En toda la calle solo había una televisión. Como era verano y las noches del levante son tan calurosas, el recovero la sacaba a su terraza para verla y el hecho de haber comprado un entresuelo, que ya te lo decía yo…que teníamos que haber comprado el tercero, tenía como feliz suerte que en menos de diez minutos toda la chavalería del barrio estaba esperando que empezara ¿Es usted el asesino?.
– La mía pequeña va corriendo y se pone de las primeras, menuda novedad esto de la televisión ¡y parece que ya hay sitios donde hay una en cada casa! ¡Menuda novedad! Repetía sin cesar, al tiempo que sumergía una y otra vez varías camisas de hombre en la gélida agua de la pila del patio.
Aunque por fin le dijo que no. Se erigió como dueña de su propio universo y se lo arrebató a él de una vez, sin contemplaciones ni paños calientes, por fin se atrevió y se negó.
Como de costumbre él no la creyó. Ya lo había intentado otras veces por lo que de novedad no tenía nada. Pero esta vez era diferente, en su interior se erigía algo estable, fuerte, imperturbable que puso en valor su persona y le abrió paso hacia su propia, ansiada y desconocida libertad.
– Que venga el lunes al taller, le daré trabajo para probar. Cada vez tenemos más pedidos y necesitamos que aprendan buena aparadoras con ganas de trabajar – De esta manera empezó todo.
Su ángel de la guarda, su confidente, la única persona con la que se atrevía a rebasar la línea del convencionalismo y con la que por muy poco rato, lo que duraba una consulta, era realmente ella, había escogido una especial descripción para hablar de ella al patrón. Por fuera de mantequilla pero por dentro de puro hierro, le dijo.
Ella lo supo y no le creyó, aunque esa fuerza invisible que opera sin saber, comenzó a tejer en su interior la tela de araña de su propia dignidad y casi sin enterarse, acabó por conformar un nuevo y renovado yo, que le animó por fin a dar el gran paso.
El fin de semana fue duro. Tuvo que soportar los vaivenes de costumbre, el encogimiento de estómago, el miedo a la vuelta de cerradura de madrugada y el dolor de corazón y criatura al pensar en sus tres hijos.
El lunes bien temprano se presentó en el taller. Su afable carácter y el porte de necesidad pronto le abrieron el corazón del patrón, quien confió en ella desde el principio. Como no contaba con máquina, le facilitó varias partidas de zapatos por hacer para adelantar a mano y ella de vuelta a casa, cargada con dos grandes bolsas de duro plástico, sin asas y rebosantes de pieles curtidas, por primera vez en muchísimo tiempo, por primera vez, fue feliz.
A partir de ahí su necesidad se tornó coraje, su persona confianza y su alma puro renacer.
Adivinarse dueña de sus circunstancias la volvió fuerte y encontró el valor para hacerle frente. Su corazón se encogió al escucharlo llegar. Justo a continuación de la entrada se encontraba la habitación destinada a trabajar, fue fácil elegirla, era la sala de estar por lo que pensó que era una estupenda idea pasar gran parte de su vida ahí. Sala de estar de una planta baja adquirida con el dolor de corazón que provoca la angustia de saberse sola, dependiente. Mantenida más tarde con el sudor de manos y cemen, primero y máquina y pedal después.
Era el momento de hacer sólida la permuta que venía anunciándose.
Horas de trabajo incansable por espacio y libertad.
– Ya te puedes ir de aquí –
– Tú no puedes hacer nada sola, tienes tres hijos mujer ¿Dónde vas sin mí jornal?
– he dicho que ya te puedes ir – Seria, lenta, imperturbable, dócil incluso.
No se dejó llevar por el miedo, tenía un puerto seguro al que arribar.
Aquél que había nublado sus románticos sueños de juventud, aquél que se la habría jugado a las cartas en cualquier tugurio, aquél ser muerto de miedo en realidad, cuya única salida era volcar en ella toda su frustración, aquél ser, ya no era el fuerte.
Ella rescató su fortaleza y la hizo real. Se agarró de forma incandescente a su actividad diaria y se sintió crecer – la barbilla alta, tenemos quehacer – repetía como un mantra mañana, tarde y noche.
La dignidad del trabajo crea realidades, da poder a los débiles de sociedad, reúne agallas para deshacer los miedos, el efecto de la autosuficiencia opera como magia transformadora y de purificación. El sentirse útil es razón inherente a la toma de poder personal, como bandera que corona la cumbre, el trabajo determina la arribada a puerto, la consecución lograda.
El trabajo la salvó. Su vida de infinita abnegación y doloroso miedo se acabó cuando comprendió que ella misma era y que por ser podía vivir.
Tiempo después ella esperaba a que su pequeña volviera de la academia. Tenía preparada una merienda especial. Al trozo de pan con tortilla y tomate maduro, manjar de dioses, le seguía una visita donde Rico. Con el dinero en la cartera de la primera letra de un nuevo y flamante telefunken enfilaron madre e hija, todas sonrisa y complicidad, la Gran Avenida de aquel pueblo.
Mientras tanto, cuando sus siluetas quedaban ya desdibujadas en la lejanía, una mujer, canta, casi susurra:
Matriarcado velado relleno de apuros
dolido en el vientre, truncado en segundos
Libertad anhelada escrita en la frente
se refleja en los ojos, en el apretar de dientes
Ella se libera y rompe las cadenas
autosuficiencia pura, grito, duelo, penas
Un nuevo comienzo respiran sus carnes
Nuevos avatares ahora sonrientes
En el dolor mismo se lava la pena
la aprende, la traga, la asume y la gesta
Nuevas libertades, de nuevos comienzos
eternos pesares, de amores sedientos.
Alicante, junio de 2017
Maricarmen Carratalá Hurtado
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