Recuerdo la primera vez que viajé, y si quiero, puedo volver a experimentar los nervios en mi estomago mientras ponía mi preciado billete en manos de la azafata del avión.
Esa experiencia, hoy en día, sigue valiendo más que el oro. Incluso escribiendo esto puedo centrarme en el amor que proclame por esa ciudad en tan solo un semana. Fue tan idílico, que parecía irreal.
Comencé el trayecto durmiendo. Despegarme de mi madre patria me resultó gratificante, y no me arrepiento, ya que cuando mi amiga me despertó fue el momento justo, para hacer las pupilas de otro color, más grandes por esa increíble sensación. Vi sus relieves verdes, su río bañado por el resplandeciente Sol de Mayo, vi el mapamundi a escala real, y creedme, producía un vértigo convertido en adicción, no podía dejar de mirar por esa minúscula ventana e igualmente veía la felicidad reflejada en ella, por primera vez, en mi cara.
Hay lugres que atrapan y sin duda me dejé atrapar. Visitar sus museos, su vida nocturna, por tener la mejor dosis de risas en el hotel sin querer dormirnos. Mis compañeros de clase y yo queríamos agotar cada estimado segundo de nuestras vidas de la oportunidad que nos brindaba el siglo XXI por poder transportarnos al ambiente añejo del siglo XVIII, y convertirnos en parte del Patrimonio de la Humanidad obsequiada por esta soberbia y cosmopolita ciudad, dejándose pisar con total libertad, por extranjeros de todas partes del planeta.
Lo quería todo y a su vez lo quería dar todo, lo mejor de mí, o tal vez lo que nunca mostré. Por eso me ocupe de empaparme de toda la historia que ese nuevo mundo me prestó. Cumplí con mi papel y él con el suyo. Me enseño a mirar con bohemia, caminar por sus calles estrechas, a reflexionar con respeto y tristeza sobre sus intramuros judíos y admirarlos con empatía. Me asegure de guardar mis promesas en un candado entre rejas, y tirar todas las coronas para que me aseguraran volver a: sus vistas, los grabados perfectos del muro de Jhon Lenon, y el sabor de su cerveza barata en las sorprendentes terrazas decoradas con flores de muchos colores.
Hubo momentos de todo lo bueno y más de una razón por la me podría martirizar con mi regreso. Pero. Hay un problema. Para todo hay una primera vez, pero no hay otras veces que superen esta primera, fue único y fascinante, el como me encontraba yo en ese momento y con quién. La forma en la que este valioso recuerdo me hace ver y actuar como soy, hoy por hoy. Como a ciertas personas, también le debo mucho a este pequeño centro de la Europa, pero temo volver y quebrarme en añicos de que la repetición no sea igual, y que, además me queda tiempo de visitar más lugares y poderlos comparar. El reino Maya; Marruecos; Japón; Irlanda etc.
La evolución que provoco en mi, ayuda a facilitar mi creatividad e insistencia en descubrir y no descansar hasta encontrar mi lugar. Siendo mi deseo más interno que el lugar sea aquí. Espero regresar siendo tan puntual como el extraordinario reloj astronómico, que te recuerda que cada hora de tu existencia es un regalo y debemos de aprovecharlo.
Estoy creciendo y tu estas esperándome, me dijiste que te olvidaría, pero te sigues equivocando. Con amor y miseria te cogeré de la mano para andar juntos por el puente de Carlos. ¡Prometí volver!, Sigo recordándote.
Posdata: gracias, darling Praha.
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