SIN SABER CON QUIÉN SE HABLA

SIN SABER CON QUIÉN SE HABLA

-Aló, muy buenas noches, habla con un asesor comercial de la compañía internacional de telecomunicaciones. ¿Con quién tengo el gusto de hablar?

-¡Ha sido usted quien llama! ¿¡Con quién quiere hablar!?-. Le contesta una voz de mujer enfadada.

-Estamos realizando fabulosos descuentos para que usted pueda disfrutar del mejor internet del planeta.

-¡Basta! ¿Llama para ofrecer servicios de internet?

-Así es…

-¿Por qué no se lo ofrece a los deshuevados de su país? ¿O a la cabrona que lo parió?

El asesor oye como lanza el auricular. Siente una enorme frustración. No desea realizar una llamada más, pero el coordinador le mira. Ya sabe que está disponible para otra llamada. Es inevitable, ese es su trabajo; oprime el botón, mientras siente un incómodo frío al pensar que ahora suena el teléfono de un extranjero desconocido:

-Aló…

El asesor guarda silencio. Realmente no quiere hablar, pero teme que su coordinador le haya pinchado la llamada para oír su gestión:

-¿A quién necesita? ¿Hay alguien ahí?

-Sí, habla con un asesor comercial de la compañía internacional de telecomunicaciones. ¿Cómo se encuentra el día de hoy?

-¿Me llama para preguntarme eso? ¿Acaso le he dado esa confianza?

-Por supuesto que no, señor, mi intención es ofrecerle los servicios…

El señor lo interrumpe:

-¿Así que usted me pregunta cómo me encuentro; sin embargo no le importa cómo me encuentro, siempre y cuando le compre lo que me va a ofrecer? ¿¡Quiere usted venderme algo!?

Afectado por el grave tono del señor y acosado por la fulminante mirada del coordinador, el asesor quiebra la voz:

-Así es. Los más sofisticados servicios de internet.

-¿A usted le pagan por molestar a las personas con estas ridículas llamadas?

-Mi interés está en ofrecerle los servicios para su hogar, para que usted y su familia se conecten al mundo.

-¿¡Sí!? Ya veo. Aún no me contesta a la pregunta que le hice. ¡Usted se atreve a molestarme con esta estúpida llamada y aun así no me pone atención! ¿De dónde sacó mi número telefónico? ¿Quién se lo dio? ¿Me quiere ver la cara a mí y toda mi familia? ¿Acaso cree que nosotros no estamos conectados al mundo? ¡Contésteme!

Aniquilado, el asesor contesta como una máquina, deseando ser una máquina:

-Le llamo desde la compañía internacional de telecomunicaciones…

Antes de terminar la frase, el señor cuelga enfurecido y el asesor queda congelado. Este es su trabajo. Luego de un momento oprime de nuevo el botón:

-Aló sí, ¿Con quién?

-Feliz noche, habla con un asesor comercial de la compañía internacional de telecomunicaciones. Lo llamo para ofrecerle nuestros servicios de internet. Queremos que usted disfrute de la mejor navegación del planeta.

-Entiendo. Un colega suyo me llamó para ofrecerme esos servicios. Hice la contratación con él.

-¿Entonces ya tiene los servicios de nuestra compañía?

-Así es, lo siento. Ahora estoy ocupado y tengo que colgar.

El asesor se siente decepcionado. Está decidido a renunciar, a huir con la nefasta dignidad de tener la libertad de cortarse a sí mismo la cabeza. Se lo dice en silencio y sin embargo, sigue sentado inmóvil en aquel cubículo frente a la pantalla, con la vista perdida. Entonces recuerda la primera vez que entró en aquel lugar. Se da cuenta que fue tan similar como cada una de las innumerables veces que ha entrado en aquel sitio, como hoy, tan similar que le parece estar inexorablemente sujeto a la continua sensación de un eterno devenir de lo mismo.

Sabe que tiene que llamar de nuevo a otro extraño extranjero, o irse como un libertario rebelde con su nefasta dignidad, con la paradójica libertad de ser un desempleado. Repentinamente se levanta sin quitarse la balaca con el auricular, que le amarra al cubículo y mira hacia los rincones de aquel gigantesco hangar infestado de otros pequeños cubículos formando callejuelas laberínticas con asesores efímeros, que parecen estar allí de paso, como él.

Correr a la libertad de caminar sin ataduras por la calle siendo un desempleado más, o sentarse y oprimir de nuevo el botón de entrada de llamada en éste trabajo. Difícil elección. Se sienta y oprime el botón:

-Aló…

-Muy buenas noches, habla con un asesor comercial de la compañía internacional de telecomunicaciones. ¿Con quién tengo el gusto de hablar?

-Mi nombre es Raél.

-¿Raél? Creí que en el mundo solamente una persona podía llamarse así: yo. Ahora resulta que hay otro Raél en el mundo.

Escucha un silencio al otro lado de la línea, que se transforma estrepitosamente en un choque aturdidor, como si el auricular se hubiera roto en pedazos. Se corta la llamada y el asesor queda estupefacto.

Se quita la balaca y la lanza a la pantalla. Ya tomó una decisión. Se levanta y camina hasta donde está el coordinador, quien le mira asombrado. Pasa justo a su lado mientras le dice:

-Adiós. No hago una llamada más, jamás voy a realizar una venta. No me esperen mañana.

Se aleja caminando con la satisfacción de sentirse libre. Ve la gran puerta a lo lejos. Sale y rápidamente decide perderse en las sombras de la noche. No volverá a realizar una sola llamada en esa enclaustrante compañía de telecomunicaciones.

Camina tan de prisa que parece correr. Entonces oye su teléfono que suena en su bolsillo:

-Aló…

-Muy buenas noches, habla con un asesor comercial de la compañía internacional de telecomunicaciones. ¿Con quién tengo el gusto de hablar?

Se queda en silencio sorprendido por esa llamada. Le resulta familiar. Cree que le llaman de la compañía por esa manera abrupta de salir de allí, como huyendo. Entonces contesta:

-Mi nombre es Raél.

Al otro lado de la línea la misma voz le responde:

-¿Raél? Creí que en el mundo solamente una persona podía llamarse así: yo. Ahora resulta que hay otro Raél en el mundo.

Allí viene la luz y el ruido, aquí está el golpe seco de un carro que no le ha visto salir de entre las sombras de la noche. Se corta la llamada estrepitosamente. Nada importa ya.

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