AYER NOCHE:

—Os digo que es la única manera.

—No lo sé José, me da mala espina.

— ¿Estás dentro o no? Solo así aprenderán.

—Claro que sí hombre, por Amparito…por Amparito. Hay que ver cómo te pones. ¿Te he contado sobre Amparito?

—Hostias tío, es la tercera vez que lo haces. —Hizo un gesto al hombre tras la barra y las copas se llenaron nuevamente.

— ¿Y tú Antonio? ¿Te anotas o no?

—Por supuesto José, a qué dudarlo. A primera hora lo tendrás.

—Sea entonces. Brindemos, que a nosotros nadie nos manda al paro… ¡Por el francés!

LA MAÑANA:

— ¿Lo tienes?

—Lo traigo. En mi bolso. —Con un suave movimiento, Antonio descorrió el cierre del bolso que llevaba al hombro y mostró su contenido.

— ¿Y desde dentro? ¿Cómo han…?

— ¡Silencio, joder! ¿Es que quieres que nos oigan? —José sonaba compenetrado.

—Mi suegra siempre dice que solo fumamos pitillos sentados al sol, divagando sobre socialismo y que eso nunca nos devolverá la factoría. Que mejor hiciéramos como el primo de Amparo que usó su indemnización para ponerse un puesto en la feria.

—Pues tu suegra es una bruja José. Menuda sorpresa se va a llevar. Ya verá como somos hombres de armas tomar. —Antonio tomó el bolso y sonrió.

— ¡Amparito! ¿Ya les he dicho lo de Amp…?

— ¡Pero me cago en todo lo que se menea, Malaguita! ¡Que te ha puesto los cuernos! ¡Y con el dueño! ¡Vaya descaro! Si hasta se habla de que fueron a Suiza…

—Que no son cuernos Antonio, que es delegada sindical y…

—Para gustos, colores. Cuernos son cuernos… ¡Aquí, en Sevilla y en el País Vasco!

—No le ha bastado con nuestros trabajos que se ha tenido que meter también con nuestras mujeres. Le haremos pagar. Ya verán… que nadie nos deja como gilipollas.

—Anda, mejor vámonos ya es hora.

LA TARDE:

Los alrededores de la vieja factoría estaban colmados de gente para oír el anuncio del francés. El antiguo dueño que decidió ir al cierre tres meses atrás. Antiguos empleados, funcionarios y curiosos se reunían a sus puertas. Antonio y los demás se mezclaron entre la gente, quedando a cierta distancia del escenario. Una mujer, al verlos, cruzó el vallado, y se acercó.

—Oye, ¿esa no es….?

— ¿Amparito? ¿Qué haces aquí? -Malaguita sonaba confundido- ¿Cómo te atreves?

—Javier, cielo. No debería estar aquí, ¡pero es que falta tan poco!

— ¿De qué cojones hablas?

— ¡Lo siento tanto! Los silencios, el viaje a Suiza… —Amparo sonaba avergonzada, pero él seguía sin comprender.

— ¡Explícate mujer!

— ¡Es que no podía decir nada! Pero no importa ya… todo estará bien, ¡estoy tan feliz!

Silencio.

— ¡Es la factoría so tonto! ¿Es que no lo ves? Viajamos a la casa central y conseguimos un crédito de los suizos para reabrirla bajo una cooperativa.

Su rostro se desfiguro.

—Pe… p e r o…

—… me… e s t á s… d i c i e n d o… que…

La cabeza de Javier Malaguita daba vueltas, se sentía enfermo.

—Se acabaron los lunes al sol querido, vuelven todos al trabajo.

— ¡No!… No puede ser… el francés… el bolso… Antonio… ¡Antonio! —en ese instante lo comprendió.

Tarde.

— ¡Antonio! ¡Detente! No lo ha…

Y el sonido casi imperceptible, seco. Seguido de un estruendo.

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¡BOOM!

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