Siete de la mañana, suena el despertador. No puedo casi ni moverme, otra noche movidita, agua por aquí, pipí por allá, he visto hora tras hora como la luna avanzaba por el cielo hasta dejar paso al amanecer. Tengo que levantarme, pronto despertarán los niños y tengo que preparame.

Ocho de la mañana, hora de levantar a la familia. Ropas preparadas, desayunos listos, y empieza la batalla. El mayor de tres años y medio está pasando una primera adolescencia, no quiere ir al cole, por lo que tampoco quiere vestirse, ni desayunar, solo quiere llorar y enfadarse por todo, cualquier cosa se le hace un mundo. La pequeña es muy independiente pero no deja de tener año y medio, así que me toca luchar para vestirlos, desayunar y salir corriendo al colegio y a la casa de la abuela, donde va la pequeña por las mañanas.

A las nueve y cuarto ya están todos situados, y yo llegando a mi trabajo, bueno, ese que me da dinero para poder pasar el mes. Mi verdadero trabajo es criar a mis hijos. Nunca nadie me dijo que fuera tan difícil, o quizás no lo sea, puede que mi carácter perfeccionista me obligue a ser la mejor madre del mundo, ¿o les pasará a todas? Yo solo quiero lo mejor para ellos ahora, y siempre.

Paso la mañana trabajando, hablando con unos, con otros, desconecto de la vida y me centro en el momento. Pero en mis momentos siempre están ellos, y ahora que estamos inmersos en una mala racha, aparecen constantemente en mis pensamientos y con más fuerza y persistencia.

Debería cambiarlo de colegio, está claro que la educación convencional no le está yendo bien. Es un niño muy activo, sentado lo castran. O igual debería acostumbrarse, esta es la vida que nos espera, sentado en una oficina si tiene suerte de trabajar. Pero si no lo ayudo ahora, igual estoy criando a un desgraciado que aprende a hacer lo que le manden el resto de su vida, y yo no quiero eso, quiero que sea feliz. Por lo menos en su infancia. Lo cambiaré de colegio, decidido, ¿o no?

Y la pequeña, igual es pronto para entrar en la guardería, ella está muy a gusto con su abuela… Pero no puedo tirar de la abuela para siempre, ella también tiene vida y cosas que hacer. Debe ir a la guardería, le vendrá bien, a ella le gusta mucho jugar con otros niños, seguro que le va bien. Y si no… Ya nos encargaremos.

Llegan las dos, salgo corriendo a por mis hijos. Al mayor lo recojo del cole, hoy sale muy feliz, no siempre es así, pero hoy parece que le gustó lo que hizo y la ilusión se refleja en su cara. Viene a mi con un dibujo que me ha hecho. Me lo da sonriendo mientras me dice «¡te quiero mucho mamá! Hasta el fondo del cielo y vuelta al suelo», y lo acompaña con un gran abrazo y muchos besos. Mi corazón late vivo, me encantan estos momentos.

Juntos nos vamos a por su hermana a la casa de la abuela, no está lejos pero tenemos que coger el coche. La pequeña me abre la puerta y se abraza a mi cuello cantando «¡mami!¡mami!».

Con este recibimiento empiezo mi jornada laboral llena de alegría. Este es el trabajo que me llena, no solo la cabeza con preocupaciones, también el corazón con tanto amor y la vida con miles de alegrías.

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