se caían y la obra completa quedaba desafinada. Ensayábamos y ensayábamos y siempre salía mal. Todos preocupados, pero sobre todo el director, de mal humor, no podía creer que estuviéramos allí cantando como si no hubiéramos preparado bien el repertorio . Y es que los trece grados bajo cero , no nos dejaban pensar en otra cosa que en el frío. Ni los hermosos paisajes cordobeses con sus sierras con verdes quemados por el frío, ni las historias de fantasmas que rodeaban al hotel donde nos alojábamos, ni los chistes, ni las risas, ni el hecho de estar felices de volver a estar juntos en un lugar lejos de casa , nada hacía que los ensayos previos al concierto salieran bien. El aire helado, era como espadas que se clavaban en la piel y no había abrigo que lo atenuara.

La trayectoria del coro, el prestigio ganado a través de tantos años, la expectativa del público cordobés al saber que nos presentaríamos, todo nos metía una presión inexplicable. Fue allí, unos momentos antes de actuar, que a alguien se le ocurrió la idea. Necesitábamos mitigar el frío. Tomemos algo. Compró una botella de caña, (bebida blanca) y mientras esperábamos en la platea nuestro turno, la mamadera del bebé de uno de los integrantes, fue la copa improvisada que compartimos cada uno con un sorbo. La mamadera pasaba de mano en mano, de boca en boca, en forma oculta.

A medida que el presentador leía el currículum del coro, nos íbamos acomodando en el escenario. Pocos coros, hasta ese momento habían logrado cantar bien. El director nos miraba como resignado a que sería un concierto para olvidar. Pero cuando nos dio la primera nota y emitimos el primer sonido su cara se transformó. A medida que avanzábamos en las obras el coro sonaba más espectacular. El mejor concierto de ese año. La felicidad que se siente al ver la cara de satisfacción del maestro, del público, de los que compartimos ese momento, no se puede describir con palabras. El aplauso de pie, el pedido de repeticiones y la inevitable pregunta de muchos: ¿Cómo hicieron? Concentración, trabajo( y una caña en mamadera, shh, secreto).

Años después, algunos ya no están en este mundo, otros se fueron por distintos caminos, el bebé creció y se convirtió en una artista talentosísima, pero aún así, ese viaje quedo congelado en la memoria y el corazón de todos y sus anécdotas salen de vez en cuando . Tal vez en un concierto que necesita ese toque especial, secreto que guardan las sierras de Córdoba hasta hoy, y que los nuevos integrantes van conociendo como si lo hubieran vivido.


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