ETERNO DESCANSO

“No puedo parar de trabajar. Tendré toda la eternidad para descansar”

(Teresa de Calcula)

Colocó la soga en la rama más robusta que vio, creyendo que así, la tensión de la misma, quedaría sin amortiguar cuando pegara el tirón al colgarse. Había meditado mucho la decisión, pero la había tomado de forma irreversible.

Se equivocó. El árbol elegido se estaba secando y la rama cedió. Quedó tumbada en el suelo con el nudo aferrado alrededor de su cuello y con una conmoción que la dejó aturdida durante varios minutos.

Dos niños que pasaban con sus bicicletas la vieron y, en seguida, uno de ellos bajó al pueblo para pedir auxilio y dar la voz de alarma.

Ángela creyó que en lo alto de aquel cerro no sería vista por nadie que pudiera abortar su letal decisión.

No podía más; la situación la había superado por completo y quería poner fin de manera drástica a aquel infierno que la atormentaba a cada segundo…

Dos horas más tarde estaba en una habitación del Hospital Miguel Servet de la capital aragonesa sin nadie que la acompañara y sin intención de que la situación fuera a cambiar.

Meses atrás, en un terrible accidente, perdió a su marido y a sus dos hijos. Esa herida estaba tan abierta que sabía que jamás iba a cerrarse…

En el trabajo no respondía como siempre, perdió contacto con las pocas amistades que tenía, y su familia era toda la que iba en aquel coche, pues era hija única y sus padres fallecieron recientemente por sendas enfermedades terminales.

Con su familia política no mantenía contacto y tampoco importaba, debido a que nunca llegó a encajar en ella.

El Jefe de la unidad de psicología entró en la habitación, solo, sin ayudantes, sin enfermeras, sin nadie que pudiera escuchar lo que tenía que decirle…

“Ha estado muy cerca de perder la vida, señora” –dijo con voz pausada y serena. Menos mal que aquel niño tan “avispado” nos avisó y pudimos llegar a tiempo.

Ella continuaba absorta mirando a los niños que, desde el fondo de la habitación, seguían sonriéndola. Había algo en ellos que no la dejaban indiferente, así como la nula atención que por parte de los facultativos habían recibido ya que, deambulaban a sus anchas por los largos pasillos de la planta. Parecía como si fueran fantasmas que nadie pudiera ver ni apreciar…pero…pronto averiguaría el por qué de aquello…

Todas las mañanas daba un pequeño paseo por los jardines del centro donde se encontraba ingresada sin poder quitarse de la cabeza, también, a aquel apuesto médico que entró para hablar con ella días atrás. Le resultaba tan familiar…

Y entonces los vio a los tres jugando en los columpios; riendo, saltando, como recordaba lo hacía en familia tiempo atrás. Eran los dos niños y el médico que la miraron y pidieron que se acercara. Una petición muda, con sus miradas…petición llena de sentimiento, de paz, de sosiego, de ternura inusitada…

Se acercó con respeto, con cautela; no tenía miedo, al contrario; era una situación que le resultaba como…cotidiana… A cada paso notaba el corazón acelerarse. Su estado de ánimo se iba convirtiendo en nerviosismo. Poco a poco iba viendo como aquellos cuerpos distinguibles en la distancia se iban difuminando al aproximarse; se iban diluyendo como una gota de lluvia al caer sobre un inmenso océano…tanto que al llegar a la zona de juegos las tres figuras desaparecieron.

Ángela volvió a su habitación apática, alicaída, sin fuerzas ni para tumbarse en la cama y entonces surgió, de repente, una voz que le dijo:

“mamá no te abandonaremos jamás; siempre estaremos a tu lado. Y papá también”.

Esa misma noche, los cuatro volvieron a reunirse por fin alrededor del viejo brasero de la casa que tenían en la montaña, como tantos fines de semana antes.

Ángela, por fin descansó y una sonrisa eterna volvió a dibujarse en su rostro para siempre…

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