Suena un compás por tarantos

Suena un compás por tarantos

Son las nueve de la noche y en la calle se puede oír un zapateao limpio, que atraviesa la ventana de un pequeño local de Sevilla convertido hace años en una escuela de baile. Joaquín, el maestro, marca con su bastón el compás por tarantos. Los pies de Lorena dibujan cada tiempo con fuerza, sin dudar un instante. Hace una hora que empezó el ensayo y aunque está cansada y tiene que volver a casa a estudiar, repite una y otra vez su coreografía con el mismo empeño que el primer día que cruzó aquella puerta con su madre hace catorce años, cuando acababa de cumplir cuatro.

– Lorena, terminamos por hoy. Está muy bien, pero tenemos que limpiarlo más para el festival. Sólo nos queda una semana -comenta Joaquín- mientras se colocan las alumnas del siguiente grupo.

Ellas no son tan buenas, ni bailan desde que eran niñas, pero el maestro las corrige como si mañana fueran a actuar en el Maestranza:

Empezamos con las alegrías, vámonos ‘pa Cai’. ¿Hemos dado ya las posiciones? Ana, el guitarrista te va a seguir a ti, ¿estás segura del trabajo?.

Las bailaoras (aficionadas) ya peinan canas y llegan a clase tras una dura jornada de trabajo, cuidado de niños, tareas de la casa. Se les escucha murmullar entre risas:

– Este año no salgo, ¿quién me manda a mi meterme en esto, con todo lo que tengo encima?- aunque saben bien que en unos días esperarán nerviosas entre bambalinas para mostrar el baile que han ensayado durante todo el curso.

Finaliza el ensayo y es el turno de las bulerías. Macarena ha empezado este año, pero tiene buenos pies y sus manos se mueven con elegancia.

– Te falta fuerza y velocidad -comenta Joaquín- tres ensayos más conmigo y lista para el festival.

Cuando termina la última clase, el maestro se quita las botas. Hace mucho tiempo que perdió la cuenta de los pares que ha estrenado y -cómo no- de los alumnos que han bailado sus primeros compases bajo su mirada. Hace ya casi cuarenta años que empezó a transmitir su pasión por el baile a niños, jóvenes -y no tanto- que atraídos por el baile llegaban hasta su puerta. Tenía tan sólo quince cuando empezó a montar coreografías para que sus aprendices de bailaores empezaran a marcar los palos flamencos. Tientos, tangos, alegrías, bulerías, tarantos, cantiñas, guajiras … lo ha bailado todo.

Desde que a los once años diera su primera gira por Suiza, innumerables países le han servido de escenario. Colombia, Venezuela, Francia, Méjico, Italia, Portugal, Holanda, Turquía… tiene que hacer memoria para recordarlos. Su maestría ha sido reconocida, son muchos los éxitos que ha cosechado. Y ahora que es sólo maestro, su grandeza está en enseñar cada día a sus alumnos con la misma entrega que si estuviera preparando a una estrella del flamenco para bailar en el más exigente de los teatros. Ha tenido la gran fortuna de hacer de su pasión su trabajo. Y mil veces que naciera volvería a lograrlo.

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