Trabajos de amor ganados

Trabajos de amor ganados

Cibeles Alena

17/05/2017


Nuestra cercanía se producía habitualmente en la cocina de la empresa, preparando y recogiendo vasos y platos, dando mil vueltas, cruzándonos el uno con el otro sin cesar, fingiendo normalidad. Aquel día hablamos de muchas cosas. Sus inicios como mensajero fueron duros. Le venía con cierta frecuencia un triste recuerdo de aquella época. Él entonces iba en moto. Cuando le dieron el primer encargo, no conocía Madrid. Llovía despiadadamente y no había manera de encontrar la dirección. Los taxistas, viéndole tan perdido y necesitado, no le ayudaron precisamente. Tan joven, se echó a llorar sobre su moto. Años después las lágrimas todavía se le transparentan en su rostro maduro, ya inquietante para mí.

Luego empezaron las elipsis, los juegos de palabras y al final, el silencio. Nos callamos y había una corriente dulce entre los dos. Tensión, pudor, belleza de la seducción…

Entonces, cuando ya recogíamos, los dos de pie, yo dije:

– No te vayas…

– Tengo que ir a Getafe… –sonrió él.

– Llévame…

Él vino a mi lado y con naturalidad me dijo:

– ¿Me dejas que te de un beso… de momento? -y con su mano cogió mi barbilla y me besó en la mejilla, muy dulce.

Yo me quedé como un pájaro, como la margarita de aquel verso que me había regalado hacía unos días, temblando, temblando.

Luego corrí a asomarme a la amplia ventana de la sala de reuniones. Había aparcado su furgoneta bajo los castaños. Estaba segura de que era el único en toda la empresa que sabía que los árboles que hay delante de la iglesia alemana eran castaños y con qué belleza florecieron el año pasado.

Al arrancar, todavía una llamada:

– ¿Conoces Getafe?

Temblando los dos.

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