La semana pasada tenía una nueva entrevista de trabajo. Con eso de que trabajo por dinero, continuamente me ofrezco al mejor postor, y he llegado a ser un experto en entrevistas laborales. Algo de seguridad, un poco de simpatía, imaginación para saber que querrán oír. Y si el dinero es suficiente, a menudo es puesto es mío.

En este caso la empresa era tremendamente interesante. Por oídas sabía que pagaban bien. Por tanto recurrí a los detalles tipo extra. Camisa recién planchada, afeitado del día, un leve toque de colonia. Y llegar quince minutos antes. Más tiempo demuestra impaciencia, menos, imprevisión. Quince es el tiempo justo para que adviertan en recepción que he llegado causando buena impresión. Así que llegué al edificio donde se realizaría la entrevista, llamé al ascensor y justo cuando ya se cerraban las puertas, se volvieron a abrir. Un tipo grueso y algo sudoroso entró con prisa. Miró la planta que yo había marcado, la nueve, y se dio por satisfecho. ‘Quizás un futuro compañero’, pensé. Quince segundos después, a la altura del 5º piso, el ascensor se paró y nos quedamos sin luz. Parecía un apagón.

-¿Qué coño ha hecho? -me preguntó el tipo

-¿Perdone?

-¡Póngalo en marcha!

-Caballero, esto no es cosa mía, ¿cómo quiere que apague un ascensor? Parece una avería eléctrica.

-Puta mierda.

Empezaba a acostumbrar la vista a la penumbra, y pude ver que tocaba insistentemente el botón de alarma, aparentemente sin resultado.

-Bueno. Habrá que esperar. ¿Tiene algo de beber?

-Me temo que no.

-Cojonudo. Mi nombre es Héctor. Héctor Otero.

-Daniel Duran

-No vaya a chillar, ¿eh? No soporto a la gente que chilla.

-¿Por qué iba yo a chillar?

-Por su claustrofobia. Nada de chillar y abrazarse, no soporto el contacto humano.

-No se preocupe, no tengo claustrofobia

-Ya.

El tono era un poco irritante. Para no conocerme de nada, era demasiado. Intenté ignorarlo. Cogí el móvil, y con la luz que daba traté de leer el número de asistencia del ascensor. El hecho de que Héctor no se moviera un centímetro de su puesto junto la puerta, no lo hizo fácil. Pero no dije nada. En cualquier caso, descubrí que no tenía cobertura.

-¿Tardarán mucho en arreglarlo? -preguntó.

-No lo se… Imagino que no.

-Yo esperaré sentado. Es lo mejor.

Lo hizo en el suelo, ocupando aún más sitio del ascensor. Me pegué literalmente contra la pared.

-Esto es como la celda de castigo. ¿Ha estado en la cárcel?

-No.

-Yo si. ¿A que ha venido?

-Una entrevista de trabajo

-¿Ah! ¿Usted es el pavo? ¿El que vengo a entrevistar?

-Puede ser. Para el puesto de Analista funcional.

-Bien. Tome asiento.

-¿Cómo?

-Vamos a ver. No me dirá que el hecho de estar aquí le impide realizar la entrevista, ¿no? Yo tengo mucho trabajo. Se la hago aquí y ganamos tiempo

-Como quiera.

Intenté sentarme en alguna postura no demasiado incómoda. Quizás todo esto no fuera más que una agresiva estrategia de recursos humanos para desubicarte y tratar de conocerte mejor bajo presión. Habría que abstraerse.

-Bueno, cuénteme. Experiencia profesional previa, ¿tiene?

-Si, como dice mi curriculum, llevo ya diez años en puestos similares.

-Su curriculum. Yo me cago en su curriculum. Quiero que me hable, que me cuente. No quiero escuchar las mentiras que se escriben ‘responsable de…’ cuando estoy seguro que solo pasaba por ahí. Solo hay que verle, histérico por verse encerrado en un ascensor con un tipo. ¿es usted gay?

-La verdad es que no.

-Ah, entonces es homófobo, preferiría estar aquí encerrado con una guarra rubia con minifalda, ¿eh? Y no con un tipo como yo. Ya veo.

-Perdone, pero creo que se confunde. Y no me parece que esté hablando con la corrección adecuada.

-Entonces, ¿no quiere el trabajo?

-Una cosa es el trabajo, y otra cosa es el respeto.

-Bien. Respuesta correcta. Me gusta usted, David.

-Daniel.

Me miró con furia.

-¿Qué mas da? ¿Por qué le echaron de su trabajo?

-¿Perdone?

-Su ex-trabajo. Usted está en paro, le echaron, ¿que hizo?

-Creo que se confunde de aspirante. Yo estoy trabajando actualmente en otra empresa. Nunca me han despedido.

-¿Seguro? Me enteraré si es mentira. Así que usted está defraudando a su empresa, viniendo aquí. Bien. Deme un motivo para contratarle.

-Porque pienso que haré bien el trabajo y aportaré a la empresa un gran conocimiento de…

-¡UNA MIERDA! Déjese de historietas. Si quisiera escuchar eso, estaríamos arriba, en mi despacho. Demuéstreme que de verdad merece la pena pagar algo por tenerle.

No sabía qué hacer. Mis estrategias eran inútiles ahí. Me cabreé.

-Usted apesta a sudor y le sobran 30 kilos. La corbata que lleva es horrible y no hace juego con ninguna prenda visible que lleva. Y le falta un botón de la chaqueta. Me fijo en los detalles. Soy analista.

Sonrió con cara lobuna. En ese momento se encendió el ascensor.

-Bien, David. Está usted contratado. Vamos arriba.

Volvió a pulsar el botón del nueve y subimos en silencio. Esta vez había sido difícil. Entramos en la oficina, y mientras se quitaba la corbata y se la guardaba en el bolsillo, nos dirigimos a la recepción. Le habló a la chica que estaba ahí.

-Hola. Soy Héctor Otero. Me están esperando, tengo una entrevista de trabajo para el puesto de analista.

-Sí señor. Pase.

Y me sonrió con fiereza

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